Julia Galván y Jaime Bonet, una periodista novata y otro con mucha mili y de vuelta de todo que comparten la redacción de un semanario de sucesos, se desplazan al Valle de Guriezo, un paraje de Cantabria, para investigar el asesinato de un joven de una de las familias más poderosas del lugar. De este hilo tira La noche de los flores (Editorial Atticus), el debut literario de la periodista burgalesa María Estébanez Espinosa, que fragua una novela negra en la que ni todo será tan blanco, ni todo tan negro, ni todo tan tranquilo.
Nada es lo que parece y la resolución del caso se multiplicará en ramas insospechadas. A los dos protagonistas se sumará una retahíla de personajes, cada uno con sus complejidades, que irán armando una trama que se desata como una tormenta de piezas que página a página van encajando hasta encontrar casi cada una su sitio.
Casi porque La noche de las flores, con una sugerente ilustración de Elvira Mateos en la portada, aparece como el primer volumen de una historia concebida, en principio, como una tetralogía bajo el nombre de Los crímenes de Müller.
La acción se desarrolla en dos espacios temporales, los años ochenta y la actualidad, y el lector conoce los hechos a través de cinco voces en primera persona más una sin nombre y apellidos, Lobo, y un narrador. Todas van dibujando una realidad donde no todo es lo que parece, ni mucho menos. «Se habla mucho del mundo de las apariencias. Lo que aparentemente es perfecto y parece deslumbrante, no lo es; cuando indagas ves que en todas partes hay miseria y también luz», comenta la autora, quien construye los personajes con esta misma filosofía. «Ni el bueno es tan bueno, ni el malo, tan malo. En los que pueden parecer más malos se descubren bondades y en los buenos, oscuridades», ilustra y confiesa entusiasta que se ha divertido muchísimo.
Todo arrancó hace casi diez años. Una frase sobrevenida sin ton ni son durante un trayecto en taxi en Cuba removió a Estébanez. Cuando Luis de Buruaga cogió el azucarillo supo que todo había terminado. La apuntó enseguida en el móvil. Sabía que algo quería decir, que algo tenía que hacer con ella. Empezó a pensar en ese desconocido Luis de Buruaga que se había colado en sus pensamientos, y a divagar... «Comenzaron a surgir otros personajes y vi que daba para un libro. La propia historia tomó forma en mi cabeza, pero la dejé aparcada, porque en ese instante estaba en un momento de máxima explosión, diversión y disfrute y no tenía tiempo para dedicarle el que se merecía». Pero la historia se resistía a desaparecer. Irrumpía en su cabeza en cualquier momento. La escritora tomaba nota de lo que le decía. Pero nada más. Era enero de 2016.
Le hizo caso en la pandemia, pero la maternidad volvió a relegarla a un segundo plano. Hasta el año 2023. «Fue una necesidad, ya ocupaba demasiado espacio en mi cabeza y urgía darlo forma». En febrero de 2024 se encerró en San Pedro de Cardeña, un monasterio donde toda la familia se refugia cuando necesita paz. «Volqué todo lo que había en mi cabeza, ordené los apuntes y volví con un esquema que alimentar». El pasado mes de diciembre escribió el punto y final.
El primero de todo se remonta en el tiempo. Estébanez siempre se recuerda leyendo. No había cumplido los 11 años cuando empezó con la novela policíaca. «Me atrapó bastante». Ha perdido la cuenta de las veces que ha devorado Los Cinco, de Enid Blyton. Se ve enfrascada en el Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, en una cala de Menorca con sus padres llamándola para bañarse. Ha seguido todos los pasos de Bevilacqua y Chamorro, de Lorenzo Silva. Y se ha dejado llevar por la calma de Susanna Tamaro en momentos agitados. Ahí están sus referentes y de todos hay en su ópera prima. La escritura irrumpió en la adolescencia. «Volcaba pensamientos. En los momentos en los que estaba peor o mejor los escribía para acordarme».
Ahora, dice, es una necesidad. «Me libera la cabeza, que tengo llena de imaginación. Si estoy contenta, me pone más contenta y si estoy mal, me calma».
De la lectora y escritora que es, y de su alma detectivesca, debe todo a su padre, Juan Carlos Estébanez, fallecido en 2009, al que dedica el libro, por enseñarme a crear universos imaginarios donde seguir encontrándonos.
Ahora se pregunta qué pensaría de todo esto y seguro que lo sentirá cerca el martes, fecha de la presentación en el NH La Merced (20 horas), también en la que suceden los hechos gordos en la novela, y un regalo para su abuela en el día de su cumpleaños. He ahí su única fecha en rojo. Luego llegarán encuentros en Bilbao y Santander, firmas en las ferias del libro de Burgos y Madrid, alguna cita en el medio rural... Y lo que te rondaré, morena.
No hay hoja de ruta. La noche de las flores acaba con incógnitas sin despejar y abre nuevas que se irán resolviendo en las posteriores entregas, en las que permanecerán Galván y Bonet. La segunda tendrá a Burgos y París como escenarios.