«Tras un accidente o un atropello se habla de los fallecidos, pero no de quienes sobreviven con lesiones por un traumatismo craneoencefálico y, la mayoría, con daño cerebral», explica, no sin cierta amargura, la educadora social de Adacebur, Mónica Alba, para explicar por qué la entidad aprovecha que hoy se celebra el día internacional de este tipo de golpes en la cabeza para pedir apoyo a la Policía Local y concienciar juntos. Porque si algo tienen claro es que muchos se podrían evitar.
De los 130 usuarios de la entidad, dedicada en exclusiva al daño cerebral, un 16% recibe terapia por un traumatismo craneoncefálico (21) y, de estos, la mitad se golpeó en un accidente. Uno de ellos es Francisco Fernández, burgalés de 48 años, que se chocó contra un árbol cuando era veinteañero y, aunque iba como copiloto, se llevó la peor parte. «El compañero se rompió la rodilla; yo me destrocé», explica, sin ocultar que la causa del siniestro fue que, tanto el conductor como él habían bebido en exceso. Y de ahí que acceda a protagonizar este reportaje: «Me ha pasado y si puedo ayudar a concienciar a la gente sobre las distracciones, el alcohol... Todo. Hay que llevar el coche sabiendo que es un vehículo».
Fernández menciona en esta declaración la palabra mágica: distracciones. Esos despistes que, sea cual sea la circunstancia, inciden en un traumatismo craneoencefálico: accidentes laborales, domésticos, de tráfico...
En este último tipo están especializados los policías locales Enrique López y Ramiro Ruiz, de la Unidad de Reconstrucción de Accidentes del cuerpo municipal, y los dos son categóricos: «Hoy por hoy, el caballo de batalla son las distracciones». Algo que evidencian mostrando algunas de esas recreaciones que hacen para determinar al detalle las causas de cada siniestro. «La tecnología permite que los vehículos sean más avanzados y con más medidas de seguridad. Y en la calzada también hay avances: las señales son distintas, están iluminadas. Pero la persona, en cambio, sigue siendo la misma», comenta Enrique López, antes de subrayar que la única forma de reducir estos descuidos, a veces de un instante, es incidir en la educación. Algo en lo que coincide Ruiz, destacando que «en los colegios se está normalizando la educación vial. Y la cantidad de accidentes que teníamos hace 25 años no tiene nada que ver con la de ahora».
Sin embargo, en un control que hizo la policía a primeros de marzo en colaboración con Adacebur para concienciar sobre el traumatismo, «la primera persona dio positivo en alcoholemia y eran las cuatro y media de la tarde». Un hecho que corrobora la relevancia de conmemoraciones de este tipo. «Nunca se debe dar la batalla por perdida», concluye Ramiro Ruiz.
Francisco Fernández | Daño cerebral tras un traumatismo por accidente
«Perdí la voluntad, tardo el doble en hacer las cosas y, si no las apunto, me olvido»
«Íbamos hasta arriba de alcohol. Y el coche lo llevaba mi amigo, pero hubiera sido lo mismo de conducirlo yo. No lo culpo», afirma Francisco Fernández, de 48 años, cuando empieza a hablar del accidente que en 2002, en Jueves Santo, le provocó daños en el cerebro como consecuencia de un traumatismo craneoncefálico en el que, según dice, nadie reparó en el primer momento. «Nos chocamos contra un árbol y me rompí la pierna en tres trozos; sangraba muchísimo. Y, aunque con la cabeza había abollado el techo del coche, lo que se veía era la sangre que se iba por abajo. Tuve dos paradas [cardiorrespiratorias, como consecuencia de la hemorragia], me apañaron como pudieron y me mandaron al hospital, donde me estabilizaron. Lo prioritario fue lo físico, el golpe se consideró secundario». Y, sin embargo, le provocó unas lesiones en la parte izquierda, en la zona superior, que no le impidieron continuar con su vida -está casado, tiene familia y es agricultor- pero sí la condicionan.
La primera secuela a la que alude es a la pérdida de la voluntad. «Si no me obligan a hacer las cosas, no las hago», cuenta, para explicar por qué cuando un neurólogo le recomendó hacerse unas pruebas, lo dejó pasar. «No es depresión ni nada, es que me falta voluntad y hasta que no sentí que el mundo se me caía encima, no pedí ayuda», explica. A esto añade que, desde el accidente, sus pensamientos son «rígidos». Y eso tiene consecuencias prácticas en el día a día: «Por ejemplo, en el coche. Un día, bajando del Hipercor hacia San Julián creía que esa calle era de sentido contrario y salté la mediana; salí de frente en lugar de girar a la derecha. Para mí, esa calle seguía siendo de sentido contrario».
El accidente también le provocó «mayor lentitud» en su actividad ordinaria; al punto de que, destaca, «tardo el doble en hacer las cosas y hay muchas que tengo que repetirlas dos veces para hacerlas bien». Otras veces el problema está en que se olvida de las tareas pendientes -«tengo que apuntarlo para saber lo que debo hacer»- o, incluso, de su destino: «No sé dónde voy, por lo que tengo que pararme y pensar».
Que no se valorara desde el principio una posible lesión cerebral por el traumatismo impidió que iniciara una terapia temprana y, de hecho, hace apenas cuatro meses que llegó a la Asociación de Daño Cerebral Adquirido de Burgos (Adacebur), por recomendación del neurólogo. «Me pasó hace mucho y he empezado hace poco, porque no sabía ni lo que era ni cómo era [la lesión]», cuenta, especificando que todavía está pendiente de los resultados de unas pruebas que delimiten bien el alcance de su lesión. Pero, mientras, acude a terapia especializada en la sede de la entidad, «porque dicen que todo lo que no se trabaja se pierde y el cerebro hay que trabajarlo».
Y, ahora lo sabe, también protegerlo. «Hay que concienciar a la gente en que no se distraiga, vaya andando, en coche o en bicicleta. Tiene que saber dónde va y lo que lleva encima», concluye.