"Estuve más muerto que vivo"

GADEA G. UBIERNA / Burgos
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5 años de la pandemia en Burgos | Javier Redondo estuvo crítico 37 días en el HUBU y, al salir, tuvo que aprender a comer, a caminar y a hablar. Como secuela, la inmovilidad de una mano

Javier Redondo fue uno de los primeros críticos del HUBU por la covid y su hermana Vanessa, la persona que se confinó con él en el hospital para cuidarlo. - Foto: Luis López Araico

El primer recuerdo que Javier Redondo tiene de su segunda vida es la voz de su hermana Vanessa. Él recordaba haber entrado solo y caminando al hospital por un «catarrazo» y, 37 días después, despertó en un lugar que le parecía pesadilla, pero era realidad: un box de la UCI del HUBU, lleno de tubos, sin más movilidad que la de los ojos y rodeado de gente que su mente identificaba con astronautas. «Fue muy traumático», recuerdan los hermanos ahora, cinco años después de la primera oleada de contagios por el SARS-CoV-2, que más de una vez hizo temer por la vida de Javier, hasta entonces con una fortaleza y una envergadura extraordinarias.

Este camionero, jubilado a la fuerza como consecuencia de su gravísima infección, hizo su ruta habitual en la mañana del 11 de marzo del 2020. Pero, como se encontraba tan mal, se fue al hospital y entendió que «iba a quedarme a pasar la noche» cuando, en realidad, la intensivista Lourdes Fisac le estaba comunicando que lo iban a sedar y a intubar, porque se estaba asfixiando. Y no se había dado cuenta. «Yo estuve más para allá que para acá. No hay palabras para el trabajo que hizo esta gente conmigo», afirma Javier, que hoy tiene los pulmones «perfectos» pero una «hipersensibilidad de por vida» en el sistema nervioso periférico, inmovilidad de la mano derecha y riesgo de perderla en la izquierda. «Como solo muevo el brazo izquierdo, está sobresaturado. Se me aplastan nervios y tendones a la altura del codo; me operaron en enero y me han dicho que tenga paciencia. Pero es que hago todo el trabajo con uno», dice, antes de añadir que también le quedó una cierta «incomodidad en la tráquea» cada vez que traga, debido a la intubación que lo mantuvo con vida.

La pandemia supuso un antes y un después que Javier ni puede ni quiere olvidar. De hecho, la recuerda cada vez que mira la hora: justo encima de la muñeca derecha se ha hecho un tatuaje con la primera línea de vida que mostró la máquina después de una de las veces que en la UCI pensaron que lo perdían. «Es el primer latido tras un paro cardíaco. Luego añadí el 37, por los días que estuve en coma y el 17, en grande, porque es el día de mi segundo cumpleaños: cuando desperté», dice, en alusión a la fecha de abril del 2020 en la que su familia volvió a respirar. «Pero fue durísimo», puntualiza su hermana, que había pedido al personal médico poder hacer viodellamadas con su hermano, incluso antes de que despertara, para que «al menos, escuchara mi voz». Y así fue. Pero lo que Vanessa había visualizado en la distancia como un momento de felicidad, no lo fue tanto: «Estaba completamente desfigurado; los ojos salidos, la cara con un gesto súper raro, como torcida y yo fingiendo que todo iba bien».

Para ir de copas todo el mundo está disponible; para encerrarse contigo en un hospital, no»

Tanto Javier como Vanessa no tienen más que agradecimiento hacia el personal sanitario, pero citan expresamente a tres profesionales: las intensivistas Lourdes Fisac y María Gero, médicas de la UCI, y al psicólogo Jesús Sánchez. «Estas tres personas son maravilla pura y lo que me llevo de esta época», señala Vanessa, antes de recalcar «lo humano del trato que me dieron en un momento tan difícil para ellos, con todo lo que pasaron y lucharon». Pero con la misma emoción con la que Vanessa recuerda el tacto con el que las médicas de la UCI le informaban por teléfono de los pormenores del cuadro clínico de su hermano, por enrevesado que fuera, - «era un cariño especial»- habla Javier de su hermana: «No tengo palabras para decir lo que ella ha hecho por mí».

Cuando Javier superó la fase crítica y tenía que salir de la UCI para subir a planta había perdido «entre 40 y 50 kilos de masa muscular, no de grasa» y solo movía los ojos. Necesitaba unos cuidados constantes y su hermana se ofreció «para confinarme con él y cuidarlo. Yal principio... Su diagnóstico no era bueno y fue duro. Yo fingía, pero lo vi tan desmejorado que en cuanto podía me metía al baño a llorar, porque decía: '¿quién es esta persona, que no es mi hermano?'».

A pesar de la gran diferencia de peso y altura entre los dos, Vanessa enseñó «entre comillas» a andar de nuevo a Javier, a comer, a hablar... «Yo creía que se moría, pero pensé que igual que había luchado con él desde casa, lo haríamos juntos en  hospital. Y aquí estuvimos, las 24 horas del día. Nos ha creado un vínculo muy especial», afirma ella, mientras su hermano asiente y subraya que «para ir de cenas y copas está todo el mundo disponible, pero encerrarse en un hospital con una enfermedad nueva que se está llevando a todo el mundo... Hostias, eso es un paso de gigante».

A los 109 días de aquel 11 de marzo, los dos hermanos salieron del hospital y empezaron una nueva vida, en la que cada 17 de abril es una fiesta para los Redondo. Ahora, solo le falta recuperar la movilidad de la mano derecha para que le permitan volver a trabajar. Algo en lo que Javier, de 51 años, no pierde la esperanza. «Es que soy optimista», concluye, riéndose.

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