Dos hombres de letras, cuyo nombre no quieren descubrir, andan deshojando la margarita a machetazos, 'mezclado, no agitado', 'agitado, no mezclado'. No recuerdan cómo pedía exactamente James Bond su famoso cóctel. De internet no se fían. Tras un rato de me quiere, no me quiere, cervezas mediante, resuelven su enigma. «Estos sí que saben. Agitado y mezclado. Qué manera de complicarse el Connery», suelta uno a escasos metros y unos minutos antes de entrar a ver el espectáculo Agitado y mezclado, poesía y música en una coreografía a dos con Benjamín Prado y Rebeca Jiménez, en una nueva entrega de Meridianos Sonoros, de la Fundación Círculo.
Un piano, un taburete alto, dos micrófonos y una mesita. No hace falta nada más. Solo la estrella que guía a los artistas hasta el escenario. Él, con chaqueta roja de cuero; ella, con sombrero con tira negra de sutil brilli brilli. Tarde de rock&roll.
El camino que lleva / de la sombra al sueño... La poesía golpea primero. Suena la reconocida voz del poeta. Todos los versos que recite esa noche serán suyos. Pasarán por allí otros colegas, claro, porque palpitan en su obra, como Alejandra Pizarnik, su favorita, «la poeta suicida», a la que piensa en sus versos que quizás podría haber ayudado.
Entona el vate y, como si se tratara de una carrera perfecta, la cantautora segoviana coge el testigo sin que se note. E interpreta sus canciones (alguna también prestada, como De haberlo sabido, de Quique González). Las letras en su voz poderosa parecen continuar el hilo iniciado por la poesía, pero son otras.
Y es que de eso va esto, de un pasodoble de certeros bailarines, que no se pisan el juanete y saben dónde colocar el codo. «Se trata de que los poemas y las canciones den lugar a una tercera cosa al sumarlos, no que sea una que toca y otro que recita, sino un conjunto», explica Prado minutos antes de la prueba de sonido. «Buscamos que sean canciones y poemas que dialoguen entre ellos, que no sea un porque sí. Cosa que es fácil porque no hay tantas cosas de las que hablar en esta vida, al final todos terminamos pasando por las mismas puertas y se trata de encontrar una en la que se puedan combinar las dos», agrega entre cajas.
En escena confesaría su fastidio por no haber podido ir aún a tocar a doña Jimena, como acostumbra siempre que viene a Burgos, que no es poco (habitual en el jurado del Premio de Poesía, lamentó su no celebración este año), se haría eco del 7-0 de España a Costa Rica, tocaría la armónica, dejaría todos los focos a Rebeca Jiménez... Ella piropearía a Diego Galaz, en el patio de butacas, aludiría a una afonía imperceptible cuando canta... Esa noche, ni para los puristas de Bond, anochecería.