Los más veteranos del lugar cuentan que los sepulcros se hallaron de manera accidental: fueron unos ladrones los que, al realizar un butrón con la intención de desvalijar la ermita, se toparon con ellos. Nada se pudieron llevar del templo más allá del susto, como si el espíritu de a quien está consagrado -el Cristo de los Buenos Temporales- hubiese ejercido de ángel protector desatando una tempestad en forma de osario y no de reliquias sacras. Pero aquellos sepulcros, ocultos desde hacía siglos, revelaron el secreto de que dos cuerpos yacían allí. Se sabía que el sagrado lugar había sido ordenado construir por una dama casi de leyenda, Isabel de Osorio, dueña y señora de Saldañuela y de muchos lugares en el entorno de la vega del río Ausines: Olmo Salbos, Cojóbar, Saldaña, Sarracín... Y que, alrededor de esta mujer, de cuyos registros históricos se alababa su inteligencia y belleza, se aseveraba que había sido la más longeva amante del rey Felipe II, el monarca más poderoso de la historia. Ítem más: que fruto de ese amor nacieron dos hijos, Bernardino y Pedro, que si bien nunca fueron reconocidos como bastardos, este último sí heredó -en condición de sobrino- cuanto atesoraba la Osorio en el momento de su muerte.
En Sarracín se sabe de esta historia desde antiguo, pero no se ha explotado lo suficiente. Así lo confiesa su actual alcalde, José Luis González, que va a intentar, como ya hicieran algunos de los que le precedieron en el cargo, descifrar de una vez el misterio que se oculta en esta ermita: si en ella están enterrados los hijos (o al menos uno) del monarca más poderoso de todos los tiempos. Linaje real, pues. De la Casa de los Habsburgo. Bastardos de Su Católica Majestad. Aún queda memoria en el pueblo de la última vez que este asunto salió a la luz pública. Fue con ocasión de la aparición de la novela Una diosa para el rey, escrita por la periodista Mari Pau Domínguez; la obra narra la historia de amor entre Isabel de Osorio y el entonces príncipe Felipe II. El libro llegó a presentarse en el Palacio de Saldañuela, pero fue poco después cuando la autora, con el permiso de la Diócesis, accedió a la ermita del Cristo de los Buenos Temporales en compañía de -aseguró- un grupo de científicos que tomarían muestras de la tumba de Pedro a fin de cotejar cuanto insinúan la historia y la novela: que se trata del hijo del monarca en cuyo imperio jamás se ponía el sol.
Se comprometió la escritora, que justificó sus indagaciones en obtener información fidedigna para un nuevo libro, a participar al municipio y a la Diócesis burgalesa los resultados de las pesquisas. Hasta hoy: nadie, desde el año 2011, que es cuando se produjo aquella enigmática visita, ha recibido comunicación alguna, con el consiguiente malestar de los involucrados. Por eso el actual regidor quiere tratar de localizar a Domínguez; en caso de que esta gestión resulte infructuosa, González no descarta que sea el propio Consistorio quien mueva ficha para intentar arrojar luz sobre el asunto. «La verdad es que sería importante para Sarracín. En todos los sentidos. No todos los pueblos tienen enterrado al hijo de un rey como fue Felipe II», afirma. Esto conllevaría beneficios para la localidad, ya que no serían pocos los amantes de la historia y los curiosos que se acercarían a la villa tratándose de un reclamo tan poderoso. «Puede ser un filón. Y vamos a trabajar en ello», apostilla el alcalde de Sarracín.
Y tanto que diosa. Cuando Felipe II se casó con su primera mujer, María Manuela de Portugal, ya hacía tiempo que estaba arrebatadamente enamorado de aquella dama de compañía de su madre, aquella mujer, diez años mayor, con la que mantenía una intensa y clandestina relación sentimental y sexual. Cuando el enviudó halló consuelo en los brazos de ésta: más allá de saciar su ardor juvenil, encontró amor, ternura, comprensión. Conocida como la dama de Saldañuela, Isabel de Osorio era hija de Pedro de Cartagena, regidor de Burgos y señor de Olmillos. El romance prohibido se prolongó durante tres lustras, por lo que la presencia de Isabel de Osorio en la vida del rey fue fundamental en los años esencial de quien estaba llamado a ser el amo y señor del mundo. De aquella pasión sin límites que sintió siempre Felipe II por la burgalesa habla a las claras el hecho de que el monarca encargó a Tiziano, el gran pintor italiano del momento, con quien le unía una estrecha amistad, una serie de obras de inspiración mitológica y elocuente erotismo con una condición: que las diosas que fuesen representadas en el lienzo fueran para él de todo punto reconocibles, esto es, que se tratase de los retratos veraces de la mujer que tenía conquistado su corazón. Tiziano cumplió realizando, entre 1553 y 1562, la serie denominada 'Poesías'. Los cuadros Venus y Adonis, Dánae, Perseo y Andrómeda, Diana y Júpiter, Diana y Calisto y El rapto de Europa. Las dos primeras obras la primera se exhibe en el Museo del Prado; la segunda es propiedad de The Wellington Collection del Apsley House de Londres. En ambos, según los expertos, no hay duda de que el artista veneciano cumplió el capricho del monarca: la diosa representada en los lienzos es su amada, y en ambos se presenta de la manera más sugerente y sensual posible.
El monarca, tal era su arrebato, no quería sentirse alejado del amor de su vida por nada del mundo, llegando a llevarse consigo el cuadro de Venus y Adonis a uno de sus más especiales viajes: el que tuvo que realizar a Londres para conocer a la que sería su segunda esposa, María Tudor, con quien se terminaría desposando en 1554. No es este un cuadro cualquiera: Venus es Isabel de Osorio, sí, pero Adonis es el mismísimo monarca. Diversos historiadores afirman que de aquella relación nacieron dos hijos, Bernardino y Pedro, aunque jamás fueron reconocidos como bastardos. Tiziano inmortalizó aquel amor, y es sobre su hermoso lienzo donde quedaron unidos para siempre los amantes. Luego de romper definitivamente la relación, Isabel de Osorio se instaló en Saldañuela, en el palacio que el propio monarca financió con 6.800 ducados del ala y que fue construido con el mismo estilo que El Escorial, elaborado con piedra de las canteras de Hontoria y Cubillo del Campo. Hoy sigue siendo uno de los mejores y escasos ejemplos arquitectónicos civiles de estilo renacentista que existen en Burgos.
Compró al Consejo de Haciendo la jurisdicción civil y criminal de toda esa zona, decisión que le procuraría muy mala fama entre los lugareños, ya que los celosos guardas de la finca multaban, detenían y encarcelaban a todos aquellos que osaran pescar o cazar en sus dominios. Pese a que la Real Chancillería le dio la razón a Isabel Osorio, siempre despertó las envidias y el encono de los vecinos, que, sabedores de la relación que su propietaria mantuvo con el rey, lo bautizaron cruelmente. Desde entonces, se le conoce como el Palacio de la Puta del Rey. Su sepultura se encuentra bajo una lápida cubierta de cristal en la ermita del Cristo de los Buenos Temporales; en uno de los muros queda recogido que esta dama fue la fundadora y patrona de lo que un día fue un convento, de cuyos restos apenas queda una estancia, hoy convertida en sacristía, donde languidecen unas pinturas al temple que denotan su esplendoroso pasado. Si también acoge los restos del hijo del monarca más poderoso que conocieron los siglos está por ver. Quizás Sarracín un día consiga descifrar el misterio.