Gary Cooper en Tordómar

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Hace 75 años, un vecino de este pueblo disparó a dos hermanos, matando a uno e hiriendo al otro. Cuando se celebró el juicio, el semanario de sucesos El Caso lo llevó a su portada titulando 'Solo ante el peligro', como la película

La portada de ‘El Caso’ del año 1954 llevaba esta ilustración.

Burgos frecuentó, quizás en demasía, las páginas de aquel truculento semanario que durante décadas se hizo eco de la España más negra, la de los crímenes horrendos y los sucesos más escabrosos. Tan es así, que muchos de los hechos acaecidos en la provincia llegaron a copar la portada de El Caso, noticiero fundado en 1952, icono periodístico de todo tipo de atrocidades y espantos. Aquellas 'primeras' tan llamativas (a veces por sus fotografías, otras por sus ilustraciones, siempre por los titulares, de un exacerbado amarillismo) eran acogidas con fervor por su ávida, curiosa y morbosa legión de interminable de lectores. Tan sólo dos años después de su aparición en los quioscos, un suceso registrado en la localidad de Tordómar se llevó el protagonismo de la portada de El Caso así como un puñado de páginas ocupándose de sus detalles en el interior de la publicación.

Los hechos se habían producido en 1949, hace ahora 75 años, y la cobertura del semanario aludía al juicio que, cinco años después, se celebró en la Audiencia Provincial de la Cabeza de Castilla. Sucedió entonces que estaba muy reciente el estreno de una producción de Hollywood que había sido todo un éxito de taquilla; se trataba de un western (el primer western psicológico de la historia, según los cinéfilos) protagonizado por dos iconos del Séptimo Arte: Gary Cooper y Grace Kelly lo bordaron a las órdenes de Fred Zinnemann en el mítico filme Solo ante el peligro. Sin duda deslumbrado por tal peliculón, el responsable del negrísimo semanario escogió ese título y una ilustración de Pinedo (es la imagen que domina en este reportaje) para llamar la atención de los lectores sobre el suceso que se estaba enjuiciando en Burgos.

Los hechos se habían producido en la noche del 25 de julio de 1949, festividad de Santiago Apóstol. Según todas las crónicas de la época, existía cierta animadversión entre Eutiquio Adrián y Eusebio Bernabé, ambos vecinos de Tordómar, desde hacía mucho tiempo. Una de ellas había sido reciente, y había tenido como escenario una de las cantinas del pueblo: a punto estuvieron de llegar a las manos, profiriéndose entre ambos sonoras amenazas. Siempre según las crónicas que recogieron éste y otros periódicos, el día de autos se produjo otro encontronazo entre ambos vecinos. Aunque las declaraciones de unos y otros fueron contradictorias durante el juicio, se desprende que la noche de marras la tensa relación que mantenían sobrepasó todo límite.

Lo único cierto es que, a determinada hora, hallándose Eutiquio solo en un recodo del pueblo cercano a una taberna, se vio solo frente a Eusebio y un hermano de este llamado Valeriano. Tal y como contó Eutiquio en el juicio, se sintió no sólo acorralado, sino en serio peligro porque, manifestó, ambos estaban armados con pistolas; y como se vio amenazado, antes de que estos las emplearan contra él desenfundó la suya, descerrajando cuatro disparos a sus adversarios, dos a cada uno. Valeriano murió casi en el acto, mientras que Eusebio resultó gravemente herido, aunque sobrevivió al tiroteo. Éste, durante su declaración, aseguró que ni él ni su hermano habían mostrado en ningún momento una actitud hostil hacia Eutiquio, y que ni siquiera iban armados. Sin embargo, uno de los testigos que participó en el juicio afirmó, por el contrario, haber visto a ambos hermanos manipulando un arma minutos antes del trágico acontecimiento, admitiendo haber tardado en confesar el detalle por cuanto se había visto amenazado si abría la boca.

Durante las jornadas en las que se celebró el juicio definitivo la expectación fue mayúscula: todo Tordómar y parte de la comarca asistieron al mismo con enorme expectación. Decimos juicio definitivo porque el proceso se había iniciado un año antes, en 1953, pero hubo de suspenderse y aplazarse porque sucedió algo imprevisto: dio su testimonio una joven llamada Irene que puso todo patas arriba. Esta muchacha contó que su entonces novio, llamado Alejandro, buen amigo del Eutiquio, afirmó haber visto la noche de autos a su pareja en compañía de éste y otros amigos de la cuadrilla, y que en un momento -mientras ella observaba al grupo desde su casa- observó cómo su novio hacía entrega al procesado de «una cosa negra», esto es, lo que se supone que fue la pistola con la que luego Eutiquio dispararía a los hermanos Bernabé; y que, días después de lo sucedido, Alejandro le terminaría confesando que, en efecto, le había entregado a su amigo una pistola.

Esta declaración, a la postre, resultaría fundamental: se estimó que el novio de Irene cuando sucedieron los hechos podría ser considerado cómplice de los mismos. Finalmente, durante la resolución judicial del asunto (fue en junio de hace ahora 70 años), el Ministerio Fiscal calificó los hechos «como constitutivos de dos delitos de asesinato, uno consumado y otro frustrado, y un delito de tenencia ilícita de armas», solicitando para Eutiquio 23 años de reclusión mayor por asesinato; 14 años por el asesinato frustrado; y algo más de dos años por tenencia ilícita de armas, indemnizando a los herederos de Valeriano con 50.000 pesetas y a Eusebio con 5.000. La acusación particular solicitó la pena de 30 años de reclusión mayor por el asesinato consumado y de 20 por el frustrado, con 80.000 y 5.000 pesetas de indemnización, respectivamente, a las víctimas.

La defensa intentó, en vano, calificar los hechos como homicidio y lesiones menos graves, solicitando la absolución por la eximente de legítima defensa por cuanto «el procesado tenía la convicción de que los hermanos se acercaban a él armados con actitud agresiva», motivo por el que disparó «para tratar de repeler la agresión inminente, directa y actual del momento en que esta iba a producirse», y asumiendo sólo una pena por delito de tenencia ilícita de armas. 

La sentencia fue inapelable: admitiendo que las relaciones entre el agresor y sus víctimas no parecían ser cordiales (más al contrario, estaban colmadas de viejas rencillas), se estimó que Eutiquio realizó cuatro disparos que acabaron con la vida de Valeriano e hirieron a Eusebio. Y se condenó al procesado como autor responsable de un delito de homicidio consumado, otro frustrado y uno más de tenencia ilícita de arma de fuego a una pena total de 21 años de prisión y a una indemnización de 85.000 pesetas. Tuvo mucho tirón aquel número del semanario El Caso: los lectores siguieron con enorme atención cada detalle. No está muy claro si Eutiquio se sintió en algún momento como Gary Cooper en Solo ante el peligro tanto el día de marras como los que discurrieron durante el juicio. Sí parece claro que, en adelante, la soledad le acompañó de continuo, día tras día, semana tras semana, en la lóbrega celda de la prisión en que cumplió condena. 

*Fuentes; Archivo DB; El Caso; Crónica negra de Burgos II, de María Jesús Jabato.