Javier de Domingo se pregunta por qué él. Por qué un hombre sano, joven y en forma se convirtió en «un niño», incapaz de valerse por sí mismo, tras una infección por SARS-CoV-2 a la que sobrevivió, pero que se ensañó con su organismo. Y así lo evidencian las cifras de su historial médico: cinco meses y medio de UCI (la mitad de los cuales estuvo sedado), casi cuatro en planta de Neumología, siete operaciones, cuatro neumotórax, tres paros cardíacos y, al final, un trasplante de pulmones. «Pero ella fue quien peor lo pasó», dice, mirando a su esposa, María del Mar Cámara.
A este matrimonio se lo pusieron muy negro más de una vez, pero los dos coinciden en que «nunca nos despedimos, porque «siempre pensamos que salía». Se aferraron a la esperanza y a los sanitarios del HUBU, para quienes no tienen más que agradecimiento: «Lo suyo no es trabajo, es una vocación».
De Domingo era director de Correos en Burgos cuando empezó la pandemia y, del principio, recuerda «la incertidumbre» y que estuvo mes y medio de baja «porque me encontraba mal, con dolor de garganta y de cabeza». Pero se recuperó y retomó su vida. Hasta octubre del 2020, cuando cogió vacaciones y volvió a sentirse mal, con sudores y dolor de espalda, pero sin fiebre. Dos veces fue a Urgencias y el test dio negativo a infección por coronavirus. E incluso cuando la radiografía mostraba una neumonía bilateral propia de enfermos de covid, la PCR volvió a dar negativo. «Y ya no podía respirar», afirma él, que lo último que recuerda es estar esperando cama y luego, ya, despertar en su cumpleaños. «Las enfermeras me felicitaban y yo pensaba que qué raro, porque mi cumpleaños es en enero: me había quedado en octubre del 2020», cuenta.
No es la primera vez que De Domingo cuenta en Diario de Burgos su experiencia con la covid; lo hizo al salir del hospital en 2021, tras nueve meses de ingreso. Pero la persona que habla hoy nada tiene que ver con aquel hombre, que iba en silla de ruedas y necesitaba oxígeno para todo. «La vuelta a casa fue muy dura. Y eso que copié todas las adaptaciones que tenía el hospital y le dio seguridad», cuenta María del Mar, sin obviar que, sin embargo, la sensación de ahogo le hizo mella. «Estuve dos años y medio con la silla de ruedas y el oxígeno; hasta que llegó el trasplante. Y me deprimí mucho, porque veía que iba a peor y que cada vez le daba más trabajo a Marimar; era como un niño y sufría, porque me sentía inútil», explica él, «que es muy optimista. Pero su cabeza se iba a la persona que era diez meses antes, cuando estaba como un toro. Y, en ese momento, no podía caminar de la habitación al baño».
La llamada de Valdecilla para el trasplante fue una mezcla de acojone y valentía»
Al necesitar oxígeno las 24 horas más de dos años después de salir del hospital, los neumólogos del HUBU le plantearon la opción del trasplante pulmonar. Como no tenía nada que perder, dijo que sí. «Tuvimos seis meses de pruebas en Burgos y luego ya fuimos a Valdecilla (Santander), donde lo admitieron y le hicieron pruebas otros seis meses, hasta que lo consideraron apto para el trasplante y entró en lista», recuerda Marimar. Y 5 meses después sonó el teléfono para decir que había donante compatible. «Fue una llorera... Y una mezcla de acojone y valentía al mismo tiempo; una sensación extraña: quieres y no quieres. Pero no me despedí, porque yo, sí o sí, salía», afirma él.
A las 19.00 horas empezó la cirugía y a las 05.00 horas terminó y no sin complicaciones. «Tuvo otro paro cardíaco y me dijeron que podía tener daños cerebrales, despertar en 15 días o no despertar», dice ella, matizando que, sin embargo, a los dos días volvió en sí. «Sentía el peso de una roca en el pecho, pero me dijeron: 'Javier, estás respirando por tu cuenta'», rememora, destacando que lo más impactante fue que nada más trasladarlo a planta le pidieron que subiera a la bicicleta estática «y, llorando de alegría, me di cuenta de que pedaleaba».
De Domingo volvió de Santander con una pauta de 30 pastillas al día, que añadía a la medicación que ya tenía prescrita.«En un año tomé 16.000 pastillas, pero eso me ha salvado la vida», afirma, señalando que lo que más le costó fue volver a andar. «Desde hace año y medio sí puedo decir que soy otra persona», admite, sin olvidar, no obstante, que le han quedado secuelas a causa de la covid: «Como tuvieron que ponerme tanta anestesia y tantos corticoides tengo afección en los músculos, las venas... Tengo neuropatías y una osteoporosis de caballo, que controlo porque hago las cosas bien, pero no puedo correr ni saltar». Y a esto añade, como otros muchos pacientes, una cierta «niebla mental» y pérdida de atención.
Lo de los equipos médicos del HUBU no es un trabajo, es vocación. No tenemos más que agradecimiento»
La covid provocó también que a De Domingo acabaran concediéndole una gran invalidez y, por tanto, jubilándolo antes de lo que había previsto. «Ahora ya me he hecho a la idea. Me fastidió irme así, pero ha sucedido de esta manera y ya está. Vivo», comenta.
A día de hoy, este donostiarra «medio burgalés» de 63 años ha mejorado lo bastante como para tomar entre 14 y 17 pastillas al día. Y el año pasado, y por primera vez desde la pandemia, la pareja se fue de vacaciones a la playa. «Cuando me metí al mar no me lo podía creer. Fue muy emocionante», admite, antes de añadir que también ha vuelto a conducir.
La vida sigue, pero si algo destacan es que eso se lo deben al equipo de la UCI y de Neumología del HUBU -la lista de agradecimiento es tan larga que no cabe-, al personal de trasplantes de Valdecilla y, por supuesto, a los donantes de órganos. «¡Gracias!», concluyen.