La época de bonanza del sector de la construcción hizo que los oficios relacionados con él sufriesen unos años dorados. Este es el caso de los carpinteros y ebanistas que, en esta etapa de carestía de encargos, están viendo como se reducen mucho sus clientes y deben buscar trabajos relacionados con otros ámbitos de la sociedad. Un buen ejemplo lo tenemos en uno de los talleres de ebanistería de la capital ribereña, Hijos de Ángel Pérez, que ha encontrado en los encargos religiosos una salida para poder seguir trabajando.
Tras haber demostrado la valía de sus trabajos en obras como el artesonado del Humilladero de Aranda, que hubo que reconstruir tras el incendio que le afectó, o el del camarín de la ermita de patrona arandina, los encargos no les están faltando. Uno de los más llamativos, por lo inusual de la petición y la complicación del diseño, fue la decoración del retablo gótico de la iglesia de San Mamés de Villatuelda. Las tablas se habían restaurado, devolviendo su esplendor a las pinturas flamencas, pero se encontraba sin un marco que los vistiera.
«Esto es un desafío porque no tiene nada que ver este trabajo con otros que he hecho, los estilos y las épocas no tienen nada que ver», comenta Ángel Pérez, uno de los propietarios de la ebanistería. Para acertar con un diseño adecuado al tipo de retablo, se inspiraron en libros de arte y, más en concreto, en el retablo de Santa Ana, proveniente de la iglesia de San Nicolás de Bari de Sinovas pero que ahora se encuentra en Argentina, aunque en un principio el diseño no era así. «Primero les hice un diseño moderno porque ya no se lleva lo antiguo, lo rechazaron e hice uno clásico, que obliga a hacer algo que se parezca si no es igual, lo que te hace buscar y remover en los libros de historia, documentarte», recuerda Pérez.
Este encargo peligró porque Tórtoles de Esgueva, a quien pertenece la parroquia de Villatuelda, no podía sufragar el coste. Pero se encontró a un mecenas, Ismael Muñoz Arroyo, natural de la localidad, que pagó todo el trabajo. Las labores se llevaron a cabo sobre todo en el taller y, una vez terminado, se montó en la iglesia. Han sido tres meses de trabajo con cuatro personas dedicadas a ello.
A pesar de la complicación técnica y de diseño de este tipo de encargos, los ebanistas disfrutan con ellos y se dan cuenta del valor de las obras clásicas. «Empiezas a comprender el gran valor que tenían los clásicos, cómo lograban sin los medios que tenemos ahora conjuntos con ese valor estético que vemos en las grandes obras», comenta el artista, que reconoce que «esto es más gratificante que hacer puertas de armarios empotrados porque sé que lo va a disfrutar mucha gente, va a ser respetada y va a perdurar en el tiempo».