"El miedo era ver caer compañeros. No podíamos permitírnoslo"

GADEA G. UBIERNA / Burgos
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5 años de la pandemia en Burgos | En la primera ola, Anestesia se volcó en el cuidado de críticos por la covid y también de los pacientes no infecciosos: «Había otras patologías que operar»

Juan Manuel de Rodrigo e Irene Arenas, jefe y supervisora de Anestesiología en el HUBU. - Foto: Alberto Rodrigo

El jefe de Anestesiología en el HUBU, Juan Manuel de Vicente, recurre a un símil muy gráfico para explicar su sentimiento a comienzos de la pandemia: «La realidad nos superaba día a día y, como habíamos programado las cosas antes de que sucedieran, teníamos la sensación de un toro en Sanfermines: se acerca, se acerca y tú intentas ir por delante, pero tienes el pitón detrás. Y algún día el pitón nos rozó». Burgos, para bien o para mal, fue la avanzadilla en la Comunidad, con un primer hospitalizado el 2 de marzo, en Miranda, y al día siguiente, en el HUBU. Pero, tiempo antes, cuando ya había explotado la pandemia en Italia, De Vicente y su colega en la UCI, José AntonioFernández Ratero, recorrieron las instalaciones para hacer inventario; contaron respiradores -reciclaron incluso del Divino Valles-, bombas, espacios físicos y fármacos. Hicieron pedidos tildados de «salvajada» en principio y agotados después «en una semana». Ahora, cree que esa previsión fue clave para no colapsar: «Hicimos un plan de gestión bien ajustado, para ir por fases y ocupando espacios para críticos: primero la UCI, luego nuestra unidad de críticos y las URPAS, los quirófanos y los pasillos de quirófanos». Y el plan se cumplió.

Tanto De Vicente como la supervisora de Enfermería, Irene Arenas, coinciden ahora en que lo peor, ese día en el que el pitón rozó, fue el 27 de marzo de 2020. «Llenamos el espacio de críticos de la URPA (Unidad de reanimación post anestésica) y tuvimos que extendernos», dicen, en alusión a la ocupación de los quirófanos del bloque C con pacientes críticos por la covid y, luego, de los pasillos. «Estábamos sin opción de tratamiento y lo malo era que trabajábamos fuera de nuestro campo; con una patología que vemos, pero que no es lo nuestro y en un medio contrario, en un pasillo con biombos, con personal no entrenado y escasa protección», comenta De Vicente, antes de matizar que, sin embargo, «ese mismo día en que se pasó 'el Rubicón'» empezó a reducirse la sensación de incertidumbre porque «llegamos a la cresta de la ola y vimos que lo podíamos dominar».

La alusión a la preparación del personal se debe a que en aquellas primeras semanas de pandemia se reclutó a todas las enfermeras con alguna experiencia previa en el cuidado de críticos. «Se intentaba que tuvieran una mínima formación y vino gente que llevaba muchos años fuera de intensivos. Fue un volumen tan brutal y diverso, con personal próximo a la jubilación y otros recién incorporados, que a veces era una situación un poco complicada», admite Arenas, no sin destacar que «el personal fue de diez; se dejaron la piel y yo es lo mejor que he sacado de la pandemia, además de los pacientes que salieron adelante».

La entrega del personal fue de 10. Eso y quienes salieron adelante fue lo mejor»

Irene Arenas todavía se emociona al recordar el miedo que le producía pensar que sus compañeras podían contagiarse y enfermar de gravedad. «Yo entraba de vez en cuando en 'la trinchera' -por la zona covid de la URPA- pero ellas pasaban todo el turno y con algunas he trabajado toda la vida;me daba pánico que les sucediera algo», admite, mientras De Vicente asiente y añade que «el miedo era ver caer a los compañeros y ocurrió. Y se juntaba lo emocional con lo práctico, porque éramos pocos, no dábamos abasto y no podíamos permitirnos bajas». Pero, reitera, «la entrega del personal fue mágica».

De Vicente no era todavía jefe de Anestesiología, pero se comportó como tal y, de hecho, desde el principio formó parte del equipo covid del hospital; el grupo de jefes que evaluaba y tomaba decisiones. Un equipo en el que afirma que ejerció de «Pepito Grillo». Porque pasada aquella semana entre el 28 de marzo y el 4 de abril en la que el HUBU se juntó con 55 críticos por covid a la vez -cifra máxima en toda la pandemia- se evidenció con más intensidad algo en lo que De Vicente insistía: «Moría gente por covid, pero había otras patologías que operar y no solo tumores». Y siempre ponía el mismo ejemplo: «Un desprendimiento de retina crea un ciego, que es un daño personal y humano, pero también económico y social. Es una tragedia y había que darle salida». Así que «nos empeñamos» y, recalca, «se consiguió que en el HUBU hubiera todos los días actividad quirúrgica para la urgencia, lo oncológico y lo imprescindible». Algo que no todos los hospitales hicieron y que suponía más carga de trabajo: a los 17 críticos por covid que atendían en su 'trinchera' y a los instalados en los quirófanos y antesalas, añadieron a todos los no infecciosos. «Andábamos muy justos de personal, pero ya digo que contamos con una entrega increíble.Salió lo mejor y, en algún caso excepcional, también lo peor de las personas», recuerda De Vicente.

Estábamos sin tratamiento y en un medio hostil: en un pasillo y con escasa protección»

El agradecimiento del jefe y de la supervisora de Anestesiología no es exclusivo para el personal sanitario, sino extensivo y específico para las limpiadoras -«asumieron algo tremendo»- y los reponedores de almacén - «sin ellos no hubiéramos hecho nada»-. Y ahora que es momento de echar la vista atrás, lamentan que «como personas hemos aprendido mucho, pero como sociedad y Administración creemos que se le debería haber sacado más partido».