En Neumología del HUBU aseguran que «no estamos acostumbrados a que se nos mueran los pacientes». Lidian a diario con la muerte, pero lo habitual es que sean desenlaces esperables por causas concretas. Así era hasta la irrupción de la enfermedad del coronavirus, la covid, que provocaba empeoramientos tan rápidos como incomprensibles. «Eso fue lo peor, el agobio tremendo de ver que se te ponía malo en dos horas y no saber por qué», afirma la jefa, la neumóloga Carmen Fernández, matizando que «estamos habituados a diagnosticar, a poner el tratamiento y a tener tiempo para resolver un problema». Y eso cambió con la pandemia: personas que llegaban a Urgencias caminando y con el oxígeno en sangre al límite, estaban intubadas en la UCI solo 12 horas después.
El también neumólogo Javier Minguito coincide en que «no habíamos visto evoluciones tan catastróficas», y a eso añade el desconocimiento generalizado acerca de cómo abordarlo: «No estaba estandarizado el uso de corticoides para el distrés respiratorio y tampoco el uso de sistemas de alto flujo en este fallo respiratorio. Fueron días de mucho estudio y aprendizaje». Algo que enfermeras como Blanca Martín tuvieron que asimilar casi sobre la marcha. Por ejemplo, con el uso de algunos respiradores. «Se esforzaron mucho en enseñarnos, pero no había tiempo para practicarlo», cuenta Martín, mientras los dos neumólogos destacan que tan rápido y tan bien lo entendieron que «la enfermería ha salvado vidas a lo bestia, porque tuvieron una capacidad de aprendizaje, reacción y manejo impresionantes. En cuanto detectaban que el paciente empeoraba, no esperaban: corrían a poner el soporte».
Esta medida también fue impuesta por lo impredecible de la covid: no solo es que el paciente empeorara a velocidad desconocida, es que tampoco se daba cuenta. «Se desaturaba y se fatigaba, pero no eran conscientes de ello y se ponían malos en un abrir y cerrar de ojos», recuerda Martín.
El desconocimiento y el miedo llegaron a hacer mella en este servicio de primerísima línea, junto con Urgencias, la UCI, Anestesiología y Medicina Interna. «Hemos llorado mucho, por dentro y por fuera. Cada vez que se abría una planta que nunca había tenido covid y había que enseñar a las enfermeras a ponerse el EPI, cuando venían los compañeros que no eran de tu especialidad... Pero había que hacerlo para luego seguir», puntualiza Carmen Fernández.
En este servicio se consideran «privilegiados» por el respaldo constante de la dirección del hospital a todo lo que se demandaba. Y, ahora que toca recordar, consideran que una de las mejores medidas fue la creación de los equipos multidisciplinares para la asistencia en las plantas de aislamiento. «Demostramos que en esta era de las superespecializaciones podemos trabajar en equipo, colaborando con otros compañeros», apunta Minguito.
Los dramas por el aislamiento son heridas que nos llevaremos. Pero estábamos ganando tiempo»
En sentido contrario, de cara a la próxima pandemia -que no se sabe cuándo ni cómo, pero sí que sucederá- creen que lo prioritario sería pecar de exceso de precaución. «Es que al principio hubo cierto escepticismo y discordancia entre los compañeros sobre la dimensión», dice Minguito, atribuyendo esta reacción a la anterior declaración de pandemia por la OMS, en 2009, con la gripe H1N1. «Tuvimos ingresos en julio, agosto y septiembre, que no había pasado nunca con la gripe, pero en términos de mortalidad, no fue para tanto. Y eso despistó», admite. Y en el capítulo de 'mejorables', Minguito alude también a lo que, para él, fue lo peor de todo: «Los dramas personales por tener que estar en aislamiento en la habitación. Son heridas que nos llevaremos y, para la siguiente, a ver si se puede gestionar de otra manera. Pero no es una crítica; en aquel momento, quizá no se podía hacer de otra manera. Es como lo de estar en casa: consideraciones legales aparte, con una enfermedad y una tasa de propagación desconocidas, lo que hicimos fue comprar tiempo».
Tiempo para aprender cómo manejar la enfermedad. Y para detectar los factores de riesgo y poder adelantarse a ese agravamiento feroz. «Veíamos tanto, que fue medicina basada en la experiencia», añade Fernández, quien, a día de hoy, se sigue sorprendiendo por la covid. La diferencia es que ahora lo hace para bien. «La alegría que me llevo es que pacientes muy fastidiados han recuperado a los dos años. Y a eso tampoco estábamos acostumbrados», dice, matizando que, «antes, lo que radiológicamente no se había recuperado en seis meses eran lesiones crónicas. Y con la covid, vemos que resuelve. O que, aunque la imagen muestre lesión, clínicamente está mejor».
Sigue quedando un porcentaje de personas con 'covid persistente', «para las que no tenemos recursos terapéuticos», porque, en este caso sí, la enfermedad del coronavirus sigue jugando al despiste. «Las pruebas son normales, pero su sentimiento de fatiga o de niebla mental son reales y solo hay rehabilitación neurológica y respiratoria», lamenta la especialista.
En cambio, al mismo tiempo destacan que a la pandemia hay que agradecerle la disponibilidad de respiradores y terapias de alto flujo «de los que ahora se benefician muchísimos pacientes». Pero si en algo coinciden los tres sanitarios de Neumología del HUBU es que lo mejor de la larga crisis sanitaria fueron y son los pacientes recuperados. «El día en el que empezamos a dar altas dijimos: 'Sí, se puede'. Incluso con pacientes muy mayores». Y a los recuperados y al trabajo en equipo - «todos a una»- añaden las vacunas, que fueron el punto de inflexión: «Cambiaron el número de ingresos y la tipología. Jamás pensamos que fueran a tener una eficacia tan rápida».