La carrera médica del exjefe de Urgencias del HUBU, Francisco Callado, empezó con la crisis de la colza y terminó con la de la enfermedad del coronavirus. Entre medias vivió la del VIH - «que al principio daba mucho miedo porque no se sabía la forma de contagio»-, la de las 'vacas locas', la pandemia por la gripe H1N1 en 2009 o la del ébola, en 2014, que fue «la que más miedo me dio, porque la muerte era casi segura».
Jubilado a finales del año pasado, recuerda del comienzo de la emergencia que «empezamos a ver neumonías raras y lo comentábamos entre nosotros, pero sin saber lo que pasaba». Lo anormal de esas radiografías era que «las neumonías, normalmente, tienen una condensación que suele ser única y en un pulmón. Pero en este caso era como un parcheado por los dos pulmones».
La covid irrumpió en un momento en el que Urgencias tenía falta de médicos y las cuarentenas preventivas duraban dos semanas. «Cada día éramos menos, pero pasamos de ver 400 urgencias diarias a unas 70 u 80, porque la gente tenía miedo de contagiarse y no venía», dice, antes de matizar -como ya hizo en su momento- que «también veíamos que la gente con otras patologías llegaba grave y en malas condiciones».
Antes de que se declarara pandemia recuerdo que ya veíamos neumonías raras»
Del inicio destaca igualmente que «la protección era nula» y que «teníamos que trabajar con lo que había», pero apunta que «también fue cuando vimos lo mejor de cada uno, porque todo el mundo estuvo dispuesto a dar el 100% y como fuera». De hecho, destaca que «hizo que estuviéramos más unidos».
Pasados 5 años, este urgenciólogo supone que «me estresó, porque se asociaron otros temas personales», pero «no recuerdo haberlo vivido con excesiva angustia». Sí admite la preocupación en «los días malos, que fueron bastantes, en los que venía mucha gente, que empeoraba muy rápido y para la que no sabías si tenías cama ni respirador». De hecho, destaca que hubo gente con una evolución tan rápida que «murieron en los boxes y solos, lo cual era una carga emocional añadida».
A esto suma «la impotencia» de no tener medicación para dar a los pacientes que llegaban menos graves, «porque no había nada y eso sí te machacaba la cabeza. Pero pasaba en todo el mundo y asumías que lo único que podías hacer era cribar bien al que estaba mal para que no se volviera a casa».
Vimos lo mejor de cada uno, porque todos estaban dispuestos a dar el 100% y como fuera»
De hecho, una de las medidas adoptadas para facilitar este cribado fue la instalación de una carpa en el aparcamiento de Urgencias en la que se atendía a los casos leves de covid y en la que colaboraron facultativos de otros servicios, «porque los urgenciólogos estábamos a los graves».
Cree que el hecho de haber salido cada día de casa y haber tenido la oportunidad de hablar con los compañeros, a pesar de la situación de irrealidad tanto en el hospital como en la calle, le ayudó a normalizar. «En más de 40 años de trabajo es una cosa más. Y otras crisis que vendrán», concluye.