Los excepcionales hallazgos, junto a la ermita de Montes Claros de Ubierna, de los sarcófagos que contenían los restos de una pareja que -se ha sabido ahora gracias al carbono 14- vivió a caballo entre los siglos VI y VII, es una pieza más en el complejo puzle que constituye la presencia visigoda en la provincia de Burgos, siempre envuelta en una nebulosa y colmada de misterios y contradicciones, como lo acredita el hecho de que se haya puesto en solfa hasta el origen visigótico de la ermita de Santa María de Quintanilla de las Viñas, en Tierra de Lara. Sin embargo, hay vestigios de la presencia en la provincia de los -en su día- llamados bárbaros, aquellas tribus germánicas que acabaron con el Imperio Romano. Los primeros germanos que entraron en la península ibérica a comienzos del siglo V fueron los vándalos, los suevos y los alanos, que serían después 'borrados' por los visigodos. El Museo de Burgos, que es el lugar idóneo para conocer nuestra historia, atesora piezas de esa época a las que, sin duda, se sumarán las encontradas en los singulares enterramientos de Ubierna.
Desde los primeros asentamientos visigodos de finales del siglo V hasta la invasión musulmana (711-725) transcurrieron más de 200 años en los que los germanos se fundieron en un único pueblo con los hispanorromanos. La cultura y civilización romanas, explican en el Museo de Burgos, no fueron interrumpidas por los recién llegados, pudiéndose afirmar que el mundo visigodo es una perfecta continuidad del mundo tardorromano. Esta población visigoda dejó en la provincia huellas arqueológicas en lugares como Amaya, Barbadillo del Mercado, Castrillo del Val, Clunia, Hinojar del Rey, Mijangos, Quintanilla de las Viñas, Rupelo, San Millán de San Zadornil o Santo Domingo de Silos. Y ahora, también, en tierras de Ubierna.
En el Museo de Burgos, la cultura material de esta época está representada por piezas de uso personal, como los broches de cinturón de Amaya y La Vid o las hebillas y fíbulas de Briviesca, y objetos de uso ritual, como los osculatorios y vasos litúrgicos de Rupelo y Quintanilla de las Viñas. «Especialmente notable es el anillo signatario de oro encontrado en Amaya. Presenta un chatón circular con tres pequeñas esferas a cada lado. En el centro aparece un ave y, a su alrededor, la leyenda + SABATAR.CE.
En su estudio La Castilla germánica (Institución Fernán González, 1973) José María Sánchez Diana trata de arrojar algo de luz a la historia y la presencia visigoda en tierras burgalesas. «La formación del Estado Germánico en nuestras tierras es complicada y confusa. No tenemos datos precisos. Hay que espigar trabajosamente noticias y restos para saber cómo se vivía en los páramos, en las orillas de los ríos y en las montañas. El siglo V es un giro cultural tan profundo, que nos deja aún asombrados pensar en tal situación: el vacío social y político convierte casi en tierra incógnita nuestro alfoz burgalés. Por el oeste, el núcleo fortísimo de los suevos aumentaba la confusión hispánica sin un centro director de la Península».
El historiador apunta que la lucha de las tribus germánicas godas contra los suevos «seguiría las conocidas calzadas de Sasamón y Clunia para ir a Palencia y Astorga. (...) En tales ires y venires, no encontramos nombres seguros, si acaso los de los caudillos a los que la tradición llama Reyes, que son cabezas de linajes y de estirpes guerreras eme se imponen por la fuerza de las armas, la intriga, la conspiración o la presión del grupo tribal. Van desapareciendo los apellidos de los conquistadores y de los conquistados. Sólo apuntamos agrupaciones combatiendo entre sí y que no tienen sonrojo alguno por carecer de espíritu nacional y piden socorro, si se tercia, al extranjero para solventar sus problemas de política familiar. Francos y bizantinos alternan en las disputas familiares y dinásticas de las distintas agrupaciones. Por encima de estas discordias, el pueblo Hispano Romano, identificado con su Iglesia. Pugnaba en abrirse paso dentro de su Cristianismo Católico, distinto del Arriano Godo. Más por la razón que por la fuerza, querían establecer un lazo de unión en los espíritus. Roma había dejado una influencia sedante en la belicosidad hispana. Sólo en los nucleos del Norte había fermentos agresivos. La resistencia española a la invasión germánica fue meramente simbólica».
Así, señala Sánchez Diana que de aquella invasión sólo los cántabros y los astures lucharon del lado de los romanos «pero su resistencia fue vencida y como una mancha de aceite penetrarían entre las sierras buscando el valle de las calzadas romanas. Mientras los suevos irían por el noroeste extendiéndose hacia los ríos de la meseta del Duero, nuevos empujes germánicos contrarrestarían esta presión por el nordeste. La futura Castilla caería en sus manos y sería zona de fricción. La invasión es fácil de seguir, si pensamos en las vías clásicas. Los restos romanos hablan por sí solos. De Pamplona al alto Ebro, buscando los valles de Treviño, Trifinium, según García Rámila, por encontrarse en un punto de comunicaciones. (...) Cruzados los desfiladeros de Pancorbo, el avance por la llanura de la Bureba sería el paso próximo. La epigrafía hallada, así como algunos restos, demuestran su asentamiento en distintos sitios de la actual provincia de Burgos, como Poza de la Sal. El itinerario de Briviesca a Suessatio, es decir, en el camino inverso a la romanización. Por las calzadas de la Rioja, se entraría en otro territorio, marcado por los puntos de Arauzos, Tabladillo, Silos, Salas de los Infantes y el Pedroso. Es la misma ruta de los musulmanes siglos adelante, pensando en la invasión del reino de Pamplona. Por fin, entrarían en la agotada Clunia. De Clunia a Interacio y ya las vías romanas del alto Duero permitirían el despliegue de sus gentes en dirección oeste y norte hacia Cantabria».
Unificación. Lo que es hoy es Castilla, apunta el historiador, estaba sometida a doble influencia, la de los suevos y a las infiltraciones de las tribus vascas y astures. Y que fue un rey visigodo el que puso fin al caos: «Leovigildo decide terminar con semejante foco inestable. No sólo contiene y vence a los rebeldes a su poder unitario, sino que para dar más fuerza simbólica a las operaciones políticas, practica en Toledo, donde solían reunirse ya los Caudillos germánicos, los actos litúrgicos de la consagración regia como se hacía en el Imperio Bizantino y acuña moneda de oro. En sus campañas, cruza nuestra provincia y vence a los cántabros, refugiados en las Peñas de Amaya. Arrincona a los vascos y funda Vitoria».