Es vox populi. Pero no por saberlo el pueblo deja de ser menos importante. Castilla y León se desangra. Y lo hace porque lleva con crecimiento vegetativo negativo desde la década de los años 80, época desde la que mueren más de los que nacen. Y eso solo sucede por razones sociológicas y vitales. En la Comunidad, cada vez reside gente más mayor, principalmente en el medio rural, donde la media de edad es ya de 55 años, empujada hacia arriba por el alto porcentaje de octogenarios en estos territorios, de un 16,1 por ciento, que es casi ocho años más que la media regional, de 47,6 años, donde menos de un 10 por ciento tiene más de 80 años.
Es decir, en localidades menores de 2.000 habitantes de la Comunidad, una de cada seis personas tiene más de 80 años, frente a la mitad de capitales de provincia (8,3 por ciento) o áreas periurbanas (3,7), según los datos recabados por Ical en el Padrón Continuo del Instituto Nacional de Estadística.
El profesor de Geografía Humana de Universidad de Valladolid (Uva), Pedro Caballero, califica los datos como “lógicos” en espacios donde no hay natalidad pero todavía algo de inmigración. “No hay otra vuelta de hoja. El porcentaje de ancianos es muy alto porque no hay otras edades más bajas que fomenten la edad media hacia abajo”. Esto que parece una obviedad, remarca el docente a Ical, será “más alarmante” si se tomara la edad mediana en lugar de la media, que es el índice que utilizan las Nacionales Unidad (ONU). “En las zonas rurales se dispararía porque es más precisa, porque habla de en qué punto hay más gente por encima que por debajo. En las zonas rurales sería más alta que la edad media, porque los grupos más numerosos están por encima de esos 55 años”, sostiene.
De hecho, vaticina que se puede dar la paradoja de que en algún momento dado incluso el índice de envejecimiento “llegue a bajar un poco porque las generaciones más numerosas son las que tienen entre 60 y 65 años”. “A corto y medio plazo se extinguirán esas poblaciones más numerosas, los octogenarios, y no se recuperará el espacio de la generación que llega por detrás”, advierte.
Caballero considera que en muchas zonas de la Comunidad “se ha compensado la escasa natalidad con inmigración, pero principalmente en las urbanas o en pueblos cercanos”. “No hay potencial reproductor en los pequeños municipios. No hay mujeres de entre 15 y 49 años prácticamente. Algún ayuntamiento puede poner en marcha medidas puntuales para el fomento de la natalidad, pero no como conjunto, porque la dinámica demográfica es otra. Son casos aislados”, matiza.
Esta diferencia entre medio rural y urbano se deja ver no sólo entre municipios, sino también entre provincias. Así, la media de edad oscila entre los 45,9 años de Valladolid y Segovia y los 50,95 de Zamora, cinco años de diferencia. Por el camino, los 46,5 años de Burgos; 47,5 de Soria; 47,8 de Ávila; 48 años de Palencia, 48,2 de Salamanca y 49 de León. Las tres provincias del oeste de la Comunidad son las más envejecidas. En cualquier caso, ninguna de las nueve provincias se acerca a la media española de 43,3 años.
Si se observa el porcentaje de octogenarios, frente a casi el 10 por ciento de la población en la media regional (cuatro puntos menos en España), las provincias de Castilla y León van desde los 7,17 por ciento de Valladolid hasta el 12,7 de Zamora.
Ni con creación de empleo
Para intentar solventar parcialmente la característica de la alta media de edad, Caballero reconoce que sería necesaria la creación de empleos en el medio rural que atraigan población, pero incluso así destaca las dificultades y pone un ejemplo. “Cuando se crean empleos de calidad o alta calidad atrae poca población en el medio rural. ¿Cuánta gente que trabaja de maestro o profesor de instituto, que son buenos sueldos, viven normalmente en las localidades en que se asientan? Montones de gente que van y vuelven a las capitales, y no son empleos ni precarios ni basura. La gente tiene sociológicamente esa forma de vivir porque en las grandes ciudades hay más servicios”, explica.
Los mismo ocurre, continúa, con los jóvenes, que “se divierten yendo al pueblo unos días y se vuelven”. “No hay capacidad de atracción laboral, sólo social y es pequeña”, ratifica.
Por ello, augura un futuro a largo plazo “impredecible”, y más con la pandemia, porque “nadie podía divagar qué pasaría con el COVID-19, que ahora se pone el foco otra vez en el medio rural”. En este sentido, apeló a la “responsabilidad de los políticos para procurar que no haya distintas categorías de poblaciones en cuanto a prestación de los servicios que disfrutan los ciudadanos”. “Pero es muy difícil, es todo imprevisible”, concluyó.