Belisario, Rebeca y el sentido de la vida

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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La vivienda para personas con VIH que sostiene económicamente el Ayuntamiento de Burgos con una aportación de la Junta y gestiona el Comité Ciudadano Anti-Sida lleva 21 años ayudando a pacientes sin recursos

Belisario, que lleva unos meses viviendo en La Encina, recibió el pasado jueves -víspera del Día Mundial contra el Sida- la visita de su hija Rebeca. - Foto: Jesús J. Matías

Es tan extraordinario lo que viene pasando en La Encina desde hace más de veinte años que resulta muy complicado esquivar la palabra milagro cuando se intenta definirlo. Ni siquiera quienes forman parte del equipo que cuida a las personas que allí viven se resisten a usar este concepto que define un hecho no explicable y atribuible a un ser sobrenatural, paradójicamente todo lo contrario de lo que representan tanto los profesionales como quienes viven allí, que son fieramente humanos. 

Por eso ocurre que personas como Rafa, cuya adicción a las drogas le provocó no solo VIH sino un coma del que salió con la mitad del cuerpo paralizada y una afasia que le impide hablar, se haya inventado un lenguaje de signos con el que se comunica perfectamente y ahora ya no sea un yonqui sino un artista. «Es increíble como está viviendo una segunda vida. Participa en la asociación Berbiquí con sus esculturas y sus dibujos», cuenta la directora de La Encina, Judit Beltrán de Otalora mientras enseña una imagen en su móvil de un autorretrato de Rafa en el que se ha pintado como una estrella del rock, lo que era antes de que la vida le atropellara.

¿Qué es lo que necesitó este ponferradino para salvar su vida? Ningún milagro sino el calor, la comida, la medicación y los cuidados de esta casa de acogida que lleva desde 2002 siendo un referente en Castilla y León -ahora ya el único- para personas a las que las drogas y, sobre todo, el sida, dejaron en los márgenes. Eso explican tanto Beltrán de Otalora como el presidente del Comité Anti-Sida de Burgos, José Antonio Noguero, y Juan Francisco Lorenzo, miembro fundador del comité y el médico que en 1981 se encontró con el encargo de enfrentarse a aquel cáncer que mataba a gays, que era como se nombraba la enfermedad en sus inicios.

Parte del equipo de La Encina y del Comité Ciudadano Anti-Sida.Parte del equipo de La Encina y del Comité Ciudadano Anti-Sida. - Foto: Jesús J. Matías

Por su consulta pasaron miles de pacientes hasta su jubilación en 2018  y se acuerda de casi todos, especialmente de Belisario, al que años después la vida le ha vuelto a poner en el camino porque ahora vive en La Encina, donde sus hijos le visitan regularmente, algo por completo infrecuente porque buena parte de sus habitantes tienen relaciones disfuncionales con sus familias.

«Crecer con un padre con sida me ha hecho entenderle y conocer La Encina ha sido comprender que no solo ayuda comer bien y vivir en una casa limpia sino el empujón que le da a una persona que está mal que le miren con dignidad y eso es lo que hemos encontrado aquí. Dignidad y amor, que es, al final, lo que hace que la vida tenga todo el sentido», dice Rebeca, una de sus hijas mayores.

Él escucha estas palabras en silencio y con un punto de emoción que probablemente se niegue a reconocer porque es un hombre «muy para adentro» como le define Rebeca, y toma la palabra para calificar de 'madres' no solo a Judit sino a todas las trabajadoras, a las que agradece que nunca le hayan juzgado.

A sus 58 vive unos días plácidos -«aquí he encontrado paz»- dedicados casi por completo a leer, y ha logrado reconciliarse con toda su prole, de la que se distanció por una serie de problemas que se intuyen en una charla en la que reconoce abiertamente sus adicciones, su larga estancia en Proyecto Hombre, su falta de autocuidados, su deterioro físico...

«Soy un viejo roquero», reconoce sonriendo con los ojos. Es así como se llama en el mundo del VIH a aquellas personas que sobrevivieron al tsunami del virus en los 80, que lograron beneficiarse de los antirretrovirales que llegaron a mediados de los 90 y que ahora se enfrentan a un envejecimiento prematuro que él y una ciudad que sigue apostando sin titubear por enfrentar la vulnerabilidad desde La Encina han dejado en las mejores manos.