Ya no hay que esperar a julio para que el campo burgalés torne en amarillo por el trigo y la cebada: de unos años a esta parte, el ecuador de la primavera ofrece cada vez más fincas en las que domina el espectacular y chillón amarillo de la colza, cultivo de rotación que se está imponiendo a otros porque prepara magníficamente la tierra para futuras siembras de cereal y, además, es rentable y cuenta con una demanda creciente. En sólo una década, la provincia burgalesa ha pasado de cultivar apenas un millar de hectáreas a superar las seis mil, como sucedió en la campaña pasada. Más o menos esta es la superficie de colza de la de este año, que se presenta halagüeña siempre y cuando las heladas o el pedrisco la respeten.
Son sus principales riesgos, como reconoce Andrés Julián Tobar Conde, agricultor del Alfoz de Quintanadueñas que hace ya unos años apostó (además de por el trigo, la cebada) por cultivar colza. Tiene 50 hectáreas de esta planta, que puede alcanzar casi los dos metros de altura. «Es un cultivo relativamente sencillo y agradecido; se siembra en septiembre y se recoge en julio. Si el año es bueno, da beneficios, porque cada vez está más demandada, especialmente fuera de España. Es cierto que hay que estar pendiente, vigilar por si fuera preciso echar algún herbicida. Se puede recoger unos 3.000 kilos por hectárea», explica. El hielo y el granizo siempre son una amenaza, a la que en algunas de las fincas de este agricultor burgalés se ha sumado una plaga de topillos, que van a mermar su producción.
La colza, que tiene un ciclo vegetativo largo, posee un sistema radicular con una raíz larga y pivotante, lo que hace de ella una plantación idónea para lograr una mejor rotación de los cultivos. Al tener una raíz tan profunda contribuye a abrir la tierra, dejándola en condiciones excelentes para sembrar trigo o cebada. «Deja una muy buena tierra para el cereal», apostilla Tobar.
Andrés Julián Tobar Conde, agricultor. - Foto: Alberto RodrigoExiste cada vez más demanda de colza en el mercado. Otra cosa es el precio al que se termine pagando el producto, toda vez que exige tantos costes como el cereal, especialmente por los fertilizantes.
Durante la campaña pasada, llegó a alcanzar en abril un máximo histórico de 1.000 euros por tonelada, pero terminó cerca de los 400, que es lo mínimo para que sea rentable para el agricultor. La guerra de Ucrania y la escasez de girasol han sido corresponsables de una buena parte del ascenso en la región de este cultivo; el resto se debe a la creciente demanda mundial de grasas vegetales para consumo humano, la necesidad de harinas ricas en proteína para elaborar piensos para el ganado, y el aumento de la producción de biodiésel en todo el mundo a partir de cultivos energéticos.
La Unión Europea es el principal productor y consumidor de aceite de colza, siendo en Alemania la grasa vegetal más consumida, por encima incluso del girasol, o del aceite de oliva. En Centroeuropa este es de uso común y fácil de encontrar por los consumidores en cualquier supermercado, algo que no sucede todavía en España. Según los datos de la Consejería de Agricultura de la Junta de Castilla y León, Zamora, con casi 10.000 hectáreas, es la provincia donde más se cultiva la colza, seguida de Valladolid, donde en la última campaña se cultivaron algo más de 8.000 hectáreas. Tras Burgos, con más de 6.000, se sitúan las provincias de Palencia, León, Soria, Segovia y Ávila.
El estigma se diluye, pero no para todos. Durante décadas, en este país la palabra colza fue sinónimo de envenenamiento. Arrastra, desde entonces, una suerte de maldición que poco a poco va diluyéndose. Sucedió en la primavera de 1981, cuando se produjo una intoxicación masiva por ingesta de aceite de colza desnaturalizado con anilina al 2% para uso industrial, y posteriormente refinado fraudulentamente para su venta como alimento. Este hecho causó la muerte de más de 300 personas en España en aquel momento, y de 5.000 hasta hoy, y dejó terribles secuelas (daños pulmonares, neurológicos y musculares, esclerodermia, debilidad y atrofia muscular, alteraciones de la sensibilidad, cefaleas, problemas oculares o dentales, depresión) a unas 20.000.
Aquellos que consumieron aquel aceite desarrollaron una enfermedad epidémica multisistémica. Esta pasada semana, muchos afectados (que superan los 10.000 actualmente) han reclamado atención e implicación a la Administración, pidiendo que se les aplique el principio de solidaridad como sucede en el caso de personas dañadas por riadas, desastres climáticos u otro tipo de catástrofes. Denuncian que se sienten estigmatizados y abandonados.