Cuando Angélica, de apenas 25 años, se bajó del avión en el que llegaba de Honduras para empezar una nueva vida en España, ya sabía que no iba a hacerlo con el tipo que la acompañaba. Lo que ignoraba es que estaba embarazada. Así que, como pudo, se deshizo de aquella pareja que la maltrataba desde hacía tiempo y llegó a Burgos donde una amiga le prestó un sitio en el que dormir. Aquí supo que la pequeña Isabella estaba en camino. No tenía papeles, no tenía dinero y compartía muy precariamente un piso. Para terminar de complicársele las cosas, la niña llegó mucho antes de lo previsto, así que la vida de esta joven de 26 años transcurrió durante mucho tiempo en la unidad de cuidados intensivos pediátricos del HUBU donde su bebé fue cogiendo el peso adecuado hasta que fue dada de alta. Ahora vive en el programa que Cáritas tiene para prestar ayuda a mujeres embarazadas o madres recientes sin ningún recurso para sacar adelante a sus criaturas, que es el único que existe en Castilla y León y que acoge a chicas procedentes de otras provincias cuando es necesario.
Lleva el nombre de Ain Karem, como el pueblo en el que, según los evangelios, la Virgen María visitó a su prima Isabel embarazada de Juan el Bautista; fue creado en 2003 como casa de acogida y en 2018 se convirtió lo que es hoy, varios pisos tutelados en los que las jóvenes llevan una vida algo más normalizada que en una casa de acogida, donde se tiene acompañamiento profesional las 24 horas del día. Aquí son más independientes «y salen mejor preparadas para llevar una vida autónoma», como explican las trabajadoras sociales responsables del servicio, Itziar Negruela y Sandra Rodrigo. En estos últimos cinco años, las viviendas han acogido a 40 mujeres y 52 menores, a las que se ha ayudado a salir adelante con la colaboración de un grupo de voluntarias que las acompañan en su día a día, que transcurre entre pañales, biberones y guarderías.
Angélica vive con dos compañeras más. Selene es de Gambia y la madre del niño más grande de la casa, Darío, de tres años. María es burgalesa y con apenas 26 ya es mamá de una niña de 10 que está al cuidado de un familiar y ahora en el piso de Cáritas saca adelante a Dylan y Rodrigo, sus mellizos, que están justo en ese momento de empezar a ser muy graciosos, a prestar atención a todo lo que les rodea y a hacer monerías. De hecho, la charla con este periódico se tuvo que interrumpir necesariamente unos minutos porque Rodrigo irguió la cabeza por primera vez, lo que fue celebrado con la algarabía imprescindible para estos casos.
Un lugar para criar en paz - Foto: ValdivielsoEs un piso muy agradable el que comparten estas jóvenes madres, que tienen una habitación individual con baño para ellas y sus criaturas. No hace mucho que se conocen pero ya han empezado a establecer entre las tres las primeras redes de solidaridad: hacer un recado en la farmacia, compartir un dulce, prestar una pequeña supervisión al niño de las otras y hasta celebrar una fiesta de cumpleaños hacen que, por momentos, parezcan una pequeña familia.
Además del cuidado exigente de unos niños tan pequeños, que en el caso de la pequeña Isabella incluye, además, atenciones específicas por su condición de prematura, todas estas chicas no quieren ser solo madres. Sus proyectos de vida pasan por formarse profesionalmente para sacar adelante a sus criaturas de forma autónoma, aunque no lo tienen nada fácil. Uno de los problemas, como les pasa a tantos jóvenes de su edad, es el de la vivienda. «Ni con todos los ahorros que tengo después de un tiempo trabajando me quieren alquilar un piso. Ven que tengo dos bebés y me ponen pegas, así no hay manera de independizarse», afirma María. Selene está matriculada ya en una escuela profesional donde se preparará para ser auxiliar de Enfermería y a Angélica le encantaría ser fisioterapeuta.
De momento y mientras todos estos planes se sustancian, están volcadas en el cuidado de los hijos, ayudadas no solo por las técnicas de Cáritas que elaboran un plan personalizado para cada una de ellas sino también por las 15 voluntarias del programa que se alternan para acompañar a las chicas a hacer todo tipo de gestiones, tener ratos de confidencias y, sobre todo, «darles mucho cariño», como dice Mariángeles, que es una de ellas. Conoció Ain Karem hace 14 años en un curso de Cáritas de formación para el voluntariado: «Pidieron gente para acompañar por las noches a las chicas porque entonces era una casa de acogida y yo me apunté. Fue una experiencia muy positiva, tanto que a día de hoy sigo con ellas y he podido ver la evolución a mejor que han hecho la mayoría».
Mariángeles afirma que casi todas arrastran una mochila emocional muy pesada para la corta edad que tienen, que han tenido vidas muy complicadas y que lo que intentan inculcarles es la importancia de tener un futuro profesional. «Aún tengo contacto con algunas del principio y me da mucho gusto ver cómo la mayoría ha salido adelante», cuenta. Ellas también están felices con las voluntarias, a las que ven como hermanas mayores a las que poder contar sus cuitas en un ambiente de paz y de comprensión como, quizás, no han tenido nunca. En Ain Karem, las mujeres cuidan de las mujeres. ¿Los padres? Ni están ni se les espera.