Un verdugo de cómic

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Sergio Izquierdo y Javier Martínez Sancho firman 'La hija del verdugo', un relato gráfico que cuenta la historia de Gregorio Mayoral Sendino, burgalés que ejerció durante décadas la siniestra profesión de verdugo

Un verdugo de cómic - Foto: Javier Martínez Sancho

Gregorio Mayoral Sendino. Así se llamaba el que es considerado uno de los más famosos verdugos de la oscura historia de España, aquella de la pena de muerte por garrote vil. Era de Cabia, dio matarile a criminales tan famosos como Angiolillo -el anarquista que mató al presidente Cánovas del Castillo-, y por su cuenta y riesgo, en aras de ahorrar sufrimiento al reo de turno al que debía expulsar de este mundo, perfeccionó el siniestro artilugio, que él denominaba, con humor negrísimo, la 'guitarra' en referencia a la maleta en la que portaba el mortífero instrumento. Sobre este singular personaje, en el que según algunos autores se inspiró el personaje de aquella obra maestra del cine que es El verdugo, de Berlanga y Azcona, acaba de publicarse La hija del verdugo, cómic con certero guion de Sergio Izquierdo e ilustraciones -fantásticas- de Javier Martínez Sancho.

La obra, que ya puede adquirirse en las librerías de Burgos y que se presentará el jueves 16, en la librería Viñetas (a las 20,00 horas), pretende, según sus autores, adentrarse «en uno de los personajes más tenebrosos, desconocidos e incomprendidos de la historia de Burgos a través de un relato en viñetas protagonizado por su propia hija, Valentina. Una niña que, huérfana de madre y señalada por la profesión de su padre, nos sumergirá en algunos de los momentos más desgarradores de la dilatada carrera profesional de este burgalés que se ganaba la vida como 'artesano de la muerte', con el garrote vil como principal herramienta». 

Mayoral Sendino fue el verdugo titular de la Audiencia de Burgos durante varias décadas. Nacido en 1863 en el seno de una mísera familia que pronto se trasladó a la capital para seguir malviviendo, intentó ganarse la vida de todas las maneras. Antes de convertirse en el tipo que despachaba a los criminales al otro barrio, fue pastor, zapatero, peón de albañil e incluso hizo sus pinitos en la milicia, pero nunca se acostumbró a la disciplina castrense. De tal manera que al verse un día sin trabajo y al cargo de una madre anciana, no rechazó la poco tentadora oferta que un abogado amigo de la familia le planteó un día: presentarse a un puesto del Estado que había quedado vacante y que no estaba mal remunerado: 1.750 pesetas anuales. Mayoral Sendino no se anduvo con remilgos ni escrúpulos, y contra el deseo de su madre, se hizo con la plaza de verdugo. Gregorio asumió siempre su oficio con naturalidad, como si despachar a los condenados fuera un ejercicio tan natural y cotidiano como tramitar un expediente de aguas, tal y como confesó en cierta ocasión al periodista Leonés Ricardo Gullón.

Hay más testimonios que reflejan la normalidad con la que el verdugo burgalés se enfrentaba al hecho terrible de dar muerte a un reo. Entrevistado en otra ocasión por José Samperio, respondió, quitándole cualquier atisbo de hierro al asunto, que él sólo trataba de cumplir órdenes, siendo más grave la sentencia que el cumplimiento de la misma. Otro sí: siempre habló con entusiasmo de las mejoras que logró introducir en el mortal instrumento que manejaba: «No hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos...».

Además de ejecutar al citado magnicida, despidió en el patíbulo a los tres ladrones y asesinos que asaltaron un tren en el que fue conocido como 'El crimen del Expreso de Andalucía'. Conocido entre la profesión como 'el abuelo', falleció en 1928 con 65 años con la conciencia tranquila y en paz.