Curas afrancesados perseguidos por sus vecinos; rivalidades políticas pueblerinas entre liberales y realistas; pleitos judiciales de las villas contra maestros hambrientos y menesterosos; violentos enfrentamientos, motivados por los mojones de las jurisdicciones locales; labradores enriquecidos comprando terrenos municipales, vendidos con urgencia por los concejos, para sufragar los gastos de la Guerra de la Independencia; promesas incumplidas de matrimonio o luchas intestinas entre hermanos por el disfrute de las herencias paternas. Todos estos, y otros muchos aspectos, referidos a la vida cotidiana de los riojanos del siglo XIX, se tratan en el artículo publicado por el historiador Juan José Martín en el último número de la revista Berceo, editada por el Instituto de Estudios Riojanos.
Para ello, este doctor en Historia utiliza una fuente básica para estudiar la época contemporánea: los protocolos notariales. Documentos que, si bien se refieren a una treintena de localidades riojanas, fueron realizados por escribanos de pueblos burgaleses, como Cerezo de Río Tirón o Redecilla del Camino.
Los miles de legajos analizados por este historiador posibilitan un acercamiento sutil a los profundos cambios económicos y sociales que se operaron en el primer tercio del siglo XIX en las zonas rurales españolas, y que trajeron consigo el final del Antiguo Régimen y la progresiva consolidación del sistema liberal. Por otro lado, sus descubrimientos revelan el mantenimiento de la influencia del clero en la vertiente de las mentalidades. Generalmente proclives a los postulados absolutistas, también hubo excepciones, como ocurrió con dos hermanos, curas de la villa de Hervías, perseguidos tenazmente por sus vecinos hasta Francia. Diseccionando la política local, se refieren varios casos, como el de los regidores de Tormantos durante el Trienio, acusados de nepotismo en 1825 por sus oponentes realistas, al ser yernos, cuñados o hermanos entre sí.
La casuística incluida en el artículo alcanza el centenar de referencias, algunas muy jugosas, como el pleito suscitado entre el ayuntamiento de Quintanar de Rioja, y el maestro de la aldea, motivado por la falta de espacio para este, ya que, en una misma casa se reunían demasiadas dependencias: un cuarto para custodia de los ganados de los almajes del pueblo; otro con su despensa y cocina para habitación, y dar escuela el maestro de niños; el portal para las reuniones de concejos; y el establo o caballeriza para la custodia del toro padre, macho de cerda y otros diferentes usos del común. El maestro se quejaba amargamente, ya que los niños debían pasar por delante del toro para acudir a la escuela, aunque los regidores objetaban que actuaba así, «más por colocar sus propios ganados, que por las ventajas que aparenta».
Los límites entre las villas y los amojonamientos son motivo de continuas batallas entre localidades vecinas. Cada concejo, disponía de uno o varios guardas, que vigilaban tanto los pastos y bosques, como las viñas comunales. Normalmente, las pendencias se suscitaban por la noche y, en muchos casos, acababan a tiros. Es lo que sucedió en 1820 entre los vecinos de Villalobar y Castañares de Rioja, a la una de la madrugada, cuando el alcalde de uno de ellos, declaró que, al ser de noche y persiguiendo a quienes parecían ladrones, se cayó, por lo que disparó ‘accidentalmente’ su escopeta, «dando parte del tiro al que se fugaba, que levemente fue herido del perdigoncillo; sin embargo de esto, no dejó la fuga, y no tardó a lo más 3 días a correr las calles, y ejercer su oficio de herrador».