David Vitores y su perro Patxi viven justo enfrente de la ermita. Les basta con cruzar la calle para asomarse a un templo casi en ruinas que desde hace décadas no alberga ninguna celebración y que estaba olvidado por sus propios vecinos. Pero algo ha cambiado en él en los últimos meses.
Había sufrido décadas de abandono, la desamortización del siglo XIX, su paso por las manos de varios propietarios y una seria amenaza de ruina. Era un ejemplo más de los cientos que salpican la provincia, donde la sobreabundancia de patrimonio histórico y artístico hace inviable su conservación global, y sin embargo ha tenido más suerte que muchos otros casos similares.
La adquisición por un particular de la ermita de Villaverde Mogina ha permitido sacar del olvido este bien que, aunque modesto en comparación con las riquezas del territorio burgalés, demuestra que quizás en la iniciativa privada esté el secreto para mantener al máximo posible los bienes patrimoniales. Aunque sea mediante su inclusión en el mercado inmobiliario.
Porque la ermita, de hecho, ha sido objeto de varias compraventas en los últimos años. Un equipo de arquitectos ajeno a la localidad, que conoció el entorno por motivos de trabajo, se hizo con la propiedad en el año 2004 tras comprárselo a una familia del pueblo que a su vez la había heredado procedente de otras.
Su idea era rehabilitarla, pero necesitaba un presupuesto que no tenía. Y decidió ponerla a la venta. En realidad, intentó primero la fórmula de la permuta según refleja el rastro que dejó en una página web especializada en estos intercambios de bienes. La valoraron en 200.000 euros y reflejaban una superficie de 400 metros cuadrados.
Finalmente, la fórmula con la que salió adelante el traspaso fue su venta. El precio que figuraba en la web era de 150.000 euros (se desconoce la cantidad final abonada) y el comprador fue otro arquitecto, que ahora trabaja en Arabia Saudí y que prefiere preservar su identidad.
El nuevo dueño no tiene relación con el pueblo, explica su alcalde, Álvaro Díez, pero se ha encaprichado de la ermita «para pasar allí su tiempo libre y pensando en el día que se jubile». El Consistorio, en realidad, no le conoce personalmente aunque sí ha contactado telefónicamente con él, porque quienes llevan a cabo la rehabilitación son los arquitectos, anteriores dueños, que se ofrecieron a sacar adelante el proyecto para el nuevo titular.
Por el momento los trabajos ejecutados en la ermita se han limitado a derribar una parte del inmueble, que era imposible de aprovechar, a tapiar algunas ventanas para evitar que el deterioro vaya a más y a colocar un cerramiento en el entorno. El alcalde advierte, sin embargo, que las obras actualmente están paradas y pendientes de un muro que separa la ermita de una parcela anexa situada a una altura inferior. Este muro se encuentra agrietado y tiene aspecto de no ser demasiado resistente. De hecho, el vecino David Vitores, con ese escepticismo tan castellano, tiene muchas dudas de que la obra pueda salir finalmente adelante, porque además supone que el propietario, «un señor que ha venido por aquí» y al que vio en persona, tendrá que emplear bastante dinero.
Si consiguen salvar los escollos técnicos, el objetivo final de sus promotores es conservar la cabecera, salvar su arco gótico y sus canecillos románicos para al mismo tiempo cerrar el edificio, colocarle nuevas cubiertas, nuevos muros y adecuarlo para el uso residencial que se pretende para él, aunque previsiblemente hasta conseguirlo pase una larga temporada en la que habrá que gestionar permisos municipales y concretar qué se hará allí. Los arquitectos, un estudio madrileño que asegura estar especializado en trabajos de rehabilitación, tienen ya preparados los planos y sus ideas.
Restos del siglo XVII. La que fuera modesta ermita de San Pedro, según la descripción que figuraba en la web cuando estaba a la venta, constaba de dos alturas con un anexo principal del siglo XVII – XVIII. Se encuentra elevada en un cerro con vistas panorámicas al entorno, pero al mismo tiempo está en el centro del pueblo, así que cuenta con la ventaja de tener acceso a luz y agua por encontrarse en el casco urbano. Consta de una planta y patio de 227 metros cuadrados, 199 metros cuadrados corresponden a la construcción y 28 metros cuadrados al patio, que proporciona zona verde alrededor de la ermita.
Siguiendo con su misma descripción, tras la Desamortización de Mendizábal pasó a manos de la ilustre familia de los Barahona (o Varona, según otras fuentes), cuyo destino encomendado fue el de vigilancia para el llamativo palacio ubicado en el mismo municipio y perteneciente a la misma dinastía familiar.