El pasado sábado se celebró la inauguración oficial de Notre Dame de París después de su restauración y la polémica ya está servida. ¿Es la Notre Dame de siempre o es una 'nueva' Notre Dame?
Por una parte, el exterior se ha reconstruido tal cual estaba antes del incendio, incluida la aguja 'inventada' por Viollet le Duc, que ha pasado a ser ya parte consustancial del templo gótico a pesar de ser del siglo XIX. Se ha evitado por tanto incorporar intervenciones contemporáneas. Ninguna sorpresa. Más interesante parece el proyecto de los nuevos jardines en el entorno del templo, pero eso todavía tardaremos en verlo hecho realidad.
Por otra parte, en el interior el criterio de intervención parece en principio el mismo. Se han reconstruido las bóvedas caídas y se han limpiado como es lógico todos los paramentos de piedra. Las fotografías y vídeos que ya hemos podido ver nos muestran un espacio impresionante, «sublime», en palabras de Macron. Pero el resultado que vemos en esas imágenes me deja con la rara sensación de un espacio tan luminoso, tan blanco, tan limpio, tan perfecto, en definitiva, tan nuevo que no parece el auténtico. Da la impresión que ha primado lo espectacular frente a la verdad. Y me da pena pensar que la visita a la catedral a partir de ahora se parezca más a la de Eurodisney que a un espacio con tanta carga histórica.
Comparando con lo más cercano, cada vez valoro más el resultado de la restauración de nuestra catedral, y cómo se ha llegado a ese difícil punto de equilibrio para restaurar sin perder la autenticidad. Cuando se limpiaron las fachadas y el interior de las naves, el contraste con la suciedad anterior era evidente, pero la textura de la piedra de Hontoria está a la vista, y sigues viendo la labra de cada sillar con pátina y su tonalidad característica. En concreto, yo soy muy fan de nuestro cimborrio. Cuando en 1539 pasó algo parecido y se vino abajo el primer cimborrio de Juan de Colonia, Vallejo lo reconstruyó basándose en el anterior, pero fue mucho más valiente de lo que somos ahora y aplicó las nuevas trazas renacentistas, que eran las de ese momento. Y el resultado sí que fue sublime. Reconstruyó también las bóvedas adyacentes que se habían caído con nuevas tracerías, de modo que hoy podemos distinguir perfectamente las sencillas bóvedas originales de la nave del XIII respecto de las reconstruidas, que son más elaboradas, sin que por ello se produzca ninguna distorsión. Y ambas son auténticas, cada una de su momento. En cambio, al ver ahora las imágenes de la nave parisina, parece que la bóveda del crucero reconstruida no se diferencia en nada de las demás de la nave. Casi pasa al revés, te puedes llevar la impresión de que todas son nuevas, y eso me genera una gran desazón. Parece que se ha perdido la autenticidad del monumento.
En cualquier caso, asumo que me he formado una primera opinión precipitada viendo fotos y vídeos, cuando la arquitectura hay que vivirla. La experiencia de entrar en una catedral y sentir la escala de ese espacio no se puede sustituir con unas imágenes. Así que habrá que preparar una visita más adelante, cuando se pase un poco la avalancha de turistas, que se esperan por millones. Quizás entonces cambie de idea y tenga que reescribir este artículo…