Este verano que se acerca inexorablemente no se parecerá ni al de 2021 ni al anterior, más bien se asemejará al de 2019, pues la normalidad pospandemia va imponiéndose poco a poco en todos los ámbitos, por fortuna. De manera que los ciudadanos -españoles y foráneos- se tomarán las vacaciones como antes, cogerán el vehículo para ir a la playa o para visitar a sus familias y los desplazamientos se multiplicarán y volverán a cifras anteriores a la covid. Las carreteras soportarán más tráfico, lógicamente. Pero en especial la AP-1, que desde que se liberalizó en diciembre de 2018 asumió la mayor parte de los vehículos que circulaban por la N-I y no ha experimentado mejora alguna, más allá de la demolición de las islas donde se cobraba peaje, de modo que su diseño no se ha adaptado al de una verdadera autovía: ni dispone de más conexiones ni cuenta con un tercer carril.
Ambas reformas están contempladas, pero su ejecución va para largo, para muy largo. El Ministerio de Fomento -bajo el último Gobierno del PP- no hizo los deberes a tiempo y las dos mejoras se proyectaron prácticamente cuando las barreras se levantaban. Así que era imposible que la gratuidad de la infraestructura se estrenara con la ampliación de la doble vía y con más entradas y salidas. Y el Ministerio de Transportes del presente Ejecutivo socialista no es que esté corriendo demasiado, sobre todo en el caso del tercer carril.
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