Un siglo de romanticismo

J. Villahizán (SPC) - Agencias
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Un secreto e íntimo palacete del XVIII en pleno centro de Madrid esconde uno de los museos más significativos de este período histórico, un inmueble con hasta 18.000 objetos que recrea la vida y las costumbres de la alta burguesía de aquella época

La amplia estancia de la Sala V o Antesalón Prim. - Foto: Pablo Lines

Es posible que muchos de los amantes al arte no conozcan uno de los museos más insólitos y extraordinarios de Madrid, el del Romanticismo, en la popular calle San Mateo. No se trata de un centro sobre este movimiento cultural de finales del siglo XVIII y principios del XIX, sino que es más bien la recreación de la vida cotidiana y las costumbres de la alta burguesía durante ese período.

En su visita, el público podrá conocer cómo era la sociedad durante esa etapa histórica, así como quiénes fueron los principales protagonistas de esa corriente en España, una doctrina que nació en Alemania e Inglaterra.

Precisamente fue hace ya un siglo, en junio de 1924, cuando abrió sus puertas el Museo del Romanticismo con un total de 86 piezas, una institución que empezó siendo pionera en el turismo cultural y que ha sido dirigida en la gran mayoría de este tiempo por mujeres. 

Algunas de las salas del inmueble, de i. a d.: estancia Juego de Niños, Gabinete de Larra y Antecámara.Algunas de las salas del inmueble, de i. a d.: estancia Juego de Niños, Gabinete de Larra y Antecámara. - Foto: Pablo LinesDurante este tiempo y tras reconvertirse en un lugar que ilustra la sociedad de finales de hace más de dos siglos, el palacete cuenta en la actualidad con cerca de 18.000 objetos que dan muestra de cómo era y cómo vivían las gentes de ese momento.

La historia del Museo del Romanticismo es apasionante. El inmueble, construido a finales del siglo XVIII en el antiguo palacio del marqués de Matallana, fue decorado con un conjunto importante de cuadros, muebles y objetos de su propiedad.

Tal y como refleja la directora del centro, Carolina Miguel, el edificio se convirtió en 1921 en la Comisaría Regia de Turismo, creada por Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II Marqués de la Vega-Inclán (1858-1942), como un organismo nacional dedicado a la promoción de España como destino turístico. Se trataba en consecuencia de la primera institución que había en el país con esta competencia.

A la izquierda, el salón comedor, junto al único espacio verde que dispone el edificio.A la izquierda, el salón comedor, junto al único espacio verde que dispone el edificio. - Foto: Javier Rodríguez Barrera«No solo fue pionero en el concepto de turismo cultural, sino también en la idea de salvaguarda del patrimonio y de los inmuebles artísticos como este», añade la responsable del museo.

La inauguración como Museo del Romanticismo tuvo lugar en junio de 1924, con obras pertenecientes a su fundador, a las que se añadieron donaciones y depósitos de personalidades del momento, como los dos cuadros de Alenza donados por el Marqués de Cerralbo u objetos pertenecientes a grandes literatos como Mariano José de Larra, José de Zorrilla, o Juan Ramón Jiménez.

Inmediatamente, el museo fue objeto de un vivo interés por parte de los más grandes intelectuales del momento, como José Ortega y Gasset, Francisco Sánchez Cantón o el Marqués de Lozoya. 

Con posterioridad, durante la Guerra Civil, la importancia de la institución quedó subrayada por el hecho de nombrar como director del centro a una personalidad tan emblemática como la de Rafael Alberti, con lo que quedaba garantizada la protección del rico patrimonio custodiado en él.

Con el transcurso de los años, la colección del museo ha ido enriqueciéndose con todo tipo de adquisiciones, donaciones y depósitos, que logran completar la visión global que la institución quiere ofrecer a sus visitantes sobre el Romanticismo en España, enfatizando así su condición de Casa-Museo.

El centro cerró sus puertas en 2001 para acometer una reforma integral del edificio, que también incluía una reordenación de sus salas y del discurso expositivo. En 2009 se produce su reapertura, bajo la nueva denominación de Museo de Romanticismo, más acorde con sus contenidos.

Un jardín de estilo francés

Uno de los lugares más significativos y emblemáticos del palacete es el Jardín del Magnolio, un remanso de paz y sombra en pleno centro de la capital, que permite al visitante reponer fuerzas antes de continuar por el museo y sus exposiciones temporales. 

Este singular espacio sigue la estructura del modelo francés del siglo XVIII, organizándose en cuatro calles separadas por parterres de distinto tamaño y con una fuente circular en su intersección. En cada uno de los lados se ubica, además, un árbol distinto, entre ellos el magnolio que da nombre al jardín.

Otro de los elementos a destacar de este espacio verde es la aparición de sendas puertas que conectan el parque con el edificio. Un descubrimiento que fue posible gracias a las obras de rehabilitación de la zona a finales de la pasada década, lo que permitió que recuperar el esplendor de 1776.

No cabe duda que este jardín del Museo del Romanticismo siempre ha sido un lugar fundamental de la institución y uno de los más recordados por sus visitantes, que el año pasado recibió un total de 100.000, muchos de ellos muy jóvenes.

Otra de las especificidades más destacadas del Museo del Romanticismo es que se trata de un espacio cuya historia está «marcada por lo femenino», como destaca la actual directora del centro, Carolina Miguel. 

Es un centro que ha sido dirigido por mujeres ininterrumpidamente desde 1958: María Elena Gómez Moreno, Rosa Donoso, Begoña Torres, Asunción Cardona y Carolina Miguel.  

«Creo que esto es un dato que marca mucho y es parte de nuestro ADN y suele ser una anomalía en el mundo institucional de este país», declara la directiva. De hecho, en la actualidad, todo el equipo técnico está formado por mujeres, «salvo el bibliotecario». 

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