El de ayer fue un partido intenso, pleno de contrastes. Acabó en fiesta como podía haber terminado en disgusto. Después de un primer tiempo para olvidar, el conjunto blanquinegro se fue a los vestuarios deprimido, repleto de dudas y con un 0-2 en el marcador que pesaba como una losa.
Pero el paso por los vestuarios reactivó a los de casa, que sacaron el rodillo en el segundo periodo. De los pitos se pasó a los aplausos, a los cánticos, a los saludos entre gradas tan habituales en El Plantío cuando las partidos van por el camino correcto.
El equipo sumó tres puntos que le aportan tranquilidad clasificatoria. La forma de conseguirlos fue un chute de energía, un subidón en el que pocos confiaban después de lo vivido en los primeros 45 minutos. Pero este es un Burgos con doble personalidad, como demuestran sus poderosos números como local y su aciaga trayectoria como visitante -es el mejor equipo en casa y el peor a domicilio-.
Es tan capaz de estar a merced de un rival como el Alcorcón, de cometer errores de bulto que mediatizan los partidos, de facilitar el trabajo ofensivo de su oponente por su falta de tensión defensiva, como de hacer cuatro goles en 17 minutos y pasar por encima de un adversario que un cuarto de hora antes le había superado con pasmosa facilidad.
Ni el más optimista de los alfareros se imaginaba los derroteros por los que iba a discurrir la primera mitad, más cuando en los cuatro primeros minutos el Burgos fue capaz de estrellar un balón en el palo y gozar de otra gran ocasión.
El cuadro blanquinegro comenzó con fuerza, con empuje, aunque todo se fue al traste en una jugada absurda en la que Grego regaló el balón a Jacobo para que pusiera en bandeja el 0-1 a Javi Lara. Un error grosero y más que evitable que dejó en shock al equipo, que a partir de ahí no encontró el sitio.
Como es habitual, ese primer tanto tuvo el efecto contrario en el Alcorcón, que se asentó sobre el terreno de juego y cogió las riendas. Ojeda, de lo poco que se salvó en esa primera mitad, lo intentó poco después, pero Jesús Ruiz respondió con acierto.
Aunque los disgustos no habían acabado y Addai se encargó de complicar aún más la situación. El joven extremo del Alcorcón fue una pesadilla durante la mayor parte del choque. Su acción fue notable, pero contó con la colaboración de la zaga blanquinegra.
El Plantío se frotaba los ojos y surgían los primeros pitos desde la grada. El conjunto madrileño jugaba a placer, combinaba, contemporizaba el choque mientras que el Burgos trataba de digerir lo sucedido. Las ideas escaseaban y el equipo deambulaba por el césped.
El cuadro de Jon Pérez Bolo estaba como un flan e incluso pudo llegar el tercero en un cabezazo de Chiki en el minuto 35. En el último tramo de esta primera mitad, el Burgos mejoró una pizca, aunque se fue al vestuario cabizbajo y con la bronca de la grada.
El Plantío estaba más frío que nunca, aunque el arranque de la segunda mitad hizo que la grada burgalesa diera otra oportunidad al equipo. Los blanquinegros salieron con otra cara, con la buena, y el campo entendió que llegaba la hora de echar el resto.
Ese aumento en la intensidad de los de casa hizo que al Alcorcón se le empezaran a ver las costuras, esas por las que es uno de los equipos más goleados de la categoría. Los dos primeros goles fueron un claro ejemplo. El Burgos había recuperado la fe, pese a que la distancia en el marcador era aún de dos goles.
Dani Ojeda mostró el camino hacia la remontada en el 53, tras una buena jugada de Álex Sancris, que se aprovechó de la falta de contundencia de la defensa alfarera. La tormenta perfecta había comenzado y el Alcorcón fue engullido por el huracán blanquinegro.
Y así empezó otra fiesta que está haciendo del Plantío un caso a estudiar.
(La crónica completa, ambiente y entrenadores, en la edición impresa de este lunes de Diario de Burgos o aquí)