«Probablemente sea más fácil sacar a un tío de la estación espacial y traérselo a la Tierra que rescatarlo del Pozo Azul». Las palabras de Pedro González, uno de los espeleobuceadores que forman parte del equipo de apoyo en las expediciones de Covanera, lo dice todo. Adentrarse en el Pozo Azul está al alcance de muy pocos, apenas un puñado en todo el mundo. Las condiciones de la cueva inundada la convierten en el K2 del espeleobuceo y cuanto más se avanza en la exploración, más se complica su recorrido y se reduce el número de personas que pueden acceder a sus últimos tramos. Pero no solo es difícil conseguir bucear los 14 kilómetros conocidos -hasta hoy solo lo han hecho tres personas-; incluso atravesar el segundo sifón, la galería aérea conocida como Tipperary, está reservado únicamente para los mejores. Por eso los espeleobuceadores del Pozo Azul fueron reclamados para rescatar a los niños de la cueva de Tailandia como parte del exclusivo grupo internacional que realizó esa proeza.
El más veterano es Jason Mallison, que lleva desde 2001 adentrándose en las aguas de Covanera. Pero el inglés, que supera los 50 años, ha anunciado que quiere retirarse, y el holandés René Houben, que el año pasado hizo punta, ya lo ha hecho. Así que toca buscar nuevos expertos que quieran ser pioneros en una complicadísima expedición. «Bucear en una cueva es de lo más hostil: hace frío, no hay luz, no puedes respirar y cualquier cosa que falle es una catástrofe. Más aún en el Pozo Azul. Se cuentan con los dedos de una mano las personas que hay capacitadas física y mentalmente para entrar a esa distancia», añade González.
Uno de ellos es el inglés Ashley Hiscock, que estos días se adentra en las galerías subterráneas de las montañas de Covanera con el fin de entrenarse y poder acompañar en 2019 a Mallison, antes de que se retire. Ayer introdujo el material necesario junto al propio González, Steve Robinson y Alan Purcell. Su intención es volver a entrar el jueves, llegar a Tipperary (a 6 kilómetros), hacer noche en solitario y regresar a la superficie el viernes.
«Hay siete personas que han conseguido llegar a Tipperary y ninguna es española. Y no porque no hayan querido. Si lo piensas, lo ha pisado menos gente que la superficie de la Luna, pese a que parezca más sencillo técnicamente», señala González y lo subraya Hiscock, que pese a la dificultad lo siente como una necesidad. «Mi motivación es el ansia por saber. La exploración es necesaria; si no exploras no puedes conocer lo que hay más allá y saber si es bueno».
El primer kilómetro de la cueva es más o menos sencillo, con una profundidad de 12 metros. Pero luego hay que recorrer cinco en el que se desciende hasta los 80 metros, cuando lo normal de los buceadores recreativos es hacerlo hasta 40. Doblar esa cifra supone descomprensiones muy largas, utilizar mezclas de gases y llevar recicladores de aire en lugar de botellas de aire comprimido. «A Tipperary se tarda en llegar unas dos horas, pero se necesitan otras tres o cuatro de descomprensión (metido en el agua y ascendiendo poco a poco para que el cuerpo elimine el nitrógeno)», resume Hiscock.
También necesita los torpedos que le impulsarán para hacer la travesía un poco más corta (viajan a 50 metros por minuto), pero transportar sus 90 kilos de peso requiere de ayuda en la parte seca: «Llevamos unos torpedos más pequeños para pasar el primer sifón (de un kilómetro) y con estos arrastramos los dos grandes y el tubo que transporta el material para que Hiscock pueda hacer noche (saco de dormir, hornillo, comida, otro traje seco de respuesto, material de emergencia...) hasta la entrada del segundo sifón, desde donde partirá él solo», apunta González.
La preparación de Hiscock ayudará a continuar con la exploración de una galería que en el último tramo vuelve a complicarse descendiendo como mínimo a otros 40 metros de profundidad.