En el corazón de los montes Obarenes, el escarpado desfiladero de La Horadada, modelado por el Ebro entre las sierras de la Tesla y de la Llana, abre una puerta natural entre la llanada burebana y la norteña comarca de Merindades. En lo alto de un cerro calcáreo se sitúa la legendaria fortaleza de Tedeja, a poco más de 2,5 kilómetros del centro urbano de Trespaderne. Las espectaculares vistas y los bellos paisajes que se abren desde estas alturas bien merecen la caminata.
Dominando la entrada del desfiladero, media docena de hercúleos cubos, cosidos a los lienzos rescatados y rehabilitados de la muralla de Tedeja -el bastión más antiguo de la primigenia Castilla y uno de los más vetustos de España-, da sentido a su topónimo latino -tetelis, tutela o vigía- y convierten en paseo y paso por la historia y magnífico balcón para disfrutar de unos paisajes de increíble belleza y encanto. Desde estas almenadas alturas queda patente que este complejo defensivo era, desde tiempos de los romanos -algunos restos datan del año 450-, un enclave crucial para controlar la comunicación entre la Meseta y el Cantábrico. Bien lo sabían también los visigodos y don Pedro, duque de Cantabria, a quien se le atribuye la reconstrucción de la fortaleza, cuyas ruinas siguen hoy tutelando estas tierras, ahora abiertas. No hay peajes ni portazgos. Esas gruesas y altas murallas -cerca de dos metros de ancho tienen-, que hicieron de Tedeja una fortaleza casi inexpugnable. Hoy se han convertido en pétreo sendero, amojonado por torres y lienzos sacados a la luz y recuperados gracias al impulso de una dinámica asociación que lleva precisamente el nombre de la fortaleza. Por eso nadie mejor que su presidente, Roberto Fernández, para hacer de guía y cicerone porque además fue el descubridor en 1981 de sus ruinas, aunque desde 1971 ya andaba buscando la fortaleza. Árboles y maleza, que otrora cubrían el tramo de muralla hoy expedito y rehabilitado, siguen ocultando parte de la fortificación a la espera de que se realicen nuevas limpias, consolidaciones y excavaciones arqueológicas que permitan añadir más restos a los ya encontrados. Los depositados en el Museo de Burgos son básicamente elementos cerámicos, algunos romanos y visigóticos, pero sobre todo de la época altomedieval.
Al castillo se puede acceder sin problemas en coche o bicicleta hasta el aparcamiento por una pista de hormigón que fue construida en 2011 con cargo a los fondos del PENBU, aunque también se puede utilizar serpenteantes senderos y trochas que han sido desbrozadas para hacer la ruta a pie. Se inicia en el rehabilitado almacén de la antigua estación del ferrocarril Santander-Mediterráneo, que fue reconvertido en Centro de Interpretación Arqueológica del desfiladero de la Horadada y de la propia fortaleza de Tedeja. Una pena que lleve varios años cerrado y que no se haya llevado aún a cabo una actualización museística para dotarlo de material y medios audiovisuales más modernos, pero no se pierde la esperanza de conseguir fondos. Lo que sí está previsto por parte del Ayuntamiento es colocar en el recinto de la fortaleza nuevos paneles explicativos de su historia, planos, sistema constructivo y secuencias de ocupación…, que sustituyan a los ajados e ilegibles indicadores actuales.
Tartalés de Cilla. - Foto: Alberto RodrigoLa documentación disponible y las sucesivas investigaciones emprendidas desde que en la década de los años 90 se iniciaron los primeros trabajos arqueológicos atestiguan que el castillo de Tedeja estuvo ocupado desde época tardorromana (siglos III-IV) -para defenderse de las tribus vasconas y cántabras- y hasta la alta Edad Media (siglos X-XIII), cuando tuvo su momento de mayor apogeo como vigía y protector del poderoso alfoz de Tedeja, la legendaria Tetelia, que tenía en Paderno, primer poblamiento a la vera de la peña Cortada y en la misma entrada del cañón de la Horadada. Estaba justo al lado contrario de la actual ubicación de la villa de Trespaderne. La importancia estratégica militar y económica de la fortaleza decayó cuando ya no fue necesaria su función defensiva y las norteñas montañas burgalesas quedaron por detrás de las líneas cristianas en su avance hacia Al Andalus.
Recuperación. El sueño para rescatar el castillo de Tedeja de siglos de olvido e incuria se hizo realidad cuando dio con los primeros restos en la cima del estratégico cerro calcáreo del Molino, cubiertos por una densa maraña arbórea y arbustiva. Desde entonces se sucedieron campañas de desbroce, limpieza y después también consolidación de esos 225 metros de muralla que se pueden admirar al suroeste del recinto del primigenio castillo. La fortaleza, según las mediciones sobre plano, tenía nada menos que diez hectáreas de espacio fortificado. La línea de la muralla bajaba hasta el mismo Ebro e incluía el desaparecido monasterio de Santa María de los Godos y Paderno, junto a peña Cortada. En esos yacimientos también se han hecho hallazgos arqueológicos.
El grueso muramen, que en algunos tramos tiene añadido un estrecho paseo de ronda, permite deambular entre los equidistantes torreones. Todos son circulares, a excepción de uno que tiene planta cuadrada y cuya función, al parecer, era reforzar la muralla.
Desde las atalayas, por la senda exterior o la interior, trufada de carrascas y maleza que ha renacido, el paseo merece la pena, sobre todo las magníficas panorámicas que se abren ya desde mismo aparcamiento, aunque para disfrutar de toda su grandeza nada mejor que acceder por las escaleras y plataforma a los torreones más altos. Algunos de los cubos se han recrecido, con diferenciación constructiva, para perfilar desde la llanada la silueta de la antigua fortaleza, que es perfectamente visible desde Trespaderne, según se llega de Cadiñanos y Santotís, dos de sus pedanías, por la carretera de Bilbao.
Caminar y admirar el magnífico trabajo de consolidación de las ruinas, en cuya ejecución y financiación han participado distintas entidades y administraciones es, sin duda, gratificante por ese vasto y espectacular panorama se abre a la vista, no ya solo de Trespaderne y algunas sus pedanías sino de numerosos municipios limítrofes y algunos distantes varios decenas de kilómetros. En días claros, sin bruma, cuenta Fernández desde esta atalaya se vislumbra la mismísima torre de Bonifaz, en Lomana, o Nofuentes, pero también Medina de Pomar o Quintamaría e incluso la central nuclear de Santa María de Garoña. En la lontananza, los nevados portillos de Espinosa de los Monteros son también visibles… Una maravilla si añadimos, al otro lado, el pico Humión, que con sus 1.400 metros es el techo de las Merindades. Por otro el lado, se extiende el cañón de la Horadada, peña Mayor, peña Partida, la mismísima sierra de Larra o ese hierático y singular pico Frailón, cuyo perfil recuerda a un monje. También es visible peña Cortada, el viejo puente de hierro de la N-629 que conduce a Trespaderne y el trazado del Santander-Mediterráneo. Impresionantes vistas a las que añaden, sin duda encanto, esa avifauna rupícola que anida en los riscos. No es difícil ver buitres leonados buscando en el cielo las corrientes de aire, tampoco algún águila real y también perdicera, aunque las colonias de esta última rapaz se han visto drásticamente reducidas.
Los bellos paisajes extasían y animan a quedarse, pero Trespaderne espera, porque también en la villa y sus pedanías hay atractivos que merecen la pena redescubrir en un paseo por sus calles y entornos naturales con el Ebro, el Nela y el Jerea además de los montes Obarenes por testigos.
*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 24 de abril de 2021.