La famosa Shakira ya es más famosa por su conflicto de desamor que por su faceta artística. Ha sido muy astuta haciendo uso del victimismo y proteccionismo social que le otorga ser lo que vulgarmente conocemos por una cornuda para lanzar el mejor de sus éxitos al mercado.
En lo que sonaba la pegadiza canción por mi casa a antojo de mis hijos, uno de ellos, el de nueve años, se me acerca y me pregunta: «Mamá, ¿qué deben de pensar los hijos de Shakira cuando escuchan la canción?» A lo que seguidamente añadió: «No me gustaría ser su hijo». En su razonamiento no cabe pensar que la madre de esos hijos ponga a parir públicamente al padre haciendo alarde de la rabia que siente y, por supuesto, aunque está reflexión ya es propia, evidenciando que no ha superado la ruptura por su necesidad de seguir regocijándose en los hechos.
Puede ser, incluso, que esta canción haya sido pactada con su exmarido y ambos dos estén sacando tajada del exitazo. En cualquier caso, el mensaje que nos llega, aunque pegadizo, es patético; tarareamos y, lo que es aún más grave, aplaudimos el odio de una mujer que, no habiendo superado su ruptura, siente una tremenda necesidad por hacer daño. Siento pena por ella y aún más por sus hijos.
«Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». A esta frase solo puedo decir que, como mujer, lloro cuando me siento herida y facturo con el trabajo que realizo, no a costa de los demás.
Me preocupa, y mucho, el mensaje que se divulga a través de esta canción que, como el reguetón, forman parte de nuestra cultura y de la sociedad que entre todos construimos. Basura que 'clara-mente' nos enseña a vivir en la miseria lejos de ser personas completas y felices.