El mundo lo mueve la tecnología. Las reglas han cambiado y las personas han entregado a las máquinas parte de las que fueron sus tareas cotidianas hasta hace un puñado de años. Así sucede con las compras. El comercio electrónico crece en cifras que asustan y, tal y como les contábamos en nuestra edición del pasado 30 de septiembre, los burgaleses han llegado a gastar más de 30 millones de euros en una sola semana. Sucedió el pasado black friday, pero pronto será algo cotidiano.
La pregunta que ningún oráculo responde es cómo va a sobrevivir a eso el pequeño comercio, el que articula nuestras calles, nuestros barrios y ciudades. El que evita el barbecho de los locales, alumbra las aceras, genera empleo estable y sabe cómo te llamas. El que sabe cómo te vistes, de qué le haces los bocadillos a tus hijos o qué te gusta leer. Ese que añoras cuando ya no está. Algunos lo están intentando, algo que necesariamente les obliga a asomarse a las nuevas tecnologías sin miedos pero con los condicionantes que da el tamaño.
Las aplicaciones para teléfonos móviles y tabletas ocupan un lugar destacado entre los muchos portales que hay para acceder al mayor mercado del mundo: el virtual. Sin embargo, muy pocos son los que han apostado por invertir en ellas. Hasta donde este periódico ha podido buscar, dos son los pioneros en eso de poner el género a golpe de aplicación. El primero en dar el paso fue Luis Ángel Merino, de la Central Óptica Burgalesa, con establecimientos en Gamonal y el centro de la capital.
Luis Ángel Merino fue uno de los pioneros con 'Myoptica' - Foto: Jesús J. Matías«Empezamos hace ya más de tres años por aquello de que hay que estar a lo que viene. Entendimos que las tiendas pequeñas tenemos las fortalezas del comercio de proximidad y podemos implementar mecanismos de los grandes», arranca. Tras más de un cuarto de siglo trabajando a pie de calle, la aplicación Myoptica le sirvió para abrir campo de actividad. «Ahora ha bajado, pero hubo una época, cuando empezamos, en la que se movían varios pedidos de fuera todos los meses. He llegado a enviar pedidos a Colombia, pero ahora los clientes más lejanos que tengo son de provincias como La Rioja o Huesca», continúa Merino.
Como es inherente al universo virtual, las cosas cambian a marchas forzadas. Myoptica no ha dejado de funcionar, «pero tampoco es que registre una actividad espectacular porque, al final, los grandes acaban posicionándose para comérselo todo». Los amos del negocio, caso de Amazon, «no dejan márgenes» para que los pequeños puedan competir, así que la única solución es adaptarse a múltiples canales de venta.
Los clientes más fieles a la aplicación son nativos digitales, «personas jóvenes que se han acostumbrado a gestionar sus citas o pedidos» desde el teléfono móvil. No es que empleen su smartphone para relacionarse con su óptica, es que lo utilizan para relacionarse con el mundo. Los usos más frecuentes son los pedidos, simplificados hasta el punto de que «puedes comprar unas lentillas simplemente sacando una fotografía de la caja», y el acceso a campañas especiales y ofertas. «Para citas lo utiliza sobre todo gente que vive cerca de las ópticas», termina este pionero que, como muchos otros comerciantes, también apostó hace años por disponer de su propia página web.
Y 100 GRAMOS DE JAMÓN. Más de cuatro meses tardó Carmen de la Calera en meter toda su tienda en una aplicación. Tras décadas con el mostrador abierto en el Mercado Norte y años trabajando la venta de productos típicos de Burgos a través de su página web, De la Calera ha dado el salto a las aplicaciones (La Olla Rápida) este año «porque ahora el mundo funciona desde el móvil, así que mis hijas me han empujado» a comprimir cientos de productos para ponerlos a un clic de sus clientes.
Madre e hijas están convencidas de que adaptarse a las nuevas tecnologías «va a ser crucial para mantener las ventas en el futuro» y las aplicaciones serán los interruptores que activen esa relación con sus clientes. Simplemente, la realidad se impone. «Hay mucha gente, cada vez más, que no puede hacer la compra diaria porque es incompatible con sus horarios laborables. Nosotros se lo vamos a facilitar», añaden.
El funcionamiento de La Olla Rápida alcanza, de momento, a la capital burgalesa. Se pueden hacer los pedidos «exactamente igual que en la tienda y con los mismos precios, como si son 100 gramos de jamón». En un margen no superior a dos horas estará entregado en el lugar establecido. De los portes se encargan los repartidores de empresas como Glovo. Si el pedido supera los 50 euros, el cliente no paga el envío. Tampoco si opta por recogerlo en la tienda física, donde no tendrá que esperar ni pagar para llevarse su compra.
Estos charcuteros creen que hay otro fenómeno social en crecimiento al que no se puede dar la espalda: cada vez hay más personas mayores que no pueden o no quieren desplazarse a diario para hacer la compra. Antes la tercera edad y las nuevas tecnologías eran agua y aceite, pero eso también está cambiando. Lo óptimo, termina De la Calera, es que otros negocios minoristas de alimentación se sumen a la iniciativa y apuesten por crear sus propias aplicaciones. «Ojalá encontráramos a otros, así podríamos ofrecer la posibilidad de hacer la compra conjunta. Sería ideal si se animara alguien más aquí en el Mercado». El tiempo, al final, ahorcará.