La primera grieta en el muro de ETA

Agencias-SPC
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La 'Vía Nanclares' rompió hace 30 años la unidad en la banda criminal cuando los presos comenzaron a renegar de la violencia

La primera grieta en el muro de ETA

En diciembre de 1991, cuando el fin de ETA apenas se podía atisbar, dos presos de la banda terrorista alzaron por primera vez la voz contra el sinsentido de la violencia y la deriva de sus responsables. Fue la primera grieta en el muro monolítico de la organización criminal, la primera brecha en un frente que tardó años en desmoronarse. Uno de los principales artífices de aquel episodio fue Manuel Avilés, entonces director de la cárcel de Nanclares de la Oca (Álava), donde se encontraban internados los dos primeros disidentes públicos de ETA.

Ahora, aquel heroico funcionario  relata en De prisiones, putas y pistolas (Editorial Alrevés) los pormenores de la operación, cumpliendo una promesa hecha a otro de los protagonistas, el exministro Antonio Asunción, entonces secretario general de Instituciones Penitenciarias.

La historia tiene otros dos actores principales, Isidro Etxabe y Josu Urrutia, los dos presos que, en conversación con sus familiares, dejaron clara su postura contraria a los atentados, fueron grabados en la prisión de Nanclares y, posteriormente, asumieron públicamente su posición, lo que supuso su expulsión de la banda. Nació así  el germen de lo que se llamó la vía Nanclares de reinserción de reos de ETA que renunciaban a la violencia. A la vez, arrancó también el principio del fin de la banda armada ya que, después de las Asambleas fundacionales, cuando se dieron las diferentes escisiones, la organización se convirtió en una maquinaria cerrada, sin disidentes ni voces críticas, al menos, de manera pública.

«No eran extraterrestres ni eran monstruos, eran tíos normales. Simplemente tenían una idea, creo que equivocada, de que enfrentándose al Estado de la manera que lo hacían estaban obrando correctamente. Pero hablabas con ellos y eran tíos con sentimientos, con familia y, en el caso de los de Nanclares, no aceptaban los atentados indiscriminados», recuerda Avilés. Y es que en esa época, ETA había comenzado aquello que se llamó «la socialización del sufrimiento», una campaña de asesinatos y hostigamiento para extender el miedo a toda la sociedad.

Después de que se hicieran públicas las grabaciones a los dos presos de Nanclares, ETA puso una diana sobre el director de la prisión, quien fue trasladado a la cárcel de Valencia, para después convertirse en el enviado de confianza del ya ministro del Interior Antonio Asunción para tomar la «temperatura» a los presos en las cárceles. Así, se entrevistó con decenas de reclusos de ETA, desde Juan Lorenzo Lasa Mitxelena, Txikierdi, hasta José Antonio Ruiz, Kubati. Después, «elaboraba un informe criminológico sobre la situación de cada persona, de su postura», explica el funcionario, ya jubilado y dedicado ahora a escribir artículos y libros.

Los reos estaban dispersos por la política «ideada por Asunción en 1989», un arma contra ETA que «dio en el clavo», según Avilés, porque logró debilitar las cadenas de control social que sometían a los presos, sobre todo a través de los abogados, algunos de los cuales, como Arantza Zulueta o Txemi Gorostiza, tienen un papel importante en el relato del libro. De hecho, en una conversación grabada en 1993 entre estos letrados y tres reclusos de ETA en Alcalá Meco (Madrid) se planteó atentar contra Avilés. 

Acercamientos

El que fuera ideólogo de la vía Nanclares tiene tan claro que la dispersión fue un arma efectiva como que actualmente «ya no tiene ningún sentido, ni legal, ni fáctico», por lo que acercar a presos de ETA al País Vasco, como está haciendo el Gobierno de Pedro Sánchez, no supone aplicar «beneficios penitenciarios», sino cumplir la ley, que establece que «un penado tiene que cumplir cerca del sitio en el que va a volver a vivir cuando salga en libertad». Incluso es favorable a que progresen de grado y a que los que tienen las tres cuartas partes de la condena cumplidas salgan en libertad condicional, ya que no existe la posibilidad de que vuelvan a delinquir, porque «ETA ha desaparecido».

Sobre este punto no tiene dudas, a pesar de lo que algunos sectores «de la derecha» afirman, al asegurar que la banda está ahora en las instituciones, una tesis que rechaza por completo. «Yo, que no hablaba en mi nombre, les decía a todos esos presos que salen en el libro y a otros: ‘vosotros defended lo que queráis, pero no peguéis tiros, entrad en las instituciones y defendedlo’», recuerda Avilés, quien considera que «lo que no puede ser es que en los años 90 estuviéramos machacándoles la cabeza con lo de ‘dejad de matar y entrad en política’ y ahora nos quejemos porque han hecho eso mismo».

Para llegar a este punto hicieron falta pasos adelante de «hombres valientes», como a su juicio fueron Isidro Etxabe y Josu Urrutia, los que abrieron la «primera grieta» que dejó en evidencia la falsedad del discurso de ETA y HB, «que defendían justo lo contrario, que no había fisuras, que eran un ejército monolítico y que nadie se desmarcaba». Los protagonistas, junto con el propio Avilés y Antonio Asunción, del primer paso de un lentísimo declive en el interior de la banda terrorista que ya no tuvo vuelta atrás.