Al ingeniero arandino Gonzalo de Paz terminar su primera novela, La tumba del héroe (Editorial Caligrama), le ha llevado años. Quería que fuera una sorpresa para su familia. Así que, cada noche, una vez que su mujer y su hijo se dormían, él se levantaba y se ponía a escribir. Así un día. Y otro. Y otro más. Sin contárselo a nadie. Porque como dijo Zafón en La sombra del viento y el propio De Paz recuerda: "Un secreto vale lo que aquellos de quienes tenemos que guardarlo".
Hoy, La tumba del héroe es una realidad en la que De Paz enfrenta a la amistad con el egoísmo de los intereses particulares, la sinceridad con el fingimiento o los sueños de un joven con las responsabilidades de un adulto. ¿El resultado? Una aventura llena de emociones, dudas y engaños en la que su protagonista, el treintañero acomplejado e inseguro Antonio, tendrá que enfrentarse al presente, reencontrarse con el pasado y atreverse por un futuro. Todo ello tras recibir un sobre misterioso cuyo contenido le llevará a Roma.
El protagonista, dice De Paz, idolatra la figura del alemán Heinrich Schliemann, el descubridor de Troya, que, según cuenta la historia, tuvo una infancia que parecía dirigirle a realizar grandes descubrimientos arqueológicos. Sin embargo, debido a los avatares de la vida, no fue hasta la edad adulta cuando se reencontró con su vocación. Sea como fuere, el héroe de esta novela, ambientada en el verano de 2011, sigue el concepto clásico: aquel personaje capaz de realizar grandes gestas o hazañas que requieren un gran valor. "Estos héroes viven entre la historia, la leyenda, los mitos y, a veces, es difícil discernir cuánto tiene el héroe de real y cuánto de ficción", subraya De Paz.
Pero, ¿quién es un héroe para el escritor ribereño? No duda: alguien de carne y hueso. "Es aquella persona capaz de enfrentarse a cualquier adversidad con la entereza e integridad como para no desfallecer. Todos en algún momento hemos plantado cara a la adversidad, todos tenemos algo de héroes", expresa rotundo. Así, su gran heroína es su esposa, a la que define como una mujer "infatigable".
Como infatigable resulta el propio De Paz. Pese a su tardía vocación en la escritura, la lectura siempre ha sido su gran afición. O más bien, "una pasión llevada al extremo". Tanto que un día comenzó a analizar los libros que leía: "Me paraba a diseccionar cada párrafo, cada renglón, cada frase, cada palabra y me fijaba no sólo en lo que querían expresar sino también en cómo lo expresaban". Luego se lanzó a participar en concursos de relatos y microrrelatos. Y, como él mismo confiesa, "el tiempo volaba cuando me sentaba a escribir".
Su trayectoria combina una mezcla de ingeniería y literatura que "quizá, y sólo quizá", como bien recalca De Paz, "sea el producto de una mente inquieta" que lleva Aranda "muy adentro" y allá donde quiera que viaje. "He vivido en muchos lugares y puedo afirmar que, cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de lo afortunada que es la gente que pudo quedarse en Aranda", sentencia.