Desde la perspectiva de su tiempo -la primera mitad del siglo XX-, Antonio Gramsci apuntaba que, para alcanzar la hegemonía política, primero había que conseguir la hegemonía cultural. Para el caso del nuestro -primera mitad del siglo XXI- podríamos cambiar el concepto de hegemonía cultural por el de hegemonía informativa.
En eso están en el Gobierno. Desdibujada por las críticas a la contratación del cómico David Broncano -un síntoma más de la frivolidad de los tiempos actuales- ha quedado en un segundo plano la verdadera operación de La Moncloa para asegurar el control total de RTVE mediante el cambio de la norma para la elección de los consejeros de la principal televisión pública del país. Escogidos sin el menor reparo ante la manifiesta significación política partidista de los elegidos. Un reparto que reproduce a escala el esquema de la fórmula que dio pie a la conocida como mayoría parlamentaria Frankenstein. La tibia respuesta de los profesionales de TVE -antaño, cuando gobernaba el Partido Popular, beligerantes con su liturgia de los "viernes negros"- induce a pensar que la definitiva colonización de la empresa que incluye también a Radio Nacional no tropezará con grandes dificultades. Lo cual viene a ser una anomalía que rebaja la calidad de nuestro sistema democrático porque los medios públicos de comunicación -también los que operan en las comunidades autónomas- están obligados por ley a actuar con arreglo a criterios pluralistas.
En el universo de los medios privados -prensa y radio- el Gobierno Sánchez cuenta con sólidos apoyos a los que favorece en los discrecionales repartos de la publicidad institucional. Pero dada la obsesión de La Moncloa por el "relato" de cuanto acontece, la operación de control sin contrapesos en la orientación de la línea informativa de RTVE era una pieza necesaria. Máxime en estos tiempos en los que las escaletas de otros canales y las portadas de algunos periódicos no tributarios del sanchismo se llenan con noticias de tribunales por casos de corrupción. De ahí por qué conseguir la hegemonía informativa pasa a ser un objetivo político estratégico.
Como hemos podido comprobar en el reciente congreso del PSOE celebrado en Sevilla -en el que no hubo una sola mención a los casos de corrupción- en La Moncloa apuestan por una vieja idea emparentada con la censura: aquello de lo que no se habla, no existe. Para ese fin necesitan controlar a los medios. Los públicos, los primeros.