No ha dejado de pensar -casi ningún día de su existencia desde entonces- que pudo haber sido ella una de las 64 personas a las que las bombas que estallaron en la estación de El Pozo del Tío Raimundo segaron la vida. Tuvo suerte, porque ella viajaba en uno de los vagones que no llevaba ninguno de aquellos dos artefactos que los terroristas habían depositado en el convoy. La onda expansiva le reventó los tímpanos, eso sí. Sin embargo, esa fatídica y trágica jornada cambió para siempre a Magdelin Bueno Fajardo, burgalesa de origen dominicano. No murió, no resultó herida. Pero se convirtió en una víctima más del horror y la barbarie: «Todavía tengo pesadillas.Algo así no se te borra de la mente. Ni con psicólogos.Tomo medicamentos todos los días porque arrastro una depresión desde entonces».
Maddy, como la conocen sus allegados, es una mujer fuerte, valiente, extrovertida, simpática, divertida. Sin embargo, a menudo cualquiera de esas condiciones las exhibe como un parapeto para que no afloren los fantasmas que permanecen alojados en su cabeza desde aquella lejana mañana de marzo; todos esos temores que sabe que siguen en su interior, y que la convierten a menudo en una persona vulnerable. Ha peleado (aún lo hace) mucho para recuperar su vida, para normalizarla. Ha contado con la ayuda de su estupenda hija, Ashley, y de su marido, David, que es un tiarrón con un corazón de oro que ha sido muchas veces su asidero cuando el abismo del miedo, la angustia y la depresión se aparecían en su alma.
Maddy residía en Villaverde y trabajaba en un bar cercano a la estación de El Pozo cuando todo sucedió. Recuerda haber tenido sensaciones extrañas desde primera hora de la mañana. No cogió en Atocha el tren que solía tomar habitualmente porque llegó un poco tarde, y se subió al siguiente, que salió cinco minutos después; tuvo que ocupar un espacio bajo las escaleras del vagón de dos pisos al que entró. También eso contribuyó a que saliera físicamente indemne de aquella masacre. «Recuerdo que se hizo como el silencio, como si se parara el tiempo. No sabía qué había pasado. Se apagó la luz, los teléfonos no funcionaban. Cuando se abrió la puerta del vagón una chica gritaba pidiendo ayuda. Sentí que sucedía todo como a cámara lenta, como en las películas».
Cuando salió, con un zumbido intenso taladrando sus oídos, se encontró el infierno: había cuerpos desmembrados, cuerpos que no se movían. Había niños... «Vi a muchas personas que conocía de coincidir con ellas a diario que estaban allí tiradas... Sentí miedo. No sabía aún qué había pasado, pero sentí miedo». Cuando llegaron los primeros policías y sanitarios ordenaron desalojar a todo el mundo. Luego supo que existía el temor de que pudiera haber alguna bomba más por estallar. Todas esas escenas las tiene muy grabadas, y todavía laceran su memoria y su corazón. «Todavía me cuesta mucho gestionarlo. Fue un trauma terrible». No necesita aniversarios para regresar a ese 11 de marzo de 2004. Por fortuna, hay algunos días en los que no le asaltan sus negros recuerdos. Pero estos días no están siendo fáciles: resulta imposible no toparse con un reportaje, un documental, una referencia en la televisión, en los periódicos, en la radio sobre estos veinte años. «Me pongo muy nerviosa. Aunque he superado mucho de este trauma, no puedo evitar que me entre ansiedad. No creo que haya alguna sola persona de las que vivimos aquello que lo haya superado del todo».
Estuvo muchos años sin poder viajar en tren o en metro. Aquella brutal experiencia precipitó su regreso a Burgos poco tiempo después: necesitó poner distancia física para seguir adelante y para no perderse en la espiral autodestructiva en la que entró tras los atentados. «El 11-M ha condicionado mi vida. Yo era feliz. No creía que existiera la maldad en el mundo. Hasta ese día. Hubo un antes y un después. Y durante mucho tiempo, la gente de mi entorno no entendía que yo estuviera mal, que estuviera tan afectada, que tuviera cambios de humor constantemente. El primer año fue especialmente duro», confiesa. Hubo una cosa buena: gracias a que regresó a Burgos conoció a David, con quien regenta, con éxito, el Mesón Lara, ubicado en la calle Averroes. Maddy cocina de maravilla.
Y siempre está sonriendo.