Un rayo de baile

DIEGO PÉREZ LUENGO / Poza
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Poza de la Sal celebró ayer su tradicional danza del Escarrete, donde los mozos del pueblo, emparejados, se movieron ataviados alrededor de un gallo y un conejo en la Plaza Nueva

Uno de los mozos de este año exhibe su baile frente al gallo y ante la atenta mirada de las decenas de personas que se congregaron ayer en Poza. - Foto: Alberto Rodrigo

Dejó Miguel Hernández una obra para la historia de la literatura que tituló El rayo que no cesa. Su poesía, iluminadora, trascendental y viva ha ido dejando su huella a todas las generaciones que han ido abriendo las páginas de un libro que es incapaz de morir. Ayer en Poza de la Sal, ese rayo que uno de los mejores poetas españoles de todos los tiempos convirtió en prosa, brilló en un baile que ya es tradición. Y es brillar porque pese al desgaste de los años, se sigue manteniendo con una fuerza de convicción que ayuda a que nadie se olvide de ella. Los libros son inmortales en formato, las costumbres lo son mientras haya gente que luche por mantenerlas vivas.

El baile del Escarrete ha pasado por muchas fases y versiones, pero su esencia no se pierde. En la plaza central de la villa pozana se acota un círculo de expectación en el que, justo en el centro, se ata primero un gallo y después un conejo -en otras épocas se les cortaban los tendones- y las parejas de mozos bailan a su alrededor rindiéndole tributo. Son unos pasos medidos, estudiados, que requieren de una coreografía mecánica pero exigente. Sobre todo cuando sientes, en esa juventud inexperta, el peso de las miradas de esos guardianes de la tradición.

Ayer fueron ocho los jóvenes que se ataviaron con sus trajes pozanos y se atrevieron con una danza que «no es difícil pero te obliga a controlar los nervios» como decía Natalia, una de las mozas de esta edición. A esta joven burgalesa se le sumaron: Carla, Izan, Paula, Gabriel, Janire, Markel y Endika. Chavales que pasaron, de estar jugando en el anonimato de la despreocupación, a ser los protagonistas de uno de los días más especiales del municipio que les ha visto crecer. «Es algo muy especial, porque en mi caso por ejemplo, he visto a parte de mi familia participar en el baile y, además, compartirlo con mis amigos es una experiencia muy bonita», aseguraba Natalia.

Antes de aterrizar en el dinamismo de la danza y, contribuyendo a una fiesta que está declarada de Interés Turístico de Castilla y León, la comitiva compuesta por mozos, mozas, pollera, mayordoma y unos animales que, sin saberlo, iban a ser protagonistas, acudieron a la iglesia de San Cosme y San Damián para cantar La Salve de una manera solemne. De allí, y siguiendo el paso de una banda que agrandaba la leyenda de la escena, llegaron a la Plaza Nueva (...).

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