«Tener éxito significa algo que va a caer; en cambio, un nombre permanece para siempre». José Vela Zanetti pronunció estas palabras premonitorias a mediados de los años 80, ya más que asentado en su caserón de Milagros -el mismo en el que vio la luz primera- tras años de exilio en la República Dominicana, México y Estados Unidos. El universal artista burgalés, de quien se cumplen esta semana 25 años de su muerte, nunca fue dado a los eventos sociales, ni a frecuentar ateneos, ni a dejarse ver en los centros de poder del arte. Quizás, como manifestó en más de una ocasión, porque siempre se sintió un «humilde obrero» de la pintura. Sin embargo, su nombre permanece: sigue siendo considerado uno de los grandes muralistas del siglo XX, con decenas de grandes obras tanto en España como en América; su mural de veinte metros denominado La ruta de la libertad o La lucha del hombre por la paz en la sede neoyorquina de Naciones Unidas es visitado y admirado cada día por miles de personas; y es, todavía hoy, el artista burgalés cuyas obras más se adquieren en las casas de subastas.
«Tengo una obra pública para todo el mundo, que la ven en los muros los humildes, que no pueden adquirir una obra de arte en un mundo cerradamente capitalista. Tengo una obra de caballete que adquieren los pudientes para enriquecer su vida. Lo demás, la historia lo dirá.Pero mi pintura es de hombres y para hombres». El artista Vela Zanetti no fue sino el producto del Vela hombre: ese ser humano marcado a fuego por una experiencia tan terrible, radical y triste como fue la Guerra Civil: no sólo combatió en el Frente del Norte, sino que su padre, veterinario, fue fusilado tras pasar un duro cautiverio en SanMarcos, León, adonde se había trasladado la familia siendo el futuro artista un niño. Fue en León donde desarrolló su pasión por el dibujo y la pintura bajo la tutela de Manuel Bartolomé Cossío, que fue la persona que le hizo ver la importancia de la pintura mural.
Se convenció de ello tras una fructífera estancia en Italia, adonde viajó becado poco antes de la contienda civil. Nunca olvidó el impacto y anonadamiento que sintió en Florencia: los frescos de Giotto y de Masaccio le subyugaron e interiormente sintió que lo suyo sería la pintura mural. Admitió siempre que fue el exilio el que le procuró la posibilidad de ser muralista: una década de arduo trabajo en la República Dominicana, adonde llegó en 1939, lo catapultaron. «Trabajé en silencio, como un obrero, perfeccionando mi arte». Tan es así, que simultaneó los encargos artísticos con tareas de pintor de brocha gorda. Unos murales para la logia masónica Cuna de América impulsaron su carrera artística: se multiplicaron los encargos y recibió premios que lo convirtieron en un referente. Hasta que, en 1947, el dictador que regía los designios del país, Rafael Leónidas Trujillo, ordenó construir en su localidad natal, San Cristóbal, una gran iglesia, con rango de Catedral, concebida para que fuera el panteón familiar.
Detalle del mural del arco de Santa María.El sátrapa encargó al burgalés la decoración interior del templo, consagrada a Nuestra Señora de la Consolación. Nada menos que 26 murales realizó en tres años. El resultado fue extraordinario. Tanto, que hoy es considerada la 'Capilla Sixtina' del Caribe.
Poco después, y aunque ostentaba el cargo de director de la Escuela Nacional de Artes de su país de acogida, Vela Zanetti ya se sentía asfixiado en su país de acogida, cada vez más harto del sanguinario hombre que los regía ejerciendo su poder desde el miedo y la represión.Cada vez que podía hacía escapadas a Puerto Rico, donde también dejó un rico legado. En 1951 viajó por primera vez a Nueva York, invitado por una galería de arte que quiso exponer sus obras junto a otras de artistas españoles como Picasso, a quien tanto admiró siempre Vela («Nos enseñó a ver de otra manera; él era el genio.Después, todos los demás»), Gris o Miró. Quedó hechizado por aquella gran urbe, ya capital del mundo. Fue ese mismo año cuando le comunicaron oficialmente la concesión de una beca que llevaba aparejada un regalo inesperado: la Fundación Guggenheim quería donar un mural del artista a la ONU, por lo que le instaban a presentar un proyecto a la Comisión de Arte de este organismo. Dispuso de doce meses, 3.000 dólares y libertad total en la temática. El resultado es una obra cumbre del arte universal.
«Este fue el momento más emocionante de mi vida como pintor, pero el pintor es un hombre, y todos tenemos nuestra vanidad. No puedo negar el alborozo que sentí ante un encargo como el mural para la ONU y mi júbilo por el éxito que esto supuso», confesaría el artista, que dejó muchas veces claro cuanto aspiró a contar con aquella enorme obra en todos los sentidos: «Tenía que ser un mural ideológico porque habíamos aplastado al nazismo y al fascismo y era la sede donde se iba a edificar la paz mundial. Tenía que pintar no bajo la consigna de un partido, sino como un ser humano que ama la libertad. Pinté la exterminación y la máquina de matar de los campos de concentración; pinté al hombre reclamando paz al hombre, el nuevo orden que los supervivientes intentan lograr para el Mundo, los derechos humanos».
Otra obra imprescindible de Vela Zanetti.Lo hizo Vela con una aspiración muy clara: que todas aquellas personas que contemplaran el mural se dieran cuenta «de que la paz hay que ganarla, no una vez para siempre, sino todos los días, recordando los sufrimientos del pasado y haciendo realidad lo que los hombres aspiran para el futuro». Tras la inauguración del mural en 1953, el artista de Milagros se afincó en México, cuna de muralistas: su admiradísimo José Clemente Orozco, Diego Rivera, Sigueiros Tamayo. «No seré muralista mientras México no tenga pinturas mías», se dijo. Lo cumplió: una decena de murales hablan de Vela entre el DF y Acapulco. Antes de volver a España residió de nuevo en Italia.
El regreso. En 1960, tras más de veinte años de ausencia de su país natal, regresó Vela Zanetti. «A pesar de haber sido viajero y pintor de muchas patrias, jamás fui otra cosa que español.Cuando entré en nuestro país, sin tener necesidad de acogerme a ninguna amnistía, dije en el puesto fronterizo: 'Vuelvo a la Patria, ejerciendo el derecho que merezco como español'».Siempre se reconoció como el resultado de muchos sitios. «Uno es de donde fue, de donde le dieron paz y trabajo cuando huyó del peligro y de la muerte de la guerra. No es de un solo sitio». Se instaló en su casona familiar de Milagros, donde en adelante pintaría sobre caballete (todo el espíritu de Castilla y de sus gentes en cientos y cientos de cuadros), con algún lapso para volver a pintar al fresco (en elArco de Santa María o en el palacio de la Diputación de Burgos). «Tengo necesidad, hambre de España, y sobre todo de mis tierras conjuntas de Burgos y León. Milagros es para mí el misterio sagrado de los orígenes, los recuerdos sin sufrimiento».
En efecto, Vela es el pintor del alma de Castilla. Quizás nadie ha retratado tan magistralmente su tierra a través de sus heroicas gentes, de esos seres humanos esforzados, trabajadores de sol a sol. Pero es más. Es el pintor de la dignidad del hombre. No en vano, toda su obra gira en torno al ser humano. Cada cuadro, cada mural de VelaZanetti exhala esa condición sagrada y digna del hombre. Y esa obsesión cobra hoy si cabe más sentido que nunca, cuando el ser humano se halla lastimado por una realidad que le está empujando al abismo, cuando sigue muriendo en guerras infinitas, cuando se le hurtan derechos conquistados con tanto sufrimiento y lo condenan a una existencia efímera.Por eso la obra de Vela Zanetti, 25 años después de su muerte, tiene tanta vigencia. Plena vigencia. Es su luz la de un rayo que no cesa. Eterna luz la de Vela.
¿Habrá algún homenaje?
No tiene claro la Diputación de Burgos qué hará con motivo de este aniversario redondo de uno de los artistas más vinculados con esta institución (los frescos del palacio provincial los hizo en los albores de los 70) . Su responsable de Cultura, Raquel Contreras, asegura que «algo se hará seguro» mientras que en León, donde está radicada su fundación, afirman que no hay presupuesto que permita la realización de evento alguno salvo un breve montaje documental que podrá verse en La Casona, sede de la fundación en unas semanas.