En Burgos, Orestes no es el hijo de Agamenón y la malvada Clitemnestra, sino Orestes Barbero, ese chico requetelisto, simpático y esforzado que ha concursado con brillantez en Pasapalabra y que merece una Orestiada para él solo. El Partido Popular ha propuesto que se le nombre pregonero de las próximas fiestas de San Pedro y San Pablo para que proclame desde el balcón municipal la alegría con la A, la bulla con la B, el contento con la C, la diversión con la D y así hasta la zumba con la Z, que no hay palabra o diccionario que se le resista, y, como decimos, por eso, y por ser un burgalés relevante y ejemplo de lucidez y tesón, se ha solicitado tal nombramiento.
Pero, ¡ay!, el alcalde De la Rosa ha dicho que nones, que junio mediante, rozando ya el tiempo la mismísima piel melocotón del verano, a una semana de las fiestas, el nuevo alcalde o alcaldesa señalará con su dedo rector, aún tembloroso de emociones electorales, a quien le parezca oportuno.
Ya se ve que no quiere que Orestes anuncie las fiestas, y se ve que en su ágrafa ingenuidad cree que un pregón se hace con un chasquido de dedos, ¡zas!, con la P, discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella… ¡Pregón!
Ser pregonero de las fiestas no hace más grande a Orestes, pero aceptar la propuesta de nombrarlo habría engrandecido a De la Rosa y satisfecho a los burgaleses, que nos honramos siendo sus paisanos; nadie manda en los afectos, en nuestros afectos, ni siquiera un alcalde rácano. Pero así son ahora las cosas municipales, mezquinas y mediocres, todo con M, y los concejales ya han roto la baraja y lo fían todo al dorado mayo, a las próximas elecciones, a las urnas, con la U, caja de cristal u otro material transparente que se utiliza para guardar y exhibir objetos de valor de forma que queden protegidos, lo fían todo a los votos y se presentan henchidos de ambición política y planes de futuro, aunque su plan principal es asegurarse el pan.
Visto lo visto, es momento de recordar a Ontañón, con la O, magnífico periodista satírico burgalés que no tiene una triste plaza en Burgos, que decía con vago eco becqueriano: Ya se van los concejales/ salientes a descansar,/ ya se van los concejales,/ ¿quién sabe si volverán?
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