Radiografía de una generación

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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Se cumplen 40 años de la publicación del primer estudio sobre estupefacientes que se hizo en la provincia. 'Juventud y droga en Burgos, hoy' señaló que más de 3.000 chavales consumían a diario

Las imágenes recogen momentos de ocio en algunos de los locales más populares de la época, como el Was, la Pécora o La Calle, donde se jugaba al futbolín, al billar y, sobre todo, se escuchaba música y se bailaba. - Foto: Archivo DB y Ángel Ayala

No hacía ni una década desde que se habían recuperado las libertades. La gente más joven -con hombreras, cardados, pelos de colores y al ritmo de Radio Futura o Burning- disfrutaba del ocio como no lo había hecho en muchos años tras décadas de represión, pero también el consumo de drogas -que formaba parte de esa diversión- se extendía como una mancha de aceite y, prácticamente a la vez, aparecía el sida que se cebaría, de manera cruel e inmisericorde, con quienes se las inyectaban por vía intravenosa. Las sustancias estupefacientes comenzaban a ser un enorme problema que ya había hecho temblar a algunas familias, pero cuyas impresionantes magnitudes -hay quien habla de que destrozó a varias generaciones- aún solo podían ser intuidas por entonces. El año anterior, el cantante Miguel Ríos había llegado a la ciudad con su espectáculo Rock and Ríos, que incluía la canción Un caballo llamado muerte en la que ya advertía de forma poética sobre los riesgos de la heroína, y en las zonas de ocio joven (las Llanas, Fernán González, La Flora...) el hachís corría con la misma fluidez que la cerveza y otros alcoholes. Era 1984.

Entre el 24 y el 30 de abril de ese año se realizó la primera encuesta (en la capital y en once localidades de la provincia) a jóvenes, familias y profesionales que se llevaba a cabo para conocer cuál era la realidad de las adicciones, y a partir de esos datos, en julio se presentó el libro Juventud y droga en Burgos, hoy, cuya autoría fue del Instituto de Sociología Aplicada de Madrid por encargo del Ayuntamiento, la Diputación y Cáritas, y en el que colaboraron muchos profesionales de la ciudad. El trabajo de campo fue de Fernando Lara, que luego sería decano de la Facultad de Educación de la UBU, Mercedes Mayordomo y María Isabel Cantero. La investigación, que según sus autores irrumpía en la sociedad «con hechos sociológicos insoslayables», recibió el apoyo de las cajas de ahorro Municipal de Burgos y Círculo Católico de Obreros.

Después de analizar los resultados de los 638 cuestionarios hechos a chicas (49,1%) y chicos (50,9%) entre los 13 y los 25 años, de los 373 cumplimentados por madres y padres de familia y los 75 con respuestas de profesionales y expertos en distintas materias, se obtuvo una foto fija de las adicciones, la primera que se tenía en la historia. También incluía un material inédito: «Las palabras textuales de los drogadictos en torno a sus situaciones y circunstancias grupales e institucionales recogidas a través de la difícil técnica de la observación participante controlada».

¿Cuáles fueron los resultados? Al 69% de los chavales les habían ofrecido droga alguna vez y hasta un 44% había tenido algún contacto con las sustancias: el 28,5% «en algunas ocasiones», el 11,5% las usaba pero «no habitualmente» y el 3,9% (3.323) lo hacía a diario. La edad de inicio iba de los 14 a los 17 años, la información que manejaban sobre el asunto provenía del grupo de amigos y la más consumida era el hachís, que en el estudio, que está trufado del lenguaje de la época, se denomina «hatschich o chocolate», seguido de los ácidos y las anfetaminas. Un 0,6% ya consumía heroína, y un 0,5%, cocaína, a la que se define como la más cara de todas. Los consumidores reconocieron gastar entre mil y dos mil quinientas pesetas (entre 6 y 15 euros) al mes para «colocarse».

Entre los motivos que alegaban los burgaleses de los 80 para consumir destacaban dos: buscar nuevas experiencias y sentir «atracción por lo prohibido». También se les preguntó por lo que sintieron al probarla por primera vez. La mayoría, nada; después, las reacciones más frecuentes fueron «me reí», «me mareé», «me encantó el rollo», «me puse cachondo», «me piré», «me dio llorona» y «me pareció que nunca iba a salir de ese estado».

Los profesionales -educadores, psicólogos, juristas, sanitarios, dirigentes de jóvenes, moralistas, alcaldes y asistentes sociales- alertaban de que el consumo iba a más, que el primer contacto cada vez era más temprano, «en los últimos cursos de EGB», y que la situación era «verdaderamente alarmante», lo que se notaba en un incremento de la delincuencia. Los alcaldes consultados situaban el inicio de los problemas hacia los años 1974-75 con marihuana, hachís y anfetaminas, y los moralistas, (no se explica quien conforma este grupo pero se entiende por el contexto que son personas vinculadas a la Iglesia o de cierta autoridad moral), destacaban que de los tres o cuatro atracos diarios de los que se hacían eco los medios en aquellos años, uno de cada cinco era motivado por el consumo de drogas, «que afecta a una porción de jóvenes marginados y generalmente desocupados y se comercia en ambientes dispares: bares y concentraciones masivas de jóvenes en el circuito de las Llanas». Estos moralistas iban más allá: «Me consta -decía uno de ellos- el caso de un camello internacional de origen y esporádicas estancias burgalesas». «La afición a la droga en Burgos -añadía otro- ha sido muy intensa en los últimos tres años y muchos jóvenes se han enganchado por marginación».

Los propios consumidores señalaban también las Llanas como el lugar más frecuente de compra y consumo -«también se puede ir a comprar a la casa de los camellos según la confianza que tengas con ellos»- y sobre las sustancias, citaban la heroína, la hierba y las anfetaminas «que además de usarlas para la marcha también la utiliza mucha gente para estudiar»; el speed-ball, que había llegado hacía poco y por entonces no está demasiado extendido, y la cocaína, «que mucha gente la ha probado pero hay pocos adictos dado su precio».

Dieron los drogadictos muchísima información, que se recoge en el informe: Un talego -un gramo de hachís- costaba mil pesetas (6 euros) y daba para ocho porros; una dexedrina de 5 miligramos se podía adquirir por 300 pelas (30 céntimos); un gramo de cocaína salía de 12.000 a 15.000 pesetas (de 70 a 90 euros) y una papela de heroína (una dosis individual) hasta 3.000 pesetas (18 euros). Y no solo largaron del coste económico sino también del perfil de los camellos. «Son de cultura baja y lo basan todo en el dinero, o sea, no existe la humanidad, solo existe el egoísmo, un modo de esclavizarnos a sus exigencias», se lamentaba uno de los adictos consultados.

Entre las medidas que se proponían para atajar lo que ya se veía que a la sociedad se le escapaba de las manos hay algunas muy sensatas -ofrecer información objetiva sobre las adicciones, educar en valores, promover el deporte, hacer prevención en los colegios y crear centros de ayuda a los que ya se han enganchado-, otras muy exigentes e ingenuas -prohibir la entrada de la droga en España-, y también algunas muy singulares como «promover el enfoque cognitivo» con canciones como la ya citada de Miguel Ríos o «publicidad como la de Maradona», lo que leído en la actualidad provoca, como mínimo, estupor. Afrontar eficazmente el paro juvenil, hacer fuertes campañas sobre las consecuencias de las drogas «en cines, homilías, discotecas y bares» eran otras propuestas. Y sobre el papel que debían jugar los padres se puede leer: «Los padres, los carrozas, deben, en todo momento, dar ejemplo en su vida y en su conducta a los hijos, no despegarse de ellos, no ser autoritarios pero tampoco excesivamente consentidores». Las familias que en esa época se vieron afectadas por el problema hicieron lo que buenamente pudieron, como bien saben quienes lo tuvieron cerca. Las entidades sociales y las administraciones públicas enseguida comenzaron a crear recursos, que nunca fueron suficientes, y en eso siguen hoy con los cambios inherentes a los tiempos: hay adicciones sin sustancia (el porno, internet, apuestas), la heroína es residual y la cocaína lo inunda todo. La receta sigue siendo la misma, educación y prevención, pero no en todos los casos da resultados. Los programas de reducción de daños y unos cada vez más eficaces tratamientos antirretrovirales mantienen a raya a los más recalcitrantes y a los pacientes con VIH... y de esos tiempos aún queda algún superviviente que puede contarlo. 

En memoria de D. y de todos los que apuraron hasta el fondo aquellos divertidos y peligrosos años.