Viendo cómo habla, gesticula y sonríe nadie diría que Faustina Elvira Ovejero cumple hoy 105 años, sin embargo son las velas que soplará, las que la convierte en la abuela de la comarca de Pinares. Lo hará en Rabanera del Pinar, donde nació en 1908, donde ha pasado su larga vida y donde más le gusta estar. Allí lo celebrará rodeada de gran parte de su extensa familia, la que creó junto a su marido Amador Crespo, y que ya ha llegado a su quinta generación tras el nacimiento, hace unos años, de su tataranieta Noa, algo que hacía especial ilusión a Faustina, que fue madre de tres hijos y tiene 15 nietos y 24 biznietos.
Su longeva vida, al contrario de lo que pueda parecer, no está ligada a la comodidad, sino al trabajo, al esfuerzo y a la lucha por sacar adelante a sus hijos, Justa, Mariano y Martín y otro niño, que como ella recuerda, cogió en un hospicio de Burgos para criarle. Se casó a los veintidós años con Amador, también de Rabanera, pero se quedó viuda muy joven. «Murió con 37 años de un enfriamiento. Llevaba una vara larga, era tiempo de bellotas, que servían para dar de comer a los animales. Cogió una pulmonía», relata Faustina, con una memoria prácticamente intacta y a la que el paso de los años le ha ido robando parte de su capacidad para oír, pero no su energía y alegría.
La mayoría de sus recuerdos están ligados al trabajo en el campo y con los animales, es lo que ha hecho durante gran parte de su vida. «Saqué a la familia adelante con la ayuda de mi hija y mis hijos. Todo ha sido trabajo. Nosotros cavábamos las patatas, segábamos, arábamos… Todo lo hacíamos nosotros. He trabajado también mucho con mis hijos cuidando a los animales», cuenta Faustina, que recuerda como iban en burro a buscar pan y vino. «Una vez fuimos hasta Hontoria de Valdearados y nos tuvimos que volver sin nada porque llevábamos poco dinero», afirma con una sonrisa, que se le borra cuando habla del peor momento de su vida, cuando mataron a su hijo Martín, taxista en Madrid. «Lo hicieron por un poco de dinero y me quitaron a un hijo que no había otro como él», recuerda.
Una familia. A los veintidós años se casó con Amador Crespo, que falleció a los 37 años, con el que tuvo tres hijos, a los que crió junto a otro que sacó del hospicio. - Foto: diariodeburgos.es También recuerda cómo trabajaba la lana, las distintas fases hasta llegar a poder tejer con ella. «Hacíamos mantas para las muchachas que iban al monte a cuidar al ganado y también tejíamos calcetines», cuenta Faustina, que relata la llegada de la luz eléctrica. «Cuando nos dieron la luz fue una alegría, antes estábamos con candiles y teas. Ahora que me voy a ir yo, viene lo mejor».
Poesías
Faustina es una mujer alegre, la que anima a todos cuando la familia se junta, dice su biznieta Sandra, a la que sorprendió hace pocos años en la iglesia, durante su boda, recitándola una poesía. Es algo que le gusta y que pone de manifiesto su excelente memoria. Ella recita, se pone de pie y gesticula. Suelen ser poemas relacionados con el campo, con los pueblos de la Sierra y con la Virgen, aunque a veces también son de su propia cosecha, y cuando empieza, no para.
Además de la poesía, a Faustina la gusta bailar. Lo ha hecho hasta hace cinco años, pero cuando tenía 100 le operaron de la cadera, en la primera y única vez que ha pisado un hospital, y desde entonces ya no lo hace. «Si pudiera bailar, bailaba ahora mismo una jota con mi hija», dice Faustina mientras mira a Justa y mueve los brazos como si sentada, estuviera bailando. «Me acuerdo de cuando había baile en la plaza. Tocaban con guitarra, pandereta y acordeón. Estábamos contentas si nos sacaban a bailar, pero cuando teníamos que estar sentadas, era aburrido», explica la centenaria.
Jugar a las cartas es otras de sus aficiones. Por las tardes, varias mujeres de Rabanera van hasta la casa de Faustina para echar la partida al tute o a la brisca, y ella se desenvuelve como una más, mostrando una gran habilidad en el juego y a la hora de contar los tantos, haciendo gala de su envidiable salud. Algo, en lo que seguro, tiene que ver la genética. Faustina recuerda el nombre de sus seis hermanos, y cuenta como uno de ellos murió cuando iba a cumplir los 102 años y que con 100 iba a buscar piñas al monte. Aunque los otros cuatro no murieron muy mayores, sí lo hicieron en cambio sus padres.
Junto a la cartas, la radio es otro de sus entretenimientos. «Me la regaló mi hijo Mariano y recuerdo cuando escuché en ella la despedida a Juan Pablo II. Me gusta escuchar Radio María, porque nos cuenta muchas cosas. La oímos todas las noches, antes de ir a la cama. La televisión no me gusta mucho, sólo veo la misa de los domingos», explica, mientras la vienen a la mente momentos de antaño. «Segaba mucho con la hoz. Los domingos por la mañana iba al campo, y después de la misa iba a arreglar la casa porque durante toda la semana, por el trabajo, no había tenido tiempo», cuenta esta centenaria, a la que cuidan sus dos hijos, Justa y Mariano.
Faustina goza de un buen apetito. Come de todo, aunque reconoce que especialmente le gusta la paella y que lo que más ha comido han sido patatas y berzas. Seguro que le celebración de sus 105 años merece un buen menú que irá regado de mucho cariño, el que desprende Faustina y el que recibe de su familia. Su sonrisa y sus ganas de vivir, el mejor regalo para los suyos, y la compañía de sus hijos, biznietos y tataranieta, sin duda, el mejor presente para Faustina en la celebración de un aniversario especial y atípico.