El manantial era conocido como Fuente-Caliente, estaba ubicado en el término de Arlanzón (a unos 20 kilómetros al este de la capital) y dice José Manuel López Gómez que aunque no hay constancia documental es seguro que sus propiedades terapéuticas eran bien conocidas mucho antes de su reconocimiento formal. Corría el último tercio del siglo XIX cuando un atento hombre de negocios, Julián Fournier, puso sus ojos sobre él y el terreno que lo rodeaba y resolvió abrir «un establecimiento balneario con todos los adelantos científicos y las comodidades hosteleras», algo muy de moda en la época. Monetarizaría, de este modo, la utilización espontánea que la gente de los alrededores hacía de aquellas aguas «de buenos resultados para las afecciones de pecho y de estómago». La historia de estas termas, cuyo cierre se produjo justo ahora hace cien años, ha sido elegida por López Gómez, médico, cronista de la ciudad de Burgos e historiador de la Medicina, como objeto de su discurso de ingreso como académico correspondiente en la Real Academia Nacional de Farmacia.
Balnearios burgaleses: Arlanzón, de la esperanza al olvido (1879-1923) es el título de la intervención, que ha contado con la presentación de Javier Puerto, académico de número y presidente de la Sección 6ª de esa institución. Diez años lleva López Gómez con una línea de investigación que analiza las aguas minero-medicinales de la provincia de Burgos. Este hecho y la curiosidad personal sobre por qué no funcionó un balneario «tan bien dotado y tan cerca de la capital» han sido las razones por las que ha elegido disertar sobre este asunto. «El auge de los balnearios a partir del último cuarto del siglo XIX se debe, en realidad, a una suma de circunstancias como el desarrollo del ferrocarril, que facilitó los viajes a los centros termales con mayor comodidad; la tranquilidad política que aportó la Restauración, el aumento del poder económico de la burguesía o la difusión clínica del poder curativo del agua».
La que manaba de Fuente-Caliente fue analizada por primera vez en 1880. Se confirmó, entonces, que era bicarbonatada, cálcica y nitrogenada y dos años más tarde fue declarada de utilidad pública. El 6 de julio de 1884 se inauguró el balneario con «gallardetes y banderolas», música y «el ruido de los cohetes que cruzan el aire y los gritos de entusiasmo de naturales y visitantes», tal y como lo recogía en su crónica El Papa-Moscas, que describía así las instalaciones: «La fonda es espaciosa y bonita; tiene tres pisos y planta baja (...) un saloncito de recreo y gabinete de lectura, numerosas habitaciones y amplios pasillos-galería dispuesto todo a la moderna, con mucha luz y bien distribuido».
Dispuesto a la moderna... y a todo lujo: El balneario contaba con bañeras de mármol, piscina, salas de pulverizaciones y «duchas general y regionales con modelo filiforme, faríngea, facial, nasal y auricular, de metal niquelado, todo curiosamente tratado y con exquisito gusto dispuesto». No fue de menor categoría el banquete que degustaron las autoridades aquel día, compuesto, nada menos, que de 13 platos más postres variados con sus correspondientes licores.
Las aguas de Arlanzón estaban especialmente indicadas para trastornos digestivos, respiratorios y génito-urinarios y adquirieron fama «para combatir las gastralgias, dispepsias, catarros gastro-intestinales y vesicales» y «las enfermedades de la mujer, especialmente las amenorreas y dismenorreas», según explicaba su director, Anselmo Bonilla, en la memoria del primer año de apertura, que no recibió muchos clientes, 184, 174 «acomodados», 6, «pobres» y 4 de «tropa». De todos ellos se curaron 46 (12 de bronquitis crónica, 2 de infarto pulmonar, 4 de faringitis, 16 de dispepsia, 10 de gastralgia, uno de catarro vesical y uno de catarro gastrointestinal).
Las cifras de afluencia de público nunca mejoraron por lo que los tres directores que tuvo -que cobraban a tanto el cliente- en cuanto pudieron emigraron a otros balnearios más concurridos. En 1892 quiebra la empresa que lo sustentaba y los nuevos dueños hacen un intento de recuperar el antiguo -aunque pequeño- esplendor sin ningún éxito. Con el nuevo propietario, Pablo Pradera, un empresario del ámbito del ferrocarril y la minería, las cosas no iban a cambiar, pues como explica López Gómez «estaba interesado fundamentalmente en obtener rentabilidad de sus inversiones, sabía que su explotación no había dado ningún beneficio y nunca pensó en gastar recursos para intentar revitalizarlo». Aún así, durante 16 años seguidos apareció en publicaciones médica la vacante de director en Arlanzón. Nunca se cubrió.
Otros usos. Ante este desmantelamiento de facto, en 1904 las instalaciones fueron utilizadas por las monjas salesas de Voiron (Isère, Francia), que huían del laicismo galo y cuya estancia en Arlanzón no puede decirse que fuera exitosa. Más bien al contrario: en los cuatro años que estuvieron allí 13 de las religiosas se murieron, probablemente por un brote de fiebre tifoidea. Dos años después hubo un intento de que las instalaciones acogieran un manicomio, recurso que no existía en la provincia.
La Diputación hizo un concurso público, Pablo Pradera se presentó con planos del anteproyecto y presupuesto de las obras pero no llegó a cuajar, por razones que la falta de documentación han impedido conocer a López Gómez: «La idea de convertir el balneario en un centro psiquiátrico no carecía de sentido: estaba cerca de Burgos en un paraje agradable y ventilado, rico en aguas y alimentos saludables, con un abundante terreno circundante para el esparcimiento de los enfermos y con dependencias fáciles de modificar. Por desgracia, una vez más, el proyecto fracasó sin que conozcamos las causas exactas». En la actualidad solo se conserva el manantial original dentro de un chalet de nueva planta.