En mitad de ningún sitio, enclavado en un paraje entre lunar y desértico, permanecen en pie las ruinas de Valdearnedo. Si el tiempo ha modelado el siempre sugerente paisaje de Las Torcas durante millones de años, no ha necesitado tantos para convertir el caserío de este pueblo de La Bureba en un Belchite fantasmal. Hace cuarenta años que lo abandonaron sus últimos habitantes, Valeriano Martínez, su esposa Gripina 'y su bella hija Mª Luz', como dejaron escrito en uno de los sillares de la casa familiar antes de cerrar su puerta para siempre. Desde entonces, la tiranía del olvido lo condenó a muerte, como ha sucedido con tantos pueblos de la provincia. En Valdearnedo apenas si queda una sola casa entera en pie: se hallan en su mayoría derruidas, hundidas, invadidas por una maleza incontenible, voraz. Se diría, incluso, que las cárcavas arcillosas que rodean el caserío también estuvieran contribuyendo a devorarlo poco a poco.
Valdearnedo llegó a tener hasta medio centenar de habitantes mediado el siglo XX. En un leve promontorio se ubica su iglesia de origen románico (siglo XII), de la que se conserva el ábside y algunos preciosos capiteles. Este despoblado pronto será sólo un recuerdo, uno de aquellos lugares que eternizó el gran Elías Rubio en Los pueblos del silencio; apenas quedará más memoria de él que las emocionadas líneas de ese libro imprescindible. Pero hasta que llegue ese final inevitable, este pueblo deshabitado se ha convertido en objetivo de una actividad que se ha puesto de moda. Responde al nombre de Urbex, que es un acrónimo de Urban Exploration (Exploración Urbana); se trata de una actividad consistente en localizar y explorar construcciones y lugares ruinosos, vacíos, abandonados y deshabitados, e inmortalizarlos, compartiendo luego imágenes y sensaciones en un gran contenedor que en España es el sitio web Abandoned Spain. Esta gran comunidad, que supera las 50.000 personas, ha confeccionado un mapa con los emplazamientos más llamativos o simbólicos.
Valdearnedo es uno de los cuatro sitios de Burgos escogidos por esta creciente comunidad como ejemplo de lugar abandonado y vacío pero fascinante. Los otros tres son, asimismo, icónicos: se trata de la pirámide de los italianos, que se ubica en la cima del puerto del Escudo; la base militar de Picón Blanco, en Cuatro Ríos Pasiegos; y la antigua azucarera de Aranda de Duero. Hay muchos más espacios en la provincia de Burgos que atesoran las características que tienen como objetivo estos buscadores (lugares abandonados, zonas industriales, edificios en construcción o sitios que tienen un acceso restringido al público en general): desde la antigua fábrica de Valca en Sopeñano de Mena hasta la urbanización fantasma de Buniel pasando por el poblado de La Engaña, el viejo Rancho Bill o muchas de las estaciones del ferrocarril Santander-Mediterráneo, entre otros.
Una comunidad de apasionados de los lugares abandonados escoge cuatro emplazamientos de Burgos. - Foto: PatriciaNo extraña que en el Urbex burgalés se encuentre una de las construcciones más exóticas de cuantas se pueden encontrar en España: construida entre 1938 y 1939 sobre un el leve promontorio, languidece entre el ganado que pasta en la pradera que la rodea. La escalonada pirámide exhibe, como dintel de entrada, esa sigla ominosa, esa brutalista 'M' que hace referencia a Mussolini, el hombre que envió a sus paisanos a morir allí, en el inhóspito y duro frente del Norte durante la Guerra Civil. La pirámide de los italianos es el mausoleo que se erigió en memoria de todos los legionarios transalpinos, los camisas negras caídos en combate en el verano de 1937, durante la ofensiva de los sublevados contra Santander.
El lugar ha sido objeto de un feroz vandalismo y el paso del tiempo y la falta de mantenimiento han hecho su trabajo en la edificación, que se encuentra profundamente deteriorada. El interior se asemeja a un palomar: el columbario muestra los nichos vacíos pertenecientes a los restos de los 384 combatientes del Corpo di Truppe Volontarie (CTV) que permanecieron inhumados hasta 1975, cuando se repatriaron unos a Italia y otros a la Torre-Osario de San Antonio de Zaragoza, el mayor cementerio de italianos muertos en la contienda española. Apenas quedan trozos rotos de lápidas, mucha suciedad y, todavía visible, la leyenda Presente, presente, presente escrita en su interior. Hay dos accesos al sótano de la pirámide, a la profundidad de la cripta, a la que se accede por herrumbrosas escaleras. Pero abajo sólo hay escombros y olvido.
No muy lejos de Espinosa de los Monteros, ascendiendo por una carretera que serpea incansablemente camino de La Sía, se llega a la antigua Base Militar de Picón Blanco, un lugar fantasmagórico al que pronto hincarán el diente las máquinas excavadoras. Fue construida casi en secreto en los años 70 y abandonada casi con idéntico mutismo ya en los 90. Hoy es un desolador complejo de edificios desventrados y vandalizados que frecuenta el ganado, senderistas, grafiteros, amantes del misterio y exploradores urbanos, desaparecerá de la cima de la montaña. Los tres grandes cuarteles y una cuarta construcción que sirvió como cochera y taller no son más que una ruina rampante, comida por la humedad y un frío que en invierno es polar. Nieva tanto allí, que los cuatro edificios están conectados por el subsuelo, ya que en ocasiones la nieve impedía salir de los barracones, tal era la altura que llegaba a alcanzar el manto blanco.
Una comunidad de apasionados de los lugares abandonados escoge cuatro emplazamientos de Burgos. - Foto: PatriciaLa de Picón Blanco fue una de las quince estaciones de repetidores de dispersión troposférica y de microondas que fueron construidas en distintos puntos del país para tejer la RTM (Red Territorial de Mando); no era sino un entramado de comunicaciones militar independiente de la red civil que quedó obsoleto con la llegada de los satélites. El Centro de Transmisiones Táctico de Picón Blanco, conocido en el argot militar como CT-9, está ubicado a 1.529 metros de altitud. El interior de cada una de las construcciones presenta los mismos síntomas: humedad, pintadas, excrementos, escombros y restos de las visitas que, de cuando en cuando, recibe este emplazamiento tan singular.
Un gigante silencioso. Construida a comienzos de los años 40 del pasado siglo, la azucarera de Aranda de Duero es el principal símbolo de la industralización de la capital ribereña. Cerrada hace casi tres décadas, esta gigantesca y sobrecogedora construcción de hormigón, ladrillo y cemento posee un magnetismo incuestionable, carne de Urbex. Su decadente y gris silueta parece infinita -las distintas naves, algunas de casi cien metros de largo y veinte de ancho, y los silos, se edificaron sobre una superficie de 17 hectáreas-. Domina el hipnótico complejo, en la actualidad clausurado a cal y canto, su chimenea de 60 metros, convertida en todo un icono industrial de la villa ribereña.
La formidable construcción fabril se antoja el esqueleto de un animal antediluviano al que los carroñeros hubiesen dejado pulido y abandonado al albur del tiempo, que terminará por ejercer su omnímodo poder tarde o temprano. No cuesta imaginar los interiores de las naves, huecos, con los habituales rastros del vandalismo grafitero, sin apenas vestigio alguno del hervidero que fue, de sus cientos de trabajadores, de sus infinitas toneladas de remolacha molturadas durante medio siglo para ser convertidas en azúcar, de los enseres y las máquinas que hicieron de esta fábrica el estandarte de la industralización de Aranda.