Editorial

La guerra comercial demanda una respuesta unitaria de país

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Las bolsas de todo el mundo vivieron ayer un lunes negro, que oscurece los nubarrones que se ciernen sobre la economía mundial tras la guerra comercial iniciada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El establecimiento de aranceles al comercio de la inmensa mayoría de los países ha desatado un terremoto de dimensión mundial, que los analistas se apresuran a descifrar, mientras buscan un resquicio para la cordura que no acaban de encontrar.

Ayer mismo, con los parqués hundidos por tercera jornada consecutiva, el mandatario norteamericano lanzaba una nueva andanada hacia su principal rival económico, China. Trump amenazaba vía red social con subir los aranceles del 54 por ciento que ya ha impuesto al comercio con el gigante asiático, hasta el 104 por ciento, en una buena muestra de la alocada carrera sin freno que ha emprendido.

Hasta ahora, nadie se atreve a descifrar el origen y tampoco el alcance de una decisión que ha puesto en jaque el tablero global. No son previsibles los movimientos que llegan desde el despacho oval, pero tampoco buena parte de los que le puedan replicar de vuelta y que, a buen seguro, llegarán.

En medio de la incertidumbre, la Unión Europea está optando por una cautela que es seguramente la reacción más oportuna ante el desconcierto general. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha lanzado a la potencia norteamericana su propuesta para zanjar la guerra arancelaria, que se sustenta sobre la oferta de retirar los gravámenes para los bienes industriales. Se trata de una bandera blanca en toda regla, en un intento de negociar una salida bilateral que se antoja difícil.

Al contrario que algunos países, Europa intenta quemar el cartucho de la conciliación, que parece estar dando sus resultados a México o Canadá. Parece difícil que la prudencia de la UE consiga frenar la beligerancia que llega de la Casa Blanca, pero el solo intento es, al menos, un bálsamo contra lo que se puede convertir en una escalada de agravios mutuos.

El temor ante las consecuencias indeseables que esta guerra arancelaria pueda conllevar sobre el crecimiento económico y el empleo a nivel nacional ha servido al menos para rebajar unos grados la tensión instalada en las relaciones entre el gobierno y el principal partido de la oposición. El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, ha querido marcar perfil de estadista, primero reuniéndose con más de treinta organizaciones directamente afectadas por los aranceles, pero también moderando el análisis sobre el plan de respuesta presentado por Sánchez, que considera solo mejorable. Es consciente de que el reto planteado excede de las siglas y requiere una respuesta unitaria de país.