Cuando llega febrero los días son más largos, más soleados, menos fríos, más 'chispositos' y menos aburridos. Llega el Carnaval, se hacen planes para Semana Santa y empiezas a digerir, casi 40 días después, aquella comida de Navidad que empezó con un vinito a las 13:30 y acabó con peladillas y turrón doce horas después. Cuando llega febrero también se empieza a vislumbrar de qué palo va el equipo que animas y al que te gustaría ver siempre arriba.

En el caso que nos atañe aquí, en este huequito, hablamos del Balonmano Burgos y he de decir que, con la cautela que impera en el deporte para no meter la pata, el final de temporada pinta sufrido y bonito a partes iguales. No es conveniente que el público se haga más ilusiones de la cuenta ni que nadie piense en mamarrachadas de esas de vender la piel del oso antes de cazarlo, que luego te dejan en junio con la cara larga, la camiseta llena de lágrimas y el alma rota por lo que parecía que sí pero no.

Si lo que quieren son certezas, sepan que en este punto del año, hay ya dos realidades empíricamente demostrables, que se ganó el engañoso 'trámite' de Cisne y que el equipo sigue líder. Lo que no es científico, pero sí es palpable, es el compromiso y la profesionalidad con la que se sacan adelante las victorias. No hay lujos, no hay marcadores desorbitados y no todo es 'balonmano champagne', pero se percibe un aroma diferente al que veníamos respirando. 

Es un perfume que viene de arriba y que solo se huele cuando acumulas varias jornadas en lo más alto. Uno de esos olores que quieres ponerte cada domingo y que distingue un día más de otro especial.
Es una fragancia que a pesar de seguir en el crudo invierno, huele a aire de primavera.