Hace unas pocas semanas, un viejo amigo le recordaba aquella frase de La Celestina: «Nadie es tan joven que no se pueda morir mañana, ni tan viejo que no pueda vivir un día más». Esas palabras destilaban fuerza, cariño, ánimo, esperanza. Acaso ilusión. Ilusión por que pudiera pasar la Navidad con los suyos antes de irse. No pudo ser: Cristina Echevarrieta, integrante del inolvidable grupo Orégano, falleció ayer en su casa de Valladolid a los 62 años de edad. Si no pudo cumplir su deseo de vivir esta Navidad, sí consiguió lo más importante, acaso lo único importante: marcharse abrazada por el amor de su marido, Javier Prada, y de sus hijos, Irene y Nacho. Serena, lúcida, en paz. Nacida en Burgos, creció bajo el influjo magnético de la Catedral, cuya estampa para ella siempre fue cotidiana: imposible no contemplarla a diario desde su casa familiar de la plaza del Rey San Fernando. Criada en una familia de siete hermanos -entre ellos, Jesús Echevarrieta, que sería presidente de la Asociación de Empresarios de Villalonquéjar, fallecido a los 66 años en mayo de 2014-, su padre, José Ramón, fue propietario de la camisería Guelmi, abierta desde los años cuarenta y hasta finales del siglo XX en la plaza de Santo Domingo de Guzmán.
Cristina (que estudió en las Esclavas y en el Instituto Femenino) y dos de sus hermanas, Marta y Carmen, cultivaron desde niñas la afición al canto. Mientras Marta formó parte durante muchos años del Orfeón Burgalés, Cristina y Carmen integraron un grupo de adolescentes que solía entonar canciones religiosas durante las misas dominicales de la parroquia de San Cosme y San Damián. Allí juntó su voz Cristina con las de José Francés, Pepe García Hernando y Enrique Gandul, germen de Orégano, formación burgalesa de música tradicional y reivindicativa que empezó a actuar en 1976 por los pueblos de la provincia, y más tarde por toda España, junto con Joaquín González Gil, actualmente forense en la Audiencia de Burgos, con el más tarde periodista Álex Grijelmo, y con el ahora médico Javier Prada, quien tiempo después se convertiría en su marido. La pareja coincidió primero en el grupo Orégano y más tarde como funcionarios del Consejo General de Castilla y León (antecedente de la actual Junta) en las oficinas del Palacio de la Isla. Posteriormente fueron trasladados a Valladolid, donde establecieron su residencia desde los años ochenta hasta ahora sin que ello menoscabara su infinito amor por Burgos: le apasionaba desayunar en la cafetería Loste de la avenida del Cid, pasear por su querido Espolón, comprar chevalieres en la pastelería Ibáñez, tomar cañas por el centro con su legión de amigos y cantar el Himno a Burgos en el Victoria.
Cristina fue la voz femenina de Orégano, y una de sus principales bazas sobre el escenario. Quienes lo compartieron con ella aseguran que tenía «una gran capacidad para interpretar la fuerza y el ritmo de las jotas castellanas, y la sensibilidad para bordar una nana o cualquiera de las canciones melódicas que compuso el grupo, sin olvidar el vigor y la emoción de algunos de sus temas propios, como ‘Somos castellanos’ o ‘Soy de Burgos’». Mujer culta, inteligente y creativa -como la definen sus íntimos-, en los últimos años, ya jubilada y con problemas de salud, volcó su capacidad artística en la pintura; y sus cuadros con motivos castellanos decoran las casas de algunos de sus amigos.
En 1981, junto con sus compañeros de Orégano, recibió el premio Villalar de los Comuneros por la labor del grupo en la recuperación de las canciones tradicionales y especialmente por el disco Música tradicional castellana. El cancionero burgalés, editado por Guimbarda, sello especializado en folclore. En esas tareas de recuperación participó ella asiduamente en los años setenta y ochenta, yendo con el grupo de pueblo en pueblo para grabar romances, cantos a lo llano, jotas y otras melodías que, de no ser por ese trabajo, se habrían perdido. Orégano grabó además otros cuatro discos, en uno de los cuales (titulado Donde se escucha volar) puso música a los versos de varios poetas burgaleses y castellanos, entre ellos dos poemas de Tino Barriuso. Tanto ese disco como el último, titulado Siempre por Burgos (que recoge la actuación de 2016 en el Principal), fueron distribuidos por Diario de Burgos, el primero en 2006 y el segundo en 2018.
El libro de la periodista raudense Pilar Alonso De almenas y agua lenta recoge la biografía de Orégano y el papel de Cristina en el grupo, y retrata la época en que distintas agrupaciones culturales burgalesas emprendieron una enorme tarea de recuperación de nuestras tradiciones. Orégano, por ejemplo, se dedicó a rescatar la figura del músico burgalés Antonio José y de su cancionero, y promovió junto con otros grupos culturales una campaña destinada a la recuperación del entonces abandonado edificio del Teatro Principal. Quiso el destino que tan mágico lugar fuera el escenario del último concierto navideño del grupo. Un concierto inolvidable por muchos motivos: ese día, Cristina también actuó con sus hijos. Aunque con su pérdida esta tierra haya enmudecido con silencio invernal, hay sonidos que no se perderán nunca: allá, lejos, donde se escucha volar, los ecos de su cálida voz resuenan todavía.