Aunque murió a la pronta edad de 38 años, Juana María de Villachica y Llaguno tuvo tiempo para codearse con los intelectuales españoles del momento -siglo XIX- y gracias a ello hacer que Burgos, su ciudad natal, cogiera el tren de la Historia y de los avances científicos bien que con dispares resultados. Gracias a su influencia, la ciudad fue sede por unos años del Real Colegio de Cirugía, que fue el magnífico germen de una Facultad de Medicina que se frustró, y se procedió a la primera vacunación. Fue contra la viruela y resultó beneficiado el 10% de la población. Tal es su legado a pesar de que su nombre ha quedado en el olvido -probablemente por su condición de mujer- y ni siquiera se conocen imágenes en las que se la represente.
Esta historia de las vacunas contra la viruela y el protagonismo de la dama, escrita por el médico e historiador de la Medicina José Manuel López Gómez con el título Un proyecto ilustrado en Burgos. Los inicios de la vacunación antivariólica, será publicada en enero en el próximo boletín de la Institución Fernán González, una edición especial ya que se trata del número 250 de la revista que se lleva publicando ininterrumpidamente desde 1922.
«Resulta esencial el papel que esta mujer juega para que llegue en 1801 la vacuna de la viruela a Burgos porque es ella quien conoce al médico Ignacio Ma Ruiz de Luzuriaga en la casa madrileña de su tío Eugenio de Llaguno y Amirola, primer oficial de la Secretaria de Estado y académico de la Historia, que se codeaba con personalidades de la Ilustración como Jovellanos, Iriarte o Samaniego y tenía una tertulia en la que Juana María participaba en sus estancias madrileñas», explica López Gómez.
La mujer, ya en Burgos, contacta epistolarmente con Ruiz de Luzuriaga para comunicarle la intención de su médico, que lo era también del Cabildo Catedralicio y el Hospital de Barrantes, Prudencio Valderrama, de importar a la ciudad la vacuna y pedirle los elementos técnicos necesarios para llevarla a cabo. Tanto Juana Manuela como Prudencio habían conocido la existencia de tal avance gracias a las noticias leídas en el Semanario de Agricultura y Artes, que fue la primera publicación que se hizo eco de ello en España.
«Ruiz de Luzuriaga envía la vacuna y sin más preámbulos el 16 de agosto de 1801, Valderrama tiene el coraje de vacunar a sus propias hijas Andrea y Rosa, de 6 y 4 años, para comprobar la eficacia de la medida antes de generalizarla en la ciudad. Yla tiene, como comprueba el burgalés y le cuenta al médico de Madrid detalladamente en una carta. Un año después, en 1802, ya se había vacunado al 10% de la población de Burgos», añade el investigador.
En esta labor contó con la ayuda de José Victoriano Gómez, cirujano de Barrantes, con quien vacunó a todas aquellas personas que lo desearon: «Imagino, además, que lo costeó el propio médico aunque no era una cantidad muy grande. Lo que hacían era que con la linfa vacuna de un paciente al que se la inoculaban tomaban la muestra para el siguiente y así lo iban enlazando».
NO SE GENERALIZÓ
Esta primera experiencia vacunal en la ciudad no dio paso, como hubiera podido suponerse, a la generalización de la medida preventiva contra las enfermedades ya que hubo muchos altibajos. Se registraron algunos intentos, recuerda López Gómez, en Espinosa de los Monteros y existe un documento de 1830 (tres décadas después de estos hechos) en el que el cirujano del Ayuntamiento, Cipriano López, se queja de que la vacunación había caído prácticamente en desuso en la ciudad, de manera que la viruela repuntó: «La vacuna sufrió fluctuaciones dependiendo de las autoridades sanitarias municipales. El primer gabinete con un objetivo exclusivamente vacunal se creó a finales del XIX por Florentino Izquierdo, médico del Hospital Provincial». Todo ello a pesar de la alta prevalencia de la viruela, no menor de un 10%, según datos nacionales de la época. La enfermedad no fue erradicada totalmente hasta 1964.
¿Y qué fue de Juana Manuela? Esta burgalesa tan desconocida fue una mujer «profundamente ilustrada e interesada de manera continua en los avances culturales y científicos de la época y puso toda la carne en el asador para que algunos de ellos se incorporaran a la ciudad para mejorar la vida de la gente», en palabras de José Manuel López Gómez, quien considera que se merece algún reconocimiento público. Durante la Guerra de la Independencia su marido, el muy afrancesado Francisco de Urquijo, fue nombrado corregidor de Burgos pero cuando en septiembre 1812 las tropas galas son obligadas a salir de la ciudad, la pareja se marcha a Vitoria para regresar al poco cuando los ‘gabachos’ hacen lo propio. No tuvo tiempo para más ya que muere en diciembre de ese mismo año.