Ahora que Rafa Nadal se dispone a dar los últimos raquetazos de su carrera, me viene a la cabeza la loquísima crítica vertida por un famoso cantante 'indie' hace apenas unos meses. Aseguraba este artista -juro que no utilizo el calificativo de forma irónica, aunque podría ser-, que el manacorí no era ejemplo de nada. Una persona que juega con dolor, vino a decir, da un mensaje erróneo a la población: que no es correcto cogerse una baja pese a estar enfermo o lesionado. Algún periodista ya había defendido una tesis parecida con anterioridad. No me sorprendió, por otra parte, viniendo de un plumilla que previamente sostuvo que los sucesos los cubría desde la redacción.
Quiero pensar que en realidad las críticas son un clavo al que agarrarse para condenar a un tipo que les genera cierta animadversión. Posiblemente porque lo ubican en un espectro político concreto, pese a que Nadal nunca se haya posicionado en ninguna trinchera. Pero así este país: te etiquetan antes de que puedas decir buenos días. Y si te sales de la línea que te marcan, las turbas extremas te apalearán con envidiable disimulo hasta que renuncies a la herejía.
De verdad creo que tiene que ser esa discrepancia de pensamiento la que sustenta las críticas feroces y no la teoría de que Rafa sufre a propósito para ser un héroe. Tiene que ser una broma que alguien piense que lo correcto no es dejarse el alma en tu oficio. Que es negativo tener disciplina, aceptar que la derrota es parte importante de la vida. Que no debe promoverse el respeto al rival. Me niego a pensar que vivimos en un país tan enfermo.
Corren malos tiempos para los herejes de Nadal. Las pistas del mundo le van a rendir pleitesía antes de que cuelgue definitivamente la raqueta. La historia tendrá un gigantesco capítulo dedicado a su figura y no a los que escupen un odio irracional.