Un milagro llamado Mario

S.F.L. / Briviesca
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Barcina de los Montes celebra la llegada del bebé tras cerca de 31 años sin un nacimiento. El último fue el de Juan Arnaiz, el orgulloso padre

Juan Arnaiz y Beatriz de Blas con su hijo. - Foto: S.F.L.

Mario no tenía prisa por nacer y llegó al mundo ocho días después de lo previsto, el 23 de agosto. Pesó 3 kilos 200 gramos, midió 51 centímetros y Beatriz de Blas, su mamá, no pudo tener un mejor parto. Tras dejar el hospital e instalarse en el hogar familiar tocó el turno de las presentaciones. La última vez que los vecinos de Barcina de los Montes festejaron un hecho semejante fue cuando Isabel, la abuela paterna de la criatura, dio la vida a Juan Arnaiz, progenitor del bebé, hace ya casi 31 años. El pequeño duerme plácido en el silencio balsámico del pueblo y la suya es una historia de las de trazo grueso que merece titulares en un escenario donde la curva demográfica no es más que un salto al vacío.

Cascadas de alegrías y algún desvelo reflejado en el rostro de sus padres, a pesar de que aseguran que por las noches duerme hasta cinco horas del tirón aunque por los días el cuerpo le pide marcha, el matrimonio desprende felicidad por cada uno de los poros de su piel. Y no es para menos. Apostaron por su relación y la joven no dudó ni un segundo en dejar su anterior trabajo en el sector sanitario en Burgos -ciudad de la que procede- para trasladarse y comenzar una nueva -y muy diferente- etapa en una localidad ubicada en pleno corazón de los Montes Obarenes que no supera la veintena de habitantes, para formar parte del negocio familiar y adquirir todos los conocimientos necesarios que requiere la gestión de una granja ecológica como La Majada.

A diferencia de la mayoría de los niños que nacen hoy en España, Mario crecerá en un entorno muy rural, un ambiente en el que el silencio y la calma son el pan de cada día. «Recuerdo haber tenido una infancia muy feliz. Mi hermano y yo éramos los únicos jóvenes que residíamos a diario aquí, pero nunca nos aburríamos. Siempre andábamos con la bicicleta de un lado a otro, paseábamos por el monte y jugábamos con el barro. Así llegábamos a casa», bromea el padre mientras no quita ojo a su bebé. Confía en que su retoño viva una niñez como la suya de feliz en un espacio libre de contaminación y peligros. A Beatriz, por contra, sí que le inquieta que el pequeño se críe solo, aunque siempre le «quedará el colegio y los fines de semana». 

Hasta diciembre disfrutarán las 24 horas del día junto a su pequeño, que cada día aprende cosas nuevas, se ríe mucho y comienza a agarrar los juguetes, pero a partir de entonces ambos deberán compaginar el trabajo con el ganado, las tierras y la elaboración de quesos, con sus cuidados. Cuentan con el apoyo de los cuatro abuelos -los paternos viven en Barcina y los maternos se han instalado una temporada- para que la vuelta a la rutina se lleve de otra manera. «Tenemos las instalaciones al lado de casa y si el niño necesita algo no tardamos nada en acercarnos», comenta Juan, que también rememora que cuando él nació se quedó al cuidado de su abuela. «Si lloraba porque tenía hambre, venía mi madre, me daba el pecho, y se volvía a marchar».

Esto no les quita el sueño. Tampoco que en la localidad no haya tiendas y que en los crudos inviernos la nieve les aísle en ocasiones puntuales. El panadero pasa y tan solo 8,5 kilómetros les separan de la villa condal. Saben que la carretera es el peaje de la vida tranquila que desean. Este año han cumplido el quinto compartiendo vida en el pueblo y esperan que Mario cumpla muchos, con la «libertad y las sensaciones que se tienen residiendo aquí», sentencian.