Las ciudades tienen leyes secretas. Suelen decretarlas los ciudadanos por diversos motivos. Uno de los principales, claro, ha de atribuirse a decisiones urbanísticas. La céntrica Plaza de Vega y su entorno inmediato, especialmente el que se expande hacia la zona sur, parece presa de una maldición. Contabiliza una gran cantidad de locales vacíos, exhibe enclaves que lo afean, como la 'podrida' manzana del solar que languidece frente al Espoloncillo, y otros que, por falta de uso, como el Hospital de la Concepción, arrojan una imagen de vaciamiento, de ausencia de latido en sus calles.
No hay ningún misterio para que este espacio otrora privilegiado y codiciado sea desde hace años un punto negro en el corazón de la urbe. La explicación hay que encontrarla en una decisión urbanística que abrió una herida que aún no se ha cerrado. Los arquitectos lo tienen claro: a la Plaza de Vega la 'mató' el aparcamiento subterráneo que se construyó en los albores de la década de los 90 del pasado siglo. «Cuando se construyó el párking se generó un tapón impresionante que duró mucho tiempo. Y se hizo mal, además. No sólo afectó al tráfico rodado, sino que apenas se dejó unos muy estrechos pasos para los peatones. Aquello rompió por completo las circulaciones. Cuando en una ciudad cortas las tensiones, la gente busca otras. Somos animales de costumbres. La gente se vio obligada a moverse por otras y cuando la obra terminó nada volvió a ser lo mismo, tanto en coche como caminando».
En el inicio de la década de los 90 la Plaza de Vega era un hervidero: mezclaba comercios exitosos con negocios de hostelería con idéntico arraigo. Allí latía la vida, la actividad. Era un espacio neurálgico de la ciudad, con el añadido de que, allí mismo estaba -y sigue estando-, la estación de autobuses, que no se diría, en rigor, un espacio que tienda a la deshabitación. Además, como subrayan los especialistas, la mejor arquitectura de los años 40 está allí. Era un lujo. El primer tramo de la calle Madrid era deseado, así como la propia calle Miranda. «Y lo que ha sucedido es que la plaza de Vega ha empobrecido todo el entorno». Aquel aparcamiento subterráneo, señalan, no se meditó bien. Su impacto fue brutal. «Es cierto que el urbanismo es una ciencia muy nueva. Y todos hemos ido aprendiendo. También la sensibilidad hacia la ciudad ahora es diferente. Se ha ido adquiriendo».
La maldición de Plaza Vega - Foto: Archivo DBAquella política de aparcamientos subterráneos que inició el entonces alcalde José María Peña no es que fuera una mala idea, explican, pero con matices. Cuando se reformó el de la Plaza Mayor hubo un temor enorme al impacto de la obra, a que la zona perdiese tensión. Por fortuna, no sucedió como con la Plaza de Vega. No en vano, antes incluso de que se iniciaran las obras de aquel subterráneo, comerciantes y hosteleros pusieron el grito en el cielo. Se olían que iba a pasarles lo que, en efecto, les sucedió: hubo un rosario de cierres de establecimientos durante la ejecución de la obra.
Establecimientos que, concluida ésta, no volvieron a reabrir. Nunca. A partir de ese momento, la zona empezó a ser ocupada por la gente con menos recursos que no quiere vivir en las periferias. La zona sur, apuntan los arquitectos, ha sido la gran víctima, el sector peor parado de Burgos. Lo único bueno que le ha sucedido ha sido la desaparición de aquella cicatriz/muro que fue el ferrocarril y la puesta en marcha del bulevar, si bien lamentan que si el dinero que generó se hubiese empleado «en su sitio natural, que es la orilla del río Arlanzón, no hubiese existido el corte que existe. Ni en la zona de La Merced ni en el Espoloncillo se ha metido nunca un euro. Sólo se ha cambiado el puente de Santa María. Es una zona marcada por desniveles y aceras estrechas. El Arlanzón no tenía por qué haber constituido una barrera, porque es un río pequeño».
Hay soluciones para acabar con esa maldición, claro. Pero pasan, exclusivamente, por intervenciones importantes. El Hospital de la Concepción podría ejercer de motor, pero el uso que se le va a dar (archivo) no promete demasiado; si alguien apostara por la manzana vacía que se asoma al río, probablemente acabaría el estado comatoso que presenta esta zona. Asimismo es cierto que desaparecieron el Liceo, Jesuitas y Concepcionistas, que aportaban chavalería, y que promotores y arquitectos han mirado hacia otras zonas de la ciudad, condenando a esta al olvido. También que la estación de autobuses ya no tiene el trajín que sostenía hace décadas.
La ‘podrida’ manzana de la Plaza Vega es un baldón más de este punto de la ciudad otrora lleno de vida. - Foto: ValdivielsoApuntan, como una alternativa, a intervenir de forma importante en el tramo que va de la Plaza de Vega al Bulevar, primer tramo de la calle Madrid peatonalizándolo todo. «Es una zona tan herida que sólo puede resucitar poniéndola de moda con una actuación de ese tipo. De gran calado. Hay que hacer acciones urbanísticas creativas. Una calle peatonal y ajardinada sería una buena alternativa; se recuperaría en todos los sentidos, porque el tráfico por allí no es imprescindible. Ya no. Pero es que no ha habido intención de recuperar la zona sur más allá del Bulevar». Y todo tiene impacto, claro. El cercano Museo de Burgos, que es una maravilla, es un gran desconocido. «¿Pero quién va a ir si nada invita a pasar por allí?».
Si el origen de esta maldición está en la construcción del aparcamiento, lo doloroso es que el tiempo ha demostrado que éste es residual. ¿Cuántos burgaleses han metido allí su coche?, se preguntan los expertos. De las 557 plazas, 305 eran para residentes, siendo para rotación 252. Este mismo periódico dio cumplida cuenta, durante el tiempo en que se prolongaron las obras, de los cierres de establecimientos que fueron produciéndose. En torno a un centenar de comercios de distinta índole se vieron afectados, llegando incluso a unirse en una comisión para exigir diligencia y rapidez con las obras, ya que a los pocos meses de iniciarse estas las ventas de los comercios ya se habían visto reducidas entre un 50 y 60 por ciento.