La guerra en Oriente Próximo ha cumplido un mes con un balance aterrador. Desde que el pasado 7 de octubre el denominado Movimiento de Resistencia islámica -Hamás- llevara a cabo una atroz incursión terrorista coordinada en el sur de Israel, provocando la muerte indiscriminada de más de un millar de ciudadanos hebreos y el secuestro de 240 personas, entre ellas niños y ancianos, la guerra, declarada como respuesta por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha desencadenado una inhumana espiral de violencia que ya ha acabado con la vida de cerca de 10.000 palestinos, de los que 4.800 eran menores. La crisis humanitaria que se vive en la Franja de Gaza no tiene precedentes, pero, lejos de alcanzar una tregua que permita ayudar a los más vulnerables, una población civil a la que Hamás utiliza como escudos humanos, Israel ha advertido que los bombardeos y las incursiones terrestres, cada vez más virulentas, no pararán hasta que todos los rehenes hebreos sean liberados; sólo habrá "pequeñas pausas tácticas".
Netanyahu, que ha levantado críticas tanto dentro como fuera de las fronteras de su país, no quiere dar su brazo a torcer y dejó caer ayer que la seguridad en la Franja recaerá sobre el Ejército hebreo una vez hayan acabado con Hamás. La presión diplomática no está surtiendo efecto. Las reticencias de Estados Unidos a que Israel lleve a cabo una ocupación de Gaza no han conseguido frenar ni la escalada ni las intenciones, y las palabras que llegan por boca del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, denunciando las violaciones de la ley humanitaria internacional, son desprestigiadas desde Tel Aviv, acusando al máximo responsable de Naciones Unidas de posicionarse y de sentir "vergüenza" por sus declaraciones. La situación es insostenible y los puentes, esos que un día existieron, están completamente rotos. Occidente exige una solución a un conflicto que lleva enquistado décadas -algunos abogan por el reconocimiento del Estado de Palestina- y apuesta por garantizar el derecho internacional en la Franja, pero Israel no tiene intención de parar hasta acabar con Hamás. Ni siquiera el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, ha sido capaz de convencer a Netanyahu de la necesidad de que se lleve a cabo una pausa humanitaria, que permita a la población salir de la zona y evite la muerte de más inocentes.
La carta de dimisión del alto funcionario de la ONU Craig Mokhiber, denunciando la situación que se vive en la Franja, deja claro que la humanidad está fracasando. La comunidad internacional centra hoy sus esfuerzos en la llegada de ayuda humanitaria a Gaza, pero debería seguir presionando a Israel para tratar de reconducir el conflicto, instar a Hamás a la liberación de los rehenes y detener una cruenta ofensiva que, aunque trata de distinguir entre terroristas y civiles, se ha cobrado la vida de más de 10.000 personas en 30 días, de los que más de un 40 por ciento eran niños.