Cristina Valdiosera (Los Ángeles, Estados Unidos, 1975) es desde hace tres años investigadora en el Laboratorio de Evolución Humana de la Universidad de Burgos, adonde llegó con una beca Ramón y Cajal, pero a sus espaldas hay toda una vida dedicada a la ciencia. Esta bióloga, experta en paleontología molecular, supo de los yacimientos de Atapuerca en plena selva mexicana donde coincidió con unos investigadores españoles que le hablaron de ellos, y desde entonces tuvo muy claro qué era a lo que se quería dedicar. Hizo su tesis doctoral sobre osos de la mano de Juan Luis Arsuaga y pocos veranos de su vida ha faltado a los trabajos en la cuna de la Humanidad. Tras tres años de carrera en Dinamarca y diez en Australia -en los que nunca rompió el contacto con Atapuerca- y después de darle muchas vueltas tras recibir la Ramón y Cajal tomó la decisión, junto a su pareja, de volar al otro lado del mundo e incorporarse al equipo que dirige José Ramón Carretero. Aquí, asegura, es muy feliz... a pesar del frío.
Hija de madre y padre mexicanos y científicos, fue en el país azteca donde se crio y donde decidió, en contra de la familia, dedicarse a la Biología y no a la Medicina como tenían todos previsto, y parece que acertó, pues es una de las mejores en su campo y recientemente ha publicado en la revista científica de mayor impacto, Nature, una investigación que se sugiere -explicado de forma muy sencilla- que la agricultura fue introducida en el norte de África vía migrantes europeos y luego adoptada por grupos locales con los que no se mezclaron. A pesar de que la idea fue suya, de que ella viajó a Marruecos, consiguió las muestras e hizo otras tantísimas gestiones no es la investigadora principal sino que codirige el trabajo con un señor... «Cosas que pasan», afirma, discreta.
A un hombre se le escucha y se le toma en cuenta a la primera; una mujer tiene que repetir las cosas varias veces para que le atiendan y cuando ya lo hace levantando la voz le dicen 'ahí está la loca, claro, cómo vas a liderar si eres una neurótica'»
«Siempre tuve claro que me iba a dedicar a la ciencia y la biología me encantó siempre. Me pasaba el tiempo recolectando animalitos, piedras, insectos, tuve todo tipo de mascotas, tenía la casa llena de hámsters... y a pesar de que todo el mundo quería que me matriculara en Medicina, me callé y lo hice en Biología y luego lo confesé», recuerda, entre risas. ¿Todo lo conseguido hasta el momento le ha resultado más difícil por ser mujer? Antes de contestar piensa unos segundos para matizar que, aunque, de forma general, todo es más complicado para las mujeres en el ámbito de la ciencia, en su caso particular afirma haber tenido siempre compañeros «bastante empáticos»: «Sinceramente, creo que he tenido bastantes oportunidades y no puedo quejarme del ambiente laboral ni en Dinamarca ni en Australia ni en España... aunque todos los equipos en los que he trabajado siempre han estado dirigidos por hombres, eso sí... Y también es cierto que en mi campo, la mayoría de las mujeres con las que empecé el doctorado ya no están, algo muy significativo, algunas porque tiraron la toalla puesto que es muy difícil competir, y otras porque tuvieron hijos. Yo tardé mucho porque no lo tenía claro y, de hecho, solo tengo una niña y soy una madre mayor, no creo que ningún hombre se haga este planteamiento».
En Australia, donde nació su niña, tuvo nueve meses de baja maternal conservando el mismo sueldo de la universidad y aunque esto es objetivamente bueno y considera que debería replicarse en todas partes, la investigación en su campo no se paró -nunca se para- y cuando volvió tuvo la sensación de que no sabía «ni dónde lo había dejado»: «Creía que en el momento en el que la dejara en la guardería todo iba a volver a ser como antes y de eso nada, a los dos días ya tenía fiebre. La suerte que tengo es que en cuestión de horarios la investigación es flexible e incluso puedes trabajar desde casa, pero la experiencia me ha hecho ver que esto último no es factible. A los dos meses en un zoom me eché a llorar porque me di cuenta de que no podía cumplir con lo que le había dicho a todo el mundo, que dos meses después de nacer la niña me iba a poner con todo y en ese tiempo no logré ni dar bien la teta».
La mayoría de las mujeres con las que comencé el doctorado ya no están, muchas porque tuvieron hijos, algo que yo tardé mucho en hacer y, de hecho, soy una madre mayor. A ningún hombre le pasa esto»
Aunque en los equipos donde se ha desarrollado profesionalmente no ha notado un machismo muy evidente y florido, dice haber reconocido muchas veces un patrón: «A un hombre se le escucha y se le toma en cuenta a la primera; una mujer tiene que repetir las cosas muchas veces porque nadie le hace caso y cuando a la cuarta o quinta lo grita enseguida le dicen 'ahí está la loca, claro, cómo vas a liderar si eres una neurótica'».
Con respecto a las situaciones de acoso sexual, Valdiosera asegura que en la ciencia también pasa, «claro que pasa», a la vez que afirma que está siendo testigo de un salto generacional muy interesante: «Nosotras veíamos cosas que creíamos que eran normales, pero las investigadoras más jóvenes ya no pasan ni una ni normalizan nada que no sea normal. Mi generación estuvo en la frontera de este cambio, pero no creo que lo procesáramos del todo. A veces digo 'es que a mí no me pasó nada', pero pienso si es que no me di cuenta de lo que suponían determinados comportamientos. Todas las mujeres podemos contar situaciones en las que nos hicieron sentir muy incómodas, yo también, mis amigas y colegas también. Acoso hay. Yo no sufrí nada fuerte, pero he tenido que escuchar muchas tonterías, me han llegado a decir que era 'de lo mejor del ganado' y aquel señor pensó que me tenía que sentir contenta porque era un piropo».
Claro que hay acoso sexual en nuestro sector. Pero las jóvenes ya no pasan ni una»
Para que haya más y más niñas que apuesten por carreras científicas, Cristina Valdiosera apuesta por la educación desde el minuto uno y tiene claro que a su hija no le va a costar decidirse: «Nos la llevamos a los viajes, a las conferencias, viene al laboratorio, esto es parte de su ecosistema... y por eso me dice cuando me ve trabajar: ¿mamá, estás cientificando, me enseñas a ser científica?».