En el apasionante, pero difícil mundo de la atención a las personas sin hogar no existen los milagros. Es el trabajo cualificado del personal de las entidades sociales, la pericia del voluntariado y el diligente funcionamiento del sistema público el que saca adelante a quienes en un momento de su vida lo han perdido todo. Pero, de vez en cuando, a este arsenal contra la desesperanza se le suma la generosidad de la gente, un impulso que sale de las tripas para ayudar a alguien porque su caso resulta cercano o especialmente sensible. Ha ocurrido muchas veces, la última más conocida fue la avalancha de iniciativas cívicas que se pusieron en marcha para intentar llevar a puerto seguro a quienes huían de la invasión de Rusia a Ucrania y la guerra en la que desembocó y que aún dura. Pero las hay más pequeñitas, como la que ha salvado a Jesús, un burgalés que en febrero contó en estas mismas páginas cómo las cosas se les habían complicado de tal manera que tuvo que pasar ocho meses malviviendo en un coche, una situación de la que salió desnutrido y, sobre todo, desesperanzado y con ganas de morirse.
Su relato era duro, tremendo, pero también muy cercano. Jesús es uno de los nuestros, exalumno de Jesuitas que un día tuvo su casa en una zona nada marginal de la ciudad y tuvo su pandilla y sus ganas de comerse el mundo. Pero la vida, que a veces es muy perra y está llena de dificultades y errores, se le complicó de tal manera que no le quedó otra que dormir en su destartalado turismo aparcado en una calle cerca del río y sobrevivir recogiendo los restos de los cubos de la basura de las cadenas de comida rápida, sin ducharse y, lo que considera lo peor de todo, sin tener a nadie a quien llamar. Su caso llegó a oídos de Cáritas quien enseguida habilitó un espacio para que pudiera dormir en la Unidad de Mínima Exigencia (UME) y una plaza en el cálido comedor que las Hijas de la Caridad tienen en la casa de acogida de San Vicente de Paúl.
Fue acojonante la cantidad de personas que se pusieron en contacto conmigo cuando salió el artículo en el periódico. Me emocioné mucho»
Un día de febrero Jesús, como decimos, tuvo la generosidad de contar lo que le había pasado en estas mismas páginas. De forma inmediata las redes sociales se lo participaron al mundo entero, y en el otro lado del teléfono móvil decenas de ojos supieron enseguida quién era a pesar de que, respondiendo a su petición, le fotografiamos de espaldas. 24 horas después un excompañero del colegio se ponía en contacto con DB para confirmar su identidad y en el grupo de WhatsApp de aquellos exadolescentes no se habló de otra cosa: había que echarle una mano.
Con la colaboración de unos y otros, Jesús, que tiene más de un 40% de discapacidad reconocida, ahora parece otro hombre. Ha conseguido un empleo a través de Fedisfibur y Prosame, la intervención del grupo de Jesuitas le ha permitido contar con una habitación en un piso compartido y el educador social de Cáritas David Alonso se ha convertido en un imprescindible para él. «Es como mi padre, es una persona indispensable, que ya me trata como un amigo y al que le puedo contar todo lo que me pasa», relata este hombre, cerca ya de cumplir 49 años y que en estos agitados meses, además, se ha reconciliado con su lado más espiritual. Explica que vuelve a creer, que gracias a lo que encontró en los desayunos dominicales en la iglesia de San Lorenzo le dio otra oportunidad a la fe y lo hizo de tal forma que participó en un retiro de Emaús y ahora es un voluntario más que sirve el café a quienes están como él hace meses.
A la sociedad le falta mucha empatía. Yo he tenido mucha suerte pero la gente va por la calle y ni mira a las personas que duermen en un cajero»
«Está claro que todo esto no lo hubiera podido conseguir solo. Las cosas nunca se consiguen en soledad sino con gente que te ayuda», asegura, muy emocionado y aún asombrado de cómo se volcaron con él. «Fue acojonante la cantidad de personas que se preocuparon, no me imaginaba yo que lo iba a leer tanta gente. Estoy profundamente agradecido a todo el mundo, añade. Ahora, que se está recuperando de una aparatosa caída que le dejó el cuerpo medio magullado, tiene tiempo para reflexionar sobre lo que le ha pasado e ir un poco más allá: «Ojalá esto fuera lo habitual. La gente sigue pasando por la calle sin mirar a los que están en el suelo o duermen en un cajero y eso es tremendo. Yo tengo muy presentes de los compañeros que murieron y a los que se les puso velas y flores. ¿Quién se acuerda de ellos ahora? Creo que a la sociedad le falta mucha empatía aún».
Entre los momentos más emocionantes que ha vivido en estos seis últimos meses se encuentra el de su participación en una reunión nacional de Cáritas donde los profesionales analizaban las mejores formas de trabajar contra el fenómeno del sinhogarismo. Jesús contó su experiencia. «Estaba muy nervioso y muy impactado porque había treinta o cuarenta personas escuchándome. Yo conté que lo más importante es el calor de la gente: nadie sabe lo importante que es un abrazo hasta que no tiene a nadie que se lo dé».
No se sabe lo importante que es un abrazo hasta que no tienes a nadie que te lo dé»