S.M. Próxima estación, olvido

R. Pérez Barredo / Hontoria
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Sólo 10 de las 33 estaciones del ferrocarril Santander-Mediterráneo se conservan en buen estado y algunas tienen nuevos usos. El resto, patrimonio arquitectónico de enorme valor, son una ruina, iconos vergonzosos, símbolos silentes de la despoblación

El único brillo que queda en algunas se conserva en los azulejos azules y blancos que anunciaban a los pasajeros el nombre del pueblo, porque apenas han sobrevivido a la ruina y al desamparo unas pocas estaciones de aquella línea maravillosa, alarde de progreso y vertebración, que fue el Santander-Mediterráneo. Hoy, tres décadas después de la clausura de este ferrocarril, la próxima parada es el olvido. La maleza, la suciedad, el silencio y ese aire inequívoco que se respira en los lugares más desolados de la tierra es cuanto queda en aquellas estaciones que a duras penas permanecen en pie, desventradas la mayoría, hundidos sus tejados, derrumbados sus muros, violadas por el vandalismo sus paredes, un escombro rampante devorado por la desidia y la vegetación. Pese a todo, estos vestigios postreros de lo que un día fue el progreso atesoran todavía un halo de prestigio, el que rodea esa arquitectura inconfundible y tan elegante, hallazgo armónico y eficiente que nos reconcilia con un elemento del pasado que fue paradigma de civilización y de buen gusto. 
Las pocas estaciones que por fortuna han sido preservadas de la acción inmisericorde del tiempo y el abandono contribuyen a resaltar la vergonzante estampa que ofrecen las otras, que se erigen en monumentos fantasmales, símbolos totémicos de la despoblación que lleva lustros desangrando el mundo rural. Las excepciones son, además, un ejemplo de lo contrario, de cómo respetar un patrimonio valiosísimo conservándolo con decencia, e incluso, en algunos casos, aprovechando y adaptando éste para un nuevo uso, en algunos casos público. Adif ha permitido la total destrucción de la mayoría de estos singulares inmuebles, verdaderas joyas que podían haber tenido otra vida, otra función más allá de la que tuvo y para la que fue creada. Resulta insultante el eufemismo que este organismo ministerial utiliza en sus listados para calificar su estado: ‘Vacío’. 
 
Viajeros al tren... Las dos primeras estaciones del Santander-Mediterráneo en suelo burgalés si viajamos desde el sur son paradigmáticos: la estación de Hontoria del Pinar se ha reconvertido en un albergue, y uno de sus edificios anejos, caseta de servicios de la terminal, es una casa rural. En la antesala de ese paraíso natural que es el cañón de Río Lobos, la estación de Hontoria es un reclamo de lujo.
También se mantiene en perfecto estado la estación de Rabanera del Pinar, centro de turismo rural, enclavada en un paraje hermosísimo. Tanto el exterior como el interior ofrecen un aspecto envidiable; si no fuese porque no quedan vías podría pensarse que el tren está a punto de hacer su aparición en el andén. Nuestro viaje, podríamos decir, comienza de maravilla. Pero no ha hecho más que empezar. Y ha sido como un espejismo.Porque nos encontramos con la realidad, con una realidad que nos acompañará en muchos de los tramos del camino, bien temprano.La siguiente estación, Cabezón de la Sierra, es una invitación al llanto.
Situado antes de llegar al pueblo, el complejo ferroviario -estación, almacén y caseta de servicios- está absolutamente abandonado, desportilladas sus puertas y ventanas, hundidos los tejados. Peor aspecto presenta la siguiente estación,Castrillo de la Reina, que parece recién bombardeada y saqueada.Cercada por las zarzas, que parecen tenerle querencia a las estaciones del ferrocarril, languidece espectral, como una construcción maldita, apestada, contaminada de olvido.
La estación de Salas de los Infantes es una de las más grandes y espectaculares del tramo burgalés del S-M. Quedan, como restos del naufragio del tiempo, numerosas vías en su espacioso muelle.El edificio principal, con su elegante marquesina, difiere mucho del estilo de las estaciones anteriores. En este sentido, es una construcción única, imponente, con un cuerpo central de tres alturas y dos extremos de una. 
El aspecto es decente, aunque mejorable, pero no está abierta. La siguiente parada es en La Revilla, pequeña y coqueta, está siendo rehabilitada.Esa perspectiva parece imposible en el apeadero de Barbadillo del Mercado, de un abandono rampante; es una construcción más grande que la anterior y quizás por eso su aspecto sea fantasmagórico: abierta por todos sus postigos, llena de humedades, casi hundida.
Entre tanta ruina, encontramos un pequeño oasis en Cascajares-Hortigüela: en manos privadas, luce como un recoleto chalet junto a la carretera, rodeado de un cuidado y bonito jardín. Las estaciones de Campolara y Revilla del Campo son idénticas a las de Barbadillo del Mercado yCampolara y, como éstas, presentan un aspecto bochornoso y absolutamente arruinado, monumentos a la desidia. Tampoco el apeadero de Los Ausines se diría, en rigor, mucho mejor que los anteriores: abierta de par en par, ha sido objeto del vandalismo. Se salvan Cojóbar, decente, y Modúbar, estupenda, y el apeadero de Cardeñadijo se encuentra en obras, lo cual es una buena noticia.
Obviamos la estación de Burgos, cuyo estado y destino se conoce, y emprendemos la ruta hacia el norte. Nos cuesta encontrar el apeadero de Villarmero: solitario, sin techumbre... Mucho más llamativo, por sus dimensiones (es una señora estación), es el abandono de la terminal deSotopalacios. Su entorno es un vertedero. También su interior, conquistado por la basura y los escombros. Los aleros de su hangar anejo están a punto de desplomarse. Son edificios que entrañan un serio peligro. La estación de Villaverde-Peñahorada apenas se distingue porque está cubierta por la yedra, casi camuflada, invadida por completo. Ejemplo de desolación es la siguiente: la estación de Peñahorada está hueca, sin tejado. Pese a ser un inmueble grande, solemne, el cielo es visible desde todos sus vanos. Parte de la estructura de la cubierta yace arrumbada. Hay rastros de fuego en su interior. 
Ya adentrándonos en el singular y bellísimo paraje de Las Torcas, donde el ferrocarril conectaba a poblaciones muy alejadas de las carreteras (que se vieron sensiblemente afectadas cuando la línea se cerró), la sensación de devastación se incrementa: Lermilla-Quintanarruz, Arconada, Poza de la Sal, Terminón-Castellanos... son la representación exacta y reveladora del aislamiento y la melancolía; se levantan sus ruinas como siluetas espectrales, atrapadas en un bucle del tiempo, despedazadas por el olvido.
 
Espléndidos ejemplos... Sin embargo, a partir de Oña iniciamos una secuencia positiva. Oña y Trespaderne son espléndidos y sensatos ejemplos de cómo optimizar ese importante patrimonio. La preciosa estación de Oña presta servicio como albergue municipal. Su almacén anejo es un centro deportivo. Es una verdadera gozada contemplar ambos edificios. En Trespaderne sucede parecido. También la estación es albergue; y el hangar da cabida al centro de interpretación de La Horadada.
A continuación, otros dos ejemplos de uso privado. Las estaciones de Nofuentes y Moneo están en manos de particulares y están conservadas con verdadero mimo y buen gusto, especialmente la de Nofuentes, que es un verdadera preciosidad.
Las siguientes paradas, Medina de Pomar y Horna-Villarcayo ofrecen singularidades.Para empezar, son gemelas; y su estilo es radicalmente diferente a las demás, incluida la de Salas. La de Medina ofrece dos caras. La mitad se conserva bien y parece cuidada.La otra, aunque consolidada, no parece que frecuentemente utilizada por sus propietarios. La de Villarcayo está cerrada y su aspecto es más que mejorable, pero no está hundida ni saqueada.
Rumbo a la Merindad de Valdeporres comprobamos el lamentable estado de la estación de Escaño, pero celebramos con alborozo y como un verdadero hallazgo la maravilla de Brizuela, reconvertida su estación en una joya con la piedra sacada y con un entorno idílico para el esparcimiento impulsado por una asociación cultural y recreativa. También luce renovado el gran almacén. Un lujazo la parada en Brizuela. Cerca del final de la línea encontramos una estación particular, la de Santelices, que luce esplendorosa. Nuestro trayecto culmina en Dosante-Cidad.Casi escondida, absolutamente arruinada, como un arquetipo perfecto de lo que supuso la clausura del ferrocarril y de lo que en su mayoría ha quedado de éste, es una estación fantasmagórica. Es la última parada. Nada hay allí ni más adelante. Sólo el olvido.