El acervo popular considera que hay profesiones que son vocacionales, concentradas sobre todo en los ámbitos sanitarios y educativos. Ha calado tanto esa idea que muchos de los que escogieron estas ramas para formarse, y los que lo están haciendo ahora, se dejaron llevar por esa idea romántica de curar a los demás, de educar a las nuevas generaciones, sin pensar en lo que se iban a encontrar al entrar en la rueda del mercado laboral.
De la vocación no se come, con vocación no se compensan los problemas de conciliación, la vocación no paga las facturas de alquiler, los que logren residir en su lugar de trabajo, o el combustible y el taller para los que viajen todos los días para ocupar su puesto y regresar a su lugar de residencia. Estos médicos, enfermeros, docentes... se tienen que enfrentar a la precariedad laboral durante muchos años antes de poder tener una plaza fija en el ámbito público y muchos buscan en el privado ese complemento para poder tener colchón económico suficiente.
Muy atrás en el tiempo quedó la idea de que los médicos y maestros eran puntales relevantes de la sociedad. Ahora sufren estrés laboral por acumulación de trabajo, agresiones por parte de los pacientes, desprecio por parte de los padres de sus alumnos... que les hacen pensar si no equivocaron su vocación, si esa profesión que tenían idealizada es para ellos.
Vale que son las administraciones públicas las que tienen que gestionar los sistemas de salud y educativo para que funcionen, para que sus empleados no terminen quemados a la primera de cambio. ¿Recuerdan cuando aplaudíamos todos los días a los sanitarios o agradecíamos las clases online para que los niños no perdiesen el curso? Algunos deben haberlo olvidado, y ahora la Sanidad y la Educación siguen siendo tan importantes como entonces.